El fraude nos rodea con sus tres significados según la RAE: «Acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete.», «Acto tendente a eludir una disposición legal en perjuicio del Estado o de terceros.» y «Delito que comete el encargado de vigilar la ejecución de contratos públicos, o de algunos privados, confabulándose con la representación de los intereses opuestos.»
El fraude es la principal noticia de todos los periódicos que leo diariamente y me indigna. Parece que para ciertas personas es algo natural afecte a quien afecte porque de todas formas acaparan los tribunales y con alegaciones y recursos absurdos, permanecen tranquilos mientras nosotros, los defraudados, nos consumimos impotentes sin poder hacer nada.
El fraude es la lacra de nuestro tiempo y nadie pone remedio porque quienes podrían hacerlo también están defraudando y prefieren quedarse calladitos por si los descubren. Todos pertenecen a la gran familia de defraudadores y cuando uno habla para defenderse acusa a otro y así sucesivamente.
El fraude acapara todos los ámbitos sea en política, en educación, en empresas, en servicios sociales, en internet… invade nuestra vida y, si alguien valiente intenta decir las cosas claras, pronto lo callan, lo apartan, permanece en el olvido y alejado de su trabajo.
Cuánta razón llevaba nuestro gran escritor Ramón Pérez de Ayala: «Cuando la estafa es enorme ya toma un nombre decente»
Me niego a aceptarlo y me siento frustrada, furiosa e impotente que es lo peor.