Imagen: Blogalaxia.
Que duda cabe que cada vez nos cuidamos más. Pero cabría precisar, cuidamos más nuestra imagen. Nos gusta ir bien vestidos, bien peinados, tener una piel perfecta, oler a la fragancia más actual del mercado, ¿pero cuidamos suficiente nuestro interior?.
El estrés, el vertiginoso ritmo de vida, la excesiva competitividad en todos los ámbitos en los que nos movemos, hace que la respuesta a esta pregunta sea un no rotundo.
No, ahora no os voy a anunciar un producto fantástico que os mejorará por dentro y por fuera…
Lo comentaba porque en el gimnasio he encontrado no solo la fórmula para encontrarme bien por fuera, sino también para encontrarme bien por dentro. Una buena sesión de pesas me hace liberar toda la energía y la adrenalina acumulada durante el día. Toda la rabia que he tenido que acumulado por tener que morderme la lengua ante determinadas situaciones. Además, termino tan cansado después de tanto esfuerzo, que me duermo enseguida sin dar tregua a que los problemas que van a venir al día siguiente, me puedan quitar el sueño. Me relaja.
Desde hace cuatro o cinco años voy al gimnasio regularmente. Cuando acabo de trabajar el el bufete de abogados, sobre las 19h30, me doy una buena sesión de pesas durante una hora u hora y media y acabo con una sesión de sauna relajante. Mis músculos son voluminosos pero sin llegar a ser excesivos. me gusta ir con ropa ajustada que marque bien cada punto de mi cuerpo pero que no llegue a dar imagen de “chulito de gimnasio”. Me gusta que mis compañeras de trabajo me miren descaradamente al pasar al lado de ellas y que mis compañeros me pongan verde a mis espaldas, seguramente por envidia. Se equivocan los que creen que por mi físico tengo menos capacidad intelectual.
Desde hacía unos meses conseguí que mi novia se apuntara conmigo al gimnasio. Trabajamos mucho y podríamos aprovechar el rato de gimnasios para estar juntos. A la hora que vamos al gimnasio está lleno. El 99% de hombres sudados, ligeros de ropa, gritando ante los descomunales esfuerzos… Pensé que no era el ambiente más adecuado para mi chica, pero todo lo contrario…
Ella era dura, tiene genio y decisión, es morena, con el pelo rizado, alta, con unas piernas larguísimas, un bombón. Una chica con muchas aspiraciones, lista, rápida, tiene unos pechos del tamaño medio pero muy duros, de los que aún sin sujetador se mantienen firmes, con los pezones oscuros apuntando desafiantemente. Estoy muy enamorado de ella, aunque suene a cursilada. Aunque llevamos ya 3 años juntos, sigo pensando cada minuto en ella. Discutimos mucho porque los dos tenemos mucho carácter y nos compenetramos perfectamente en la cama. Sabe hacer mamadas como ninguna y lo le premio con comidas de coño que duran muchos minutos.
Cuando llegaba al gimnasio era la estrella. No me importaba que todos le miraban. Evidentemente no le acechaban como harían con otra cualquiera, porque sabían que éramos pareja. Iba con sus ajustadas mallas blancas que marcaban perfectamente el trasero, su delicioso culito respingón y por delante sus carnosos labios inferiores, con la cintura al aire, el top negro apretaba sus pechos marcando exageradamente los pezones. Vamos, que si te quedabas mirándola más de dos segundos, acababas con un notable bulto entre las piernas.
En varias ocasiones noté que se quedaba mirando fijamente a un chico de los que entrenaban en el gimnasio. Era francés. Sin duda era de los que mejor cuerpo tenía en el gimnasio. Alto, con un cuerpo robusto, grandes brazos, pecho y abdominales perfectamente definidos, piernas duras como las de un futbolista, culo perfectamente trabajado. Era guapo, ojos azules, rostro serio con facciones muy marcadas y pelo corto. Muchas veces me había preguntado si sería gay o simplemente metrosexual.
Me acerqué a mi chica en uno de esos momentos en los que miraba embelesada al francés. Le pillé por sorpresa.
Al principio negó que estuviera mirando al francés, pero no tardó en reconocerme que estaba muy bueno y no podía apartar la mirada de él. Iba vestido con una camiseta de tirantes gris muy ajustada. Sus musculoso brazos quedaban al aire, al igual que la parte superior de su depilado pecho. Llevaba unos pantalones negro cortos, que recogían su potente trasero y en el cual se marcaba perfectamente su abultado paquete.
No soy una persona celosa, así que sonreí a mi novia y le dije que siguiera disfrutando del “paisaje”.
Lo cierto es que desde aquel momento yo también empecé a fijarme en el francés. Siempre lo achaqué a la admiración por el cuerpo que se había trabajado y había conseguido. Me pilló varias veces observándole mientras ejercitaba sus músculos, con gestos de dolor, sudando y también cuando se miraba enfrente de los espejos observando la congestión de sus músculos.
Un día coincidí con él en los vestuarios. Me puse enfrente suya para poder observar bien su cuerpo. Le costó quitarse la camiseta de tirantes debido a lo ajustada que le quedaba y al sudor que recorría su torso. Enseguida quedó su torso desnudo, depilado y brillante por el sudor. Muy lento se bajó los pantalones. Primero pude ver el cuadradito de pelos bien recortados que coronaba su entrepierna. Poco después ya quedó ante mi una gran polla totalmente depilada y pegada a los testículos por efecto del sudor y de la presión que los pantalones habían hecho toda la tarde sobre ella.
Mientras guardaba la ropa en la mochila, sacaba la toalla, las chanclas, el jabón… iba dándose suaves golpecitos en la chorra, de modo que esta se iba despegando de los testículos y a su vez iba cogiendo mayor tamaño.
A estas alturas yo no podía quitar la vista de su cuerpo, se que me vio embobado mirándole, pero no le importó. Caminó hacia la ducha con el jabón y la toalla en la mano y con su polla semi-erecta balanceándose entre sus marcados muslos. El movimiento de su culo duro y cuadrado era realmente tentador.
Intenté disimular mi erección apretando bien la toalla alrededor de mi cintura y me fui directo para las duchas.
Pasé por la ducha del francés. Estaba bajo el agua, aún sin enjabonarse. Tenía los ojos cerrados y el agua recorría cada rincón de su cuerpo. Me quedé como tonto mirándole. El abrió los ojos y me vio allí, paralizado delante suya. Me sonrió y se llevó una mano a la entrepierna. Empezó a estirarla suavemente hacia abajo.
La toalla que rodeaba mi cintura no aguantó más la presión de mi polla erecta y cayó al suelo. Yo me metí sin pensarlo en la ducha del francés. Me había invitado a pasar con la mirada. Se apoyó contra la pared y me arrodillé delante suya.
Me llevé su polla a mi boca. Sabía deliciosa. Aún no estaba del todo erecta, así que terminó de crecer entre mis dientes. Diría que eran alrededor de 20cm y un grosor considerable. Nunca me había comido una polla, pero sabía como me gustaba que mi novia me lo hiciera. El agua recorría nuestros cuerpos. Yo sumiso delante de él saboreando su sonrojado capullo, recorriendo con la lengua cada gruesa vena que se marcaba por la longitud de su miembro. Chupando ansiosamente, jugando con sus huevos en mi boca como si fueran cascabeles.
Él dirigía con sus manos en mi cabeza la velocidad de la mamada. Mis manos recorrían y apretaban su duro culo. Pude introducir un dedo en él. Le dio un escalofrío de placer. Después metí dos, hasta el fondo. No tardó mucho en correrse, gran cantidad de sus flujos fueron a parar a mi cara. Aún de rodillas me acarició tiernamente la cabeza. Yo seguía con mis dedos dentro de él.
Me levantó del suelo, nos abrazamos y nos besamos, diría que casi agresivamente. Nos cominos la boca, apretamos nuestras pollas la una contra la otra. La mía todavía bien dura, la suya casi en reposo después de la bestial corrida sobre mi cara.
Se dio la vuelta y arqueó su espalda mostrándome su culo en primer plano. Dirigí mi polla hacia su agujero que ya había quedado abierto gracias al anterior trabajo de mis dedos. Se la metí suavemente hasta que entró entera y le follé. Le embestí todo lo fuerte que pude, demostrándole lo mucho que me atraía. Mis manos recorrían su cuerpo, comprobando la dureza y el volumen de cada uno de sus músculos.
Mi polla entraba sin ninguna dificultad. Los huevos golpeaban salvajemente en su culo al final de cada movimiento y él se sujetaba fuerte contra la pared para no perder el equilibrio en cada embestida.
Me corrí dentro de su culo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Mi leche inundaba su agujero y poco a poco iba resbalando por sus muslos. Su culo quedó bien abierto.
Se dio la vuelta, nos miramos y nos volvimos a besar. Un beso de despedida y una sonrisa, quien sabe si se volvería a repetir.
Esa misma noche me despertó mi novia sobre las dos de la madrugada. Parecía dormida pero estaba gimiendo. Bajé las sábanas y vi como su mano derecha estaba en su coño. Estaba bien mojado y sus dedos entraban suavemente por su rajita. Seguramente estaba pensando en el francés. Yo también lo hacía. Saqué por mi polla bien dura por el camal del pijama y comencé a masturbarme. Los gemidos de mi novia y los míos se entremezclaban, los dos producidos por la excitación que el francés nos provocaba.
¿Sería difícil conseguir un encuentro sexual entre los tres?…
Autor: Toni Rivas.
58