En 1902 Klimt creó uno de sus trabajos más conocidos para una exposición del movimiento secesionista: El friso de Beethoven.
Esta ornamental y
opulenta sinfonía, en la que Klimt pretendió inmortalizar la "novena"
de Beethoven y la interpretación que hizo Richard Wagner de ella, cuenta con 34
metros de ancho y dos metros de alto. Un coleccionista lo compró en 1903,
lo quitó de la pared y lo dividió en siete piezas. Los herederos del industrial
judío al que los nazis expoliaron la obra, consideran que fue comprada luego
por el Estado a un precio injusto y bajo presiones.