“Mi patria fue libre, transformada
de colonia en grande imperio”
Agustín de Iturbide
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Sobre la era independiente de México se han escrito infinidad de textos. Algunos historiadores escudriñan los primeros años, buscan datos que expliquen las causas de los motines, planes, sucesiones de gobierno y asonadas que lo caracterizaron. Otros, conciben a este momento como transitorio hacia una etapa de consolidación. Los más, buscan en estos años el estudio de la coyuntura en sí, ya que el imperio, producto de esa consumación, fue fugaz. Sin embargo, siguen vigentes las dudas. Tres de ellas serán fundamentales: ¿Qué pasó en estos primeros tiempos? ¿Qué acontecimientos hubo después de tomada la capital? ¿Por qué los vaticinios de l barón Alexander von Humboldt no se cumplieron?La grandeza mexicana
Una vez que el Ejército Trigarante entró a la capital y sus numerosos contingentes hicieron gala de sus uniformes ―quienes los tenían― y poderío por las principales calles. La ciudad se desbordó, los balcones fueron adornados con los colores del Ejército victorioso, los habitantes de la ciudad se arremolinaron por las calles más importantes para presenciar el paso de los libertadores.
Al parecer ese mismo día fue también el de la concordia, el amor y la fraternidad.[2] Por todas partes se abrazaban y felicitaban. Por fin después de tanto tiempo, la opulenta ciudad de México era tomada por los independentistas, quienes tenían muchos planes, querían cambias unas cosas y conservar otras. Cuando los tropas entraron a la capital del naciente imperio mexicano, Iturbide arengó a los suyos: “ya sabéis el modo de ser libres, a vosotros toca señalar el de ser felices.”[3] Se olvidaron las diferencias.
El día fue memorable. Se rompía el lazo de unión política con España, aunque estaba presente la amenaza de la Reconquista, el país que emergía tenía buenos augurios, era prodigiosa su naturaleza, sus recursos, sólo faltaba poner orden. Al respecto, Iturbide apunta: “seis meses bastaron para desatar el apretado nudo que ligaba a los dos mundos. Sin sangres, sin incendios, sin robos ni depredaciones, sin desgracia y de una vez sin lloros mi patria fue libre.”[4]
Los personajes más importantes de la sociedad recién emancipada tomaron asiento en el nuevo concierto político. Agustín de Iturbide, Juan de O´Donojú y otros ocuparon los puestos en las recientemente creadas instituciones de gobierno como la Soberana Junta provisional Gubernativa, Regencia del Imperio incluso también en los ministerios, sin olvidar, claro esta, los mandos de tropas y otros importantes cargos. Los dirigentes le debían su cargo a Iturbide, quien repartió buena parte de esos puestos. Por encima de todo Iturbide comprendía cómo adular los deseos y las ambiciones de los mexicanos que deseaban la independencia”[5]
Las autoridades españolas no quisieron reconocer la independencia ni mucho menos mandar un monarca para gobernar a México[6]. La negativa de España forzó el primer ensayo monárquico.[7] Se buscó el reconocimiento norteamericano e inglés, estos países estaban expectantes, querían garantías para brindarlo, por tanto se requería coronar a alguien, o de plano cambiar de modelo político. El imperio carecía de reconocimiento internacional, por lo tanto Iturbide, a quien se le atribuía el logro de la jornada, fue ungido como Emperador.[8]
El año del imperio
Con la coronación de Iturbide, aparecieron nuevos retos y también polémicas. Uno de ellos fue fundamental, para muchos políticos Iturbide no reunía las cualidades de un monarca a pesar de que la región estaba acostumbrada a este tipo de gobierno. Las críticas fueron directas. Atacaron la dignidad imperial, no era propio que un criollo como él tomara la corona. Una tentativa de arreglo para todas las corrientes fue la aprobación de la monarquía constitucional, era un arreglo viable para comenzar a gobernar, pese a ello los diputados querían limitar al monarca.
El imperio mexicano enfrentó varios problemas; uno de ellos, quizás el más difícil y el que ocasionó de manera directa su ocaso, fue la confrontación suscitada entre la Regencia (posteriormente el emperador) con algunos miembros del Congreso. Una vez en el poder, la élite mexicana no logró consolidar su posición y establecer un gobierno eficaz. Sus miembros tuvieron fricciones menores con Iturbide, primero siendo este generalísimo y luego emperador, lo mismo que entre ellos.[9] Los diputados cuestionaban cualquier medida del gobierno, asumieron para sí la representación popular y la soberanía. Iturbide reclamaba las mismas atribuciones. La disputa trajo consecuencias insospechadas. El sueño de unión, independencia y religión se tambaleaba.
Los diputados y el emperador se enfrascaron en una lucha sin cuartel. El uno y el otro querían limitar las funciones de su opositor ―si era posible anularlo―, llegaron a niveles insospechados de intolerancia, a tal grado que el gobierno encerró a algunos diputados: fray Servando Teresa de Mier, José María Bocanegra, José Cecilio del Valle y otros. Meses más tarde el Congreso fue clausurado, la justificación fue que no hacían su trabajo. Al respecto, Agustín de Iturbide señala: “En una palabra, necesitando la patria de un auxilio para todo, nada hicieron en un imperio naciente.”[10]
Discordia por el poder y sublevaciones fueron el preludio de la caída del Imperio de Agustín i de México; sin embargo, todavía faltaba que comenzara la fragmentación de la alianza emanada del Plan de Iguala. Uno de estos personajes (Antonio López de Santa Anna) no tenía lo que había demandado tiempo atrás, a la que él pensaba como justa recompensa, en consecuencia se juntó con otros elementos de la elite criolla y prepararon el relevo del gobernante. Faltaba encontrar la causa justa para hacer estallar una nueva rebelión.[11]
El nido de la conspiración
El puerto de Veracruz era una de las últimas plazas importantes controladas por las fuerzas realistas. La situación era bastante delicada, cualquier incidente podía modificar los planes que había para el reembarque de las tropas y la capitulación del fuerte de San Juan de Ulúa. Del mismo modo, el menor roce entre las tropas de ambos bandos, o un movimiento político podía producir efectos insospechados. No se quería provocar a los españoles, no obstante se produjeron una serie de hechos que dieron la excusa para complicar la tambaleante consumación.
Antonio López de Santa Anna, fue comisionado como jefe de la plaza y desde tal posición de poder, debería ofrecer garantías suficientes a “tirios y troyanos” hasta que se tomara algún plan político o definitivamente se declarara la guerra. Hubo varias acusaciones que ponían en entredicho la honorabilidad del jarocho. Además de sus “actitudes sospechosas”, amén de sus constantes entrevistas con el Jefe español Francisco Lemuar, acantonado en el Castillo de San Juan de Ulúa. Situaciones que evidenciaron la singularidad del astuto veracruzano. La opinión sobre Santa Anna es significativa: “nada bastó para contener a aquel genio volcánico, se dio por ofendido, se propuso vengarse de quien le colmó de beneficios aunque fuera con la ruina de la patria.”[12]
Agustín I, en vista del dudoso proceder del general veracruzano, decidió viajar hasta Jalapa para conferenciar con él. Iturbide le pidió al jarocho se integrase a la Corte; éste pretextó la imposibilidad de cumplir la orden, aduciendo la solución de algunas deudas. Le prometió alcanzar a la comitiva imperial en Puebla. López de Santa Anna, sabedor de las intenciones imperiales, decidió hacer caso omiso de la invitación. Se rebeló, enarbolando la inconstitucionalidad de la prisión de los diputados y, en consonancia con Miguel Santa María, embajador de Colombia en México, ¾a quien para ese entonces el gobierno mexicano le había pedido que saliera del territorio¾, elaboraron el plan de acción para derrocar al monarca mexicano.[13] Santa Anna, afirma, sólo estuvo motivado por un fervor patriótico que trascendía sus obligaciones personales hacia un individuo.[14]
A finales 1822 fue firmado el Plan de Veracruz. Los signatarios se declaraban enemigos del imperio y abogaban por el restablecimiento del Congreso disuelto. Días después los generales Vicente Guerrero y Nicolás Bravo, salieron a escondidas de la capital del imperio, buscaron a los líderes opositores y se pusieron en contacto con otros antiiturbidistas. Los pronunciamientos prorepúblicanos cundieron por doquier. El imperio estaba seriamente amenazado.
La insurrección en Veracruz se propagó por todo el país. La bandera fue la necesidad de poner en práctica el sistema republicano y destronar a Iturbide. Rápidamente fue secundada por altos oficiales del ejército y de igual manera por las autoridades municipales, es decir, fue oportuna para los inconformes con el sistema iturbidista. Los caudillos se apoyaron en su fama personal y en el ascendente que tenían sobre sus respectivas regiones, lo cual fue letal para el gobierno iturbidista. Incluso las logias masónicas movieron sus piezas. No podían desaprovechar la oportunidad de poner en práctica sus ideas de gobierno.
El imperio había mandado al general José Antonio Echávarri, español de simpatías liberales, a combatir a los rebeldes, pero tras una triunfal campaña que arrinconó a Santa Anna dentro de los muros de Veracruz, Echávarri y otros oficiales se pasaron al lado opuesto. Iturbide no podía creer que sus mejores hombres lo hubieran abandonado. Estaba realmente impactado. No daba crédito, de ahí se explica su pasividad.
Santa Anna, sin perder tiempo conferenció con estos y llegaron a un acuerdo. Dejarían para otra ocasión el plan de Veracruz y elaborarían otro, su propósito era influir en otras latitudes, para lo cual necesitaban difundir extensamente el nuevo plan para que sus propuestas fueran escuchadas, de esta manera nació el plan de Casa Mata[15]. Mientras tanto, el jefe español de San Juan de Ulúa, suspendía las hostilidades para no dañar las perspectivas de los rebeldes, el 1 de febrero de 1823 los jefes del ejército imperial firmaron el plan de Casa Mata exigiendo elecciones para integrar un nuevo congreso.[16]
Iturbide, dudó en acometer la sedición. Hay varias dudas sobre su proceder ¿por qué no se puso al frente de sus tropas? ¿Sabía de la magnitud del levantamiento? En el momento de enfrentarse a la revuelta, sus posibilidades eran encarar o claudicar, sin explicación alguna optó por abandonar el trono. Iturbide se convenció más tarde de que el mayor error que cometió fue no marchar adelante y colocarse a la cabeza de sus tropas. Alamán destaca lo contrario. Hubiera sido inútil.[17] Se piensa que tenía calculado regresar al poder mediante el apoyo de las movilizaciones populares. Al respecto, Iturbide señala: “La falta que cometí en mi gobierno fue no tomar el mando del ejército desde que debí conocer la defección de Echávarri. Me alucinó la demasiada confianza.”[18]
El gobierno estaba seriamente amenazado desde enero de 1823. La causa de este predicamento fue el alzamiento del general Antonio López de Santa Anna. El levantamiento había sido promovido principalmente por él; sin embargo, tuvo un giro inesperado, dado que modificó en gran medida las metas del movimiento. El objetivo real era quitarlo del camino. Las logias y los altos mandos del ejército tomaron el control del levantamiento. Los generales José Antonio Echávarri y Miguel Barragán apoyaron tal petición y paulatinamente se sumaron otros jefes y oficiales, Pedro Celestino Negrete, Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero.
Hacia el final de su efímero imperio, el emperador dio nuevas pruebas de su adhesión y confianza en un sistema constitucional propio que no renunciara a la originalidad y que no fuera copiado o importado; adecuado a su país y a su gente; mezcla de modernidad y de un tradicionalismo que marcaba al ser novohispano.[19] El fracaso del imperio se debió en el fondo, a la imposibilidad de que Iturbide desempeñara el papel de príncipe en que fue improvisado.[20]Además de que Iturbide como el resto de los libertadores de Hispanoamérica, no logró superar los importantes retos que le planteo la precipitada separación entre su país y España.[21]
El triste despertar
Los generales insurrectos del Plan de Casamata entraron a la historia por la puerta grande. Su confabulación terminó con el imperio. Tal hecho señaló la ruptura de la alianza igualeña. Asimismo dispersó a los independentistas en varios grupos políticos: republicanos, yorkinos, escoceses, centralista y persistieron los monarquista, pese a la historia oficial. Los políticos y militares hicieron nuevos pactos. Por ejemplo, el plan de Casa Mata logró la caída del gobierno iturbidista. Este plan reflejaba el sentir de las elites criollas: no querían a Iturbide por más tiempo en el poder. Aprovecharon la coyuntura suscitada en Veracruz y lo derrocaron. El plan quería en apariencia un nuevos sistema de gobierno, desecharon el monárquico y probaron con otro. Este cambio no fue la solución, los problemas siguieron.
Finalmente, alzamientos y conspiraciones se conjugaron con diversas demandas de disímil cuño: republicanos, laborales, contra la tiranía, autonomista y otras. De tal modo los masones secundaron el llamado de Miguel Santa María a la insurrección armada en contra de la monarquía. En vista de tal cantidad de políticos y generales conjurados para deponer al emperador, éste abdicó. De este pasaje, Iturbide destaca: “el amor a la patria me condujo a Iguala, él me llevó al trono, él me hizo descender de tan peligrosa altura y todavía no me he arrepentido ni de dejar el cetro, ni de haber obrado como obré.”[22]
En gran medida, los levantamientos utilizaron la disolución del Congreso como una excusa, dado que Agustín i había prometido que la recientemente nombrada Junta Instituyente convocaría a un nuevo Congreso Constituyente. La pregunta primordial, es por qué una serie de levantamientos y rebeliones menores y descordinadas ocasionaron que Iturbide abdicara.
Se terminó, de manera abrupta, un sueño largamente acariciado, ser un imperio poderoso y ubicarse entre las potencias mundiales. El nulo acuerdo político sacrificó tales esperanzas con lo cual se cerró un capítulo importante en el primer imperio mexicano, abriendo otra época no menos interesante y llena de sobresaltos.Autor: Fernando Leyva Martínez para revistadehistoria.es
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Mecenas
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Fuentes
Agustín de Iturbide, Juan de O`Donojú. «Tratados de Córdoba.» En México en el Siglo XIX. Antología de fuentes e interpretaciones historicas, de Alvaro. Matute, 231-233. ciudad de México: IIH/UNAM, 1973.
Anna, Timothy, E., El Imperio de Iturbide, México, Conaculta, 1991.
Benson, Nettie Lee. La Diputación provincial y el federalismo mexicano,. México: UNAM/COLMEX, 1994.
Cuevas, Mariano. El libertador. Documentos selectos de don Agustín de Iturbide. México: Patria, 1974.
di Tella, Torcuato. Política nacional y popular en México 1820-1847, México, fce, 1994.
Flores Caballero, Romeo. De la contrarrevolución de Independencia. Los españoles en la vida política, social y económica de México (1804-1838). México: El Colegio de éxico, 1973.
Iturbide, Agustín de. Breve Manifiesto del que suscribe. México: imprenta imperial de Alejandro Valdés, 1821.
—. Escritos diversos. ciudad de México: Conaculta, 2014.
Iturbide, Agustin de. Manifiesto al mundo, o sean apuntes para la historia. México: Fideicomiso Teixidor/Libros del Umbral, 2001.
O`Gorman, Edmundo. La supervivencia política novohispana. Ciudad de México: universidad Iberoamercana, 1986.
Ocampo, Javier. Las ideas de un día. El pueblo mexicano ante la consumación de su independencia. ciudad de Mèxico: Conaculta , 2012.
Robertson, William Spence. Iturbide de México. ciudad de México: Fondo de Cultura Económica , 2012.
[1] La Independencia fue posible gracias al pacto de unidad entre los diferentes grupos del virreinato y garantizado por el ejército. Véase Antonio Annino, “El Pacto y la norma. Los orígenes de la legalidad oligárquica en México”, en: Historias, número 5, inah, 1984, p. 11.
[2] Francisco Castellanos, El trueno, gloria y martirio de Agustín de Iturbide, México, Diana, 1982,
- 105.
[3] Mariano Cuevas, El libertador. Documentos selectos de Don Agustín de Iturbide, México, Patria, 1974, p. 261.
[4] Agustín de Iturbide, Manifiesto al Mundo, México, Fideicomiso Teixidor/Libros del Umbral, 2001, p. 44.
[5] Chiston I. Archer, “La Revolución militar de México: estrategia, tácticas y logísticas durante la guerra de Independencia, 1810-1821”, en: Josefina Vázquez (coordinadora), Interpretaciones de la Independencia de México, México, 1997, p. 174.
[6] Cfr, el Plan de Iguala, en especial los artículos 4 y 8, Véase, Álvaro Matute, México en el siglo xix, México, unam, 1972, p. 227.
[7]Edmundo O`Gorman, La supervivencia política novohispana, México, Universidad Iberoamericana, 1986, p. 17.
[8] Jaime E. Rodríguez O., El proceso de independencia de México, México, Instituto Mora, 1992, p. 64.
[9] Jaime E. Rodríguez O., “De súbditos de la corona a ciudadanos republicanos”, en: Josefina Vázquez, (coordinadora) Interpretaciones de la Independencia de México, México, Nueva Imagen, 1997, p. 67.
[10] Agustín de Iturbide, op. cit., p. 52.
[11] Jaime E. Rodríguez O., “Las Cortes mexicanas y el Congreso Constituyente”, en: Virginia Guedea, La Independencia de México y el proceso autonomista, México, unam, 2001, p. 295.
[12]Agustín de Iturbide, op. cit, p. 67.
[13] Lucas Alamán afirma que “Santa Anna le pidió (a Santa María) formase un plan y redactase una proclama”. Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, México, Jus, 1949, p. 436.
[14]Juan Suárez y Navarro, Historia de México y del general Antonio López de Santa Anna, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1851, p. 24.
[15] El Plan fue redactado por Gregorio Arana, entonces secretario particular del general José Antonio Echávarri, Véase, Romeo Flores Caballero, La contrarrevolución en la Independencia, México, colmex, 1973, p. 82.
[16] Torcuato di Tella, Política nacional y popular en México 1820-1847, México, fce, 1994, p. 141.
[17] Lucas Alamán, op. cit., p. 448.
[18] Agustín de Iturbide, op. cit., p. 69.
[19] Jaime del Arenal Fenochio, “El programa político de Agustín de Iturbide,” en: Historia Mexicana, núm., 189, julio/septiembre, 1988, p. 61.
[20] Edmundo O´Gorman, op. cit, p. 25.
[21] Timothy E. Anna, El Imperio de Iturbide, México, Conaculta, 1991, p. 32.
[22] Agustín de Iturbide, op. cit., p.74.
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