El frontón del Moro. “(…) he resuelto que se saquen todos los moriscos de ese Reino, y que se echen en Berbería.” Bando de expulsión de los moriscos del reino de Valencia. 22-09-1609. 1. Ahmed ben Zayan. Estamos en septiembre del año 1609. De mi calendario islámico en 1032. Soy cristiano converso, por eso me bautizaron con el nombre de Fernando. Pero mi verdadero nombre, eso lo sé yo muy bien, es Ahmed ben Zayan. Este mes cumplo con el Ramadán tal como es preceptivo. En secreto claro. Como toda mi familia. No tengo nada que ver con el linaje de aquel Giomail ben Zayan que se enfrentó por estas tierras allá por el año 1233 (de mi calendario en 655) a Ceid Abu Zeyd, el Converso, aliado por aquel entonces del que aquí llaman Jaume Ier el Conqueridor. Y que logró obligar a Abu Zeyd a refugiarse en Segorbe, además de declarar la guerra santa o algihad al mismísimo Conqueridor. Aunque ya me hubiese gustado descender de su linaje, dicho sea de paso. Hoy comienzo este diario porque corren tiempos impredecibles. Se anuncian malos presagios para nosotros los moriscos. Se habla de nuestra persecución, de nuestra expulsión de esta tierra en la que nacieron los abuelos y los abuelos de mis abuelos en tiempos que ya ni la memoria alcanza. Se ha llegado a hablar incluso de que nos envíen a galeras de por vida o de nuestro total exterminio. Bien es verdad que nuestro señor Bernat de Vilarig i Carrós, junto con los más afamados prohombres de nuestro Reino de Valencia, ha intercedido ante el Rey de Castilla, Felipe III, para que no cometan semejantes barbaridades. Nuestras tierras se quedarían despobladas y sería la ruina y la desgracia eterna. No solo para nosotros sino para los cristianos viejos que también habitan este Reino. Que Allah, el Protector, los ayude en sus gestiones y que su intercesión llegue a buen puerto. Pero soy pesimista. Poderosas fuerzas eclesiales llevan años argumentando ante los sucesivos Reyes de las Españas con los beneficios que nuestro exterminio o expulsión conllevarían. Azuzan para ello miedos ancestrales. Que si nuestros hermanos turcos piensan reconquistar el Andalús y nosotros seríamos su punta de lanza en el interior. Que si es el único reino de Europa que todavía mantiene a su enemigo dentro. Que si continuamos siendo a pesar de nuestras apariencias herejes obstinados (y aquí tienen un punto de razón). Que si habíamos aumentado durante estas últimas décadas en número y éramos ya un peligro para su supervivencia…Aducen que tenemos problemas de integración y en palabras del duque de Lerma, valido de Felipe III, la mejor solución es la de expulsarnos, “para que estos reynos de España queden tan puros y limpios de estas gentes como conviene”. En fin, la mayor parte de ellos, falaces argumentos, pero que en definitiva han calado entre nuestros convecinos los cristianos viejos y han conseguido que se vaya extendiendo una ola de odio hacia nosotros los moriscos. Y todo hay que decirlo el rencor nuestro hacia ellos. De tal manera que las dos comunidades nos hemos ido distanciando, hasta crear una barrera de desconfianza casi infranqueable. Ya en el año 1586 (d.m.c.i. 1008), se nos prohibió que viviéramos cerca de las costas, por la posibilidad de escapada y de ayuda a la invasión que ello suponía. Hace apenas veinte años el Arzobispo Ribera de Segorbe sugirió que se nos esclavizara a todos los varones y nos llevaran a las Indias. Poco después, por los edictos de 1591 y 1593 (d.m.c.i. 1013 y 1015), nos requisaron todas las armas que teníamos en nuestras casas. Nos confiscaron las espadas, que algunos guardábamos en recuerdo de nuestros antepasados; los arcabuces, las ballestas, las picas, las lanzas y alabardas, e incluso los cuchillos que sobrepasaban una determinada medida. Ahora que lo pienso al escribir estas líneas, puede que este acto haya sido el preludio de nuestro destierro. Desarmados, poca resistencia vamos a poder ofrecer. Desde hace cuatro o cinco años, un poderosísimo predicador de enorme influencia en la corte del Rey, Fray Bleda, viene esgrimiendo argumentos a favor de nuestra masacre o nuestra expulsión. Y lo que es más grave, el Papa Clemente VIII ya declaró en su día que dichos argumentos estaban libres de todo error. Mal lo tenemos. Verdaderamente mal. Escribo todo esto para que mis hijos, y los hijos de mis hijos, sepan lo que realmente nos ocurrió en el caso de que se lleven adelante semejantes amenazas. La idea me la ha dado el pergamino que me dio mi padre y que se está pasando de padres a hijos de generación en generación. Es el árbol genealógico de nuestra familia, iniciado hace más de doscientos años por mi antepasado Abdalah. Árbol que abarca más de catorce generaciones y que lo guardo como mi más rico tesoro y que se lo trasmitiré a cada uno de mis tres hijos. A Zaida, la mayor; y a Abdalah y Amín, que son sus verdaderos y secretos nombres. Para que nunca los olviden y que sepan, como yo lo sé, cual es su verdadero origen y cual su religión verdadera. Como os he dicho mi verdadero nombre es Ahmed ben Zayan y soy el administrador de mi señor Bernat de Vilarig. Le llevo todas sus pertenencias. Intercedo en los conflictos que a diario surgen entre nuestros convecinos. Me guardan fiel respeto tanto los cristianos viejos como mis allegados los moriscos. Procuro cumplir las leyes y hacerlas cumplir, y mi Señor confía, según dice, ciegamente en mí. Recaudo sus impuestos, ya sean en especie como en maravedís. Administro en definitiva sus bienes, tanto del Palacio como de las tierras del Señorío. Desciendo de una familia de letrados, que dominamos varios idiomas, entre ellos el latín, el valenciano, el castellano, el árabe y el lombardo. Soy feliz en Cirat. Y más feliz lo sería si no viese amenazado mi futuro y el futuro de mis hijos. Cuando algún noble del Reino acude a nuestro Señorío y, a instancias de mi Señor, me pide consejo sobre asuntos que atañen a su servicio, yo le aconsejo según mi recto entender. A la vista de sus reacciones, pienso que me tienen en buena estima y el trato hacia mi persona es de respeto, siempre claro está, con el debido distanciamiento que debe haber entre los señores y sus vasallos. El poco tiempo libre que me queda se lo dedico a mis hijos y a mi mujer Zoraida, cuyos bordados son famosos en toda la región. Y cuando por la noche, ya rendido, tras el rezo de las oraciones, me acuesto, me es casi imposible conciliar el sueño por las terribles amenazas que se ciernen sobre nosotros. Que Allah, el Protector, se apiade de nosotros, y oriente la firmeza de nuestro Señor Bernat de Vilarig y los Prohombres que le acompañan. Y que a día de hoy se encuentran en La Corte del Rey de las Españas, haciéndole ver el perjuicio que supondría nuestro exterminio o destierro para nuestro Reino de Valencia. 2. El frontón del Moro. La leyenda. No hay camino, ni senda ni vereda que nos lleve al frontón del Moro. Ese inmenso e imponente paredón que emerge hacia el paraíso. Y eso que el trayecto es corto. Tan solo está a unos trescientos pasos desde el pilón de Royas ladera arriba. Corto sí, pero casi inaccesible. Lleno de trampas, recovecos, derrumbes, zarzales y aliagas. Así que mucho cuidado si decidís recorrer su andadura. Puede que el paisaje os atrape en sus entrañas y os sea imposible volver. A día de hoy los cristianos viejos no se atreven a ir. Pero no por miedo al camino. Otros son sus motivos. Allí yacen los restos del morisco y ciratense Yaser ben Ali, el que fue lugarteniente de Zelim Almanzor, y que tras ser derrotado, fue torturado, ajusticiado y lanzado al Muladar. Según me contó mi abuelo que era alfaquí, es decir un experto en jurisprudencia islámica y un profundo conocedor del Corán y la Sunna, y que fue protagonista de algunos de estos hechos, todo ocurrió en la primavera de 1525 (d.m.c.i. 947). Aquel mes de junio una Real Cédula nos obligó a declararnos cristianos y a cumplir los deberes que tal confesión imponía. Muchos se opusieron, entre ellos Yaser ben Ali y algunos convecinos más. Se levantaron en armas y bajo el mando del caudillo Zelim Almanzor, que fue nombrado rey de los moros, conquistaron toda la comarca. Desde Onda hasta la Vall de Uxó, la Vall de Almonacid, Eslida, Ahín, Artesa, Segorbe, Jérica y todo el valle del Mijares. Tras un largo y doloroso año de enfrentamientos y luchas, el castillo de Cirat fue de los últimos castillos en ser tomado por los cristianos en septiembre de 1526 (d.m.c.i. 948). Pero para ello tuvieron que pedir auxilio a un ejército de cuatro mil lansquenetes, soldados mercenarios alemanes al servicio de Carlos V, que pasaban por nuestro Reino. Algunos de ellos, según afirmó mi abuelo, llegaron a nuestra población, consiguiendo acabar con los últimos reductos de resistencia. Fuimos derrotados, humillados y obligados a prestar sumisión a Carlos I de las Españas y V de Alemania. Allí cogieron preso, tal como adelanté, al alzado en armas Yaser ben Ali que fue primero torturado y después ajusticiado públicamente en plena plaza mayor frente al Torreón. Y lo peor no fue que se negasen a enterrarlo en nuestro cementerio de la Cerrá, sino que, para su mayor escarnio y el de nuestras creencias, fue lanzado al Muladar como carroña para pasto de los buitres. Algunos convecinos moriscos, a pesar de la amenaza de muerte que pendía sobre el que se atreviese a tocar su cuerpo, esa misma noche bajaron al Muladar. Para no ser vistos desde el pueblo, en lugar de subir por el Camino Real, trasladaron el cuerpo, tras laboriosos esfuerzos, por una senda o bajada maderera que llegaba hasta el camino de la fuente de la Jarica y le dieron islámica sepultura. Como mandan nuestros preceptos, a los pies del enorme frontón o paredón que desde entonces se llamó del Moro, y orientado el cuerpo hacia la Meca. Alguien en los días posteriores esparció el rumor de que fue el propio Yaser, todavía malherido y no muerto como se creyó en un principio, el que arrastrándose alcanzó el paredón donde falleció. Pero antes le pidió a un pastor, que se guarecía junto a su ganado en una de las innumerables cuevas o refugios que abundan en su entorno, que lo enterrase allí mismo, en el lugar que quedó postrado. Mirando a la Meca, a siete pasos de la esquina norte del paredón y a dos varas de profundidad. Y estas fueron sus últimas palabras: “Ay del cristiano que se atreva a profanar este lugar. Caerá fulminado y su cuerpo jamás recibirá sepultura”. La maldición de Yaser corrió como la pólvora por todo el río y desde entonces, que yo sepa, ningún cristiano viejo ha osado acercarse allí. No así muchos de nosotros, que al menos una vez en nuestra vida, en secreto y a escondidas, vamos a honrar su cuerpo y recordar su arrojo y valentía. 3. El Decreto de expulsión de los moriscos. Desgraciadamente ha llegado el día más temido. Un emisario de mi Señor, esta madrugada, exhausto y casi desfallecido, ha aporreado mi puerta y me ha dado en mano un bando publicado en la capital del Reino en el día de ayer. Con la orden expresa de mi Señor de que lo coloque en la puerta de la iglesia y lo lea el alguacil cuantas veces sea necesario. Y que yo esté presente para que no haya lugar a una mala interpretación. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que a día de hoy 23 de septiembre del año 1609, en el sagrado mes del Ramadán (d.m.c.i. 1032), nuestra suerte está echada. El bando ordenado por el REY, y que va dirigido a los Grandes, Prelados, Titulados. Barones, Caballeros, Justicias, Jurados de las ciudades, villas y lugares, Bailes, Gobernadores y otros cualesquiera Ministros de S.M, ciudadanos y vecinos particulares de este Reino de Valencia, es aterrador para nosotros los moriscos. De nada han servido las protestas de nuestros Señores. De nada, aun a sabiendas de que va a suponer la ruina económica de nuestro querido y amado Reino. El bando nos obliga a estar en nuestros lugares de origen hasta nuestra expulsión a Berbería, so pena de que pasados los tres primeros días de su publicación, si nos hallasen en otro lugar, pueda cualquiera prendernos, desvalijarnos o incluso matarnos si opusiéramos resistencia. Nos envían a Berbería en galeras y navíos que ya están preparados en las costas más cercanas. Bien es verdad que se nos permite llevar lo que podamos en nuestras personas y sin que podamos sufrir maltratamiento. Pero ¿qué nos podremos llevar? Los fardos pesarán mucho y el camino es largo y fatigoso. ¿Y nuestras casas? ¿Y nuestras haciendas? Se nos prohíbe además que escondamos o enterremos aquellos de nuestros enseres que no nos podamos llevar, bajo pena de muerte. Eso sí, para que se conserven las casas, los ingenios de azúcar, las cosechas de arroz y los servicios de los regadíos y de los molinos, hasta que lleguen los nuevos pobladores y les enseñemos cómo funcionan los dichos ingenios, podremos quedarnos por cada cien casas, seis de nosotros con nuestra mujer y nuestros hijos, siempre que no estén casados. Pero ¿hasta cuándo? ¿para siempre? ¿o solo hasta que sepan manejarlos? El bando continúa hasta 13 puntos con una prolija y detallada redacción y con unas aberrantes excepciones como el punto 9 que dice “Que los mochachos y mochachas menores de cuatro años de edad que quisieren quedarse, y sus padres y curadores, siendo huérfanos, lo tuvieren por bien, no serán expelidos”. Siendo huérfanos, dice, o sea que no tengan un pasado que recordar. Y yo Ahmed ben Zayan, Administrador de todos los bienes y haciendas de mi Señor Bernat de Vilarig, descendiente de afamados y reconocidos Alfaquíes, y ciratense de más de catorce generaciones, mal que me pese y contra mi voluntad, me veo obligado a cumplir y hacer cumplir el bando. ¡Que Allah, el Protector, se apiade de mí y no me rechace en el Paraíso! 4. Últimos días. Han pasado tres semanas desde la publicación del bando. Mi señor me pidió que fuese yo, junto con mi familia, uno de los seis que se quedasen en Cirat. En un principio me sentí feliz y agradecido, pero las noticias que me llegan de los primeros moriscos llegados a Berbería son desalentadoras. Muchos han perdido sus pertenencias, algunos han fallecido durante el viaje, y los que han alcanzado su destino deambulan sin rumbo por los puertos de acogida. Así que junto con mi mujer y mis hijos tomamos una decisión. ”Aquí no nos quieren” fue lo único que dijo Zoraida, mi mujer. “Aquí no nos quieren”. Y ése fue el argumento definitivo. Nuestras vidas estarán junto a los nuestros. Y que Allah, el Protector, nos guíe en nuestra Egida y, como le ocurrió a nuestro profeta Muhammad, seamos bien acogidos en puerto de Berbería. Ese mismo día hice una copia del árbol genealógico de mi familia. Es mi bien más preciado. Y temía que durante el viaje me lo quitasen. Así que he urdido un plan para preservarlo. Como todavía falta una semana para nuestra expulsión, la noche antes de la partida me dirigiré al frontón del Moro. Por un doble motivo. El primero es verlo por última vez y rendir homenaje a Yaser ben Alí. Y el segundo, esconder allí este diario, la copia del árbol y un duplicado de la llave de mi casa. Los enterraré a ocho pasos de la esquina norte del paredón, junto a su cadáver y a una vara de profundidad. Allí nadie se atreverá a buscar. Y quien sabe si en años venideros, los tiempos cambian, y yo mismo o alguno de mis descendientes, volvemos a reencontrarlos. Será luna llena, por lo que tendré que evitar el Camino Real para no ser visto, así que seguiré la ruta que siguieron mis antepasados para enterrar a Yaser. Llegaré al barranco y un poco antes del pozo de la Bañera, por una empinada senda maderera, alcanzaré el camino de la Jarica y seguiré monte a través hasta alcanzar el frontón del Moro. Enterraré los documentos y la llave dentro de la caja metálica donde los he metido, rezaré mis oraciones y emprenderé el camino de vuelta. Al día siguiente por la mañana nos llevarán al puerto de Moncófar para embarcarnos a Berbería. Mi Señor Bernat de Vilarig, ha comprendido mis argumentos, y ha dispuesto a tres de sus más fieles sirvientes para que nos acompañen, nos protejan durante el camino y nos ayuden con nuestras pertenencias. ¡Que Allah lo guarde en su memoria y lo recompense en el Paraíso! La ghaliba il-la Allah. No hay victorioso excepto Allah. * Nota del autor: Cirat, al igual que la mayor parte de los pueblos del Alto Mijares, quedó prácticamente despoblado. La repoblación fue larga y costosa. Tuvieron que venir a la comarca gentes de la más diversa procedencia, aragoneses, mallorquines y hasta franceses de la Provence. Y no fue hasta enero de 1612 cuando se firmó ante Joachin Martí, notario público de la ciudad y del Reyno de Valencia, el “auto de passo” de la nueva población de las Baronías de Cirat, Pandiel y Tormo. En este auto de treinta y tres apartados se establecían las condiciones de la repoblación, los derechos y obligaciones que habían de cumplir tanto los señores como los nuevos pobladores. Un siglo antes en 1492 en tiempos de los Reyes Católicos se había producido la expulsión de los judíos. Con la expulsión de los moriscos, la limpieza étnica y religiosa quedó completada. Esto supuso para el Reyno de Valencia una gran pérdida de poder político y económico, hasta el punto de que cayó en una profunda depresión. Depresión de la que tardaría casi trescientos años en salir, hasta la llegada de la Renaixença en el siglo XIX. Como cada año en Cirat a 20 de agosto de 2012, Ángel Sorní. Documentos utilizados: 1. Bando de la expulsión de los moriscos del reino de Valencia, publicado en la capital el día 22 de septiembre de 1609, según se conserva en el folio 34 de la Mano 50 de Mandamientos y embargos de la córte civil de Valencia del año 1611. 2. Historia del genocidio de los musulmanes, cristianos y unitarios judíos en España. Ahmad Thomson. 3. Crónica de la provincia de Castellón de la Plana. Por Adolfo Miralles de Imperial. Edición de 1868, Editada en Madrid. Editores: Rubio, Grilo y Vitturi. 4. “Auto de passo” de la nueva población de las Baronías de Cirat, Pandiel y Tormo de 1612. El frontón del Moro. “(…) he resuelto que se saquen todos los moriscos de ese Reino, y que se echen en Berbería.” Bando de expulsión de los moriscos del reino de Valencia. 22-09-1609. 1. Ahmed ben Zayan. Estamos en septiembre del año 1609. De mi calendario islámico en 1032. Soy cristiano converso, por eso me bautizaron con el nombre de Fernando. Pero mi verdadero nombre, eso lo sé yo muy bien, es Ahmed ben Zayan. Este mes cumplo con el Ramadán tal como es preceptivo. En secreto claro. Como toda mi familia. No tengo nada que ver con el linaje de aquel Giomail ben Zayan que se enfrentó por estas tierras allá por el año 1233 (de mi calendario en 655) a Ceid Abu Zeyd, el Converso, aliado por aquel entonces del que aquí llaman Jaume Ier el Conqueridor. Y que logró obligar a Abu Zeyd a refugiarse en Segorbe, además de declarar la guerra santa o algihad al mismísimo Conqueridor. Aunque ya me hubiese gustado descender de su linaje, dicho sea de paso. Hoy comienzo este diario porque corren tiempos impredecibles. Se anuncian malos presagios para nosotros los moriscos. Se habla de nuestra persecución, de nuestra expulsión de esta tierra en la que nacieron los abuelos y los abuelos de mis abuelos en tiempos que ya ni la memoria alcanza. Se ha llegado a hablar incluso de que nos envíen a galeras de por vida o de nuestro total exterminio. Bien es verdad que nuestro señor Bernat de Vilarig i Carrós, junto con los más afamados prohombres de nuestro Reino de Valencia, ha intercedido ante el Rey de Castilla, Felipe III, para que no cometan semejantes barbaridades. Nuestras tierras se quedarían despobladas y sería la ruina y la desgracia eterna. No solo para nosotros sino para los cristianos viejos que también habitan este Reino. Que Allah, el Protector, los ayude en sus gestiones y que su intercesión llegue a buen puerto. Pero soy pesimista. Poderosas fuerzas eclesiales llevan años argumentando ante los sucesivos Reyes de las Españas con los beneficios que nuestro exterminio o expulsión conllevarían. Azuzan para ello miedos ancestrales. Que si nuestros hermanos turcos piensan reconquistar el Andalús y nosotros seríamos su punta de lanza en el interior. Que si es el único reino de Europa que todavía mantiene a su enemigo dentro. Que si continuamos siendo a pesar de nuestras apariencias herejes obstinados (y aquí tienen un punto de razón). Que si habíamos aumentado durante estas últimas décadas en número y éramos ya un peligro para su supervivencia…Aducen que tenemos problemas de integración y en palabras del duque de Lerma, valido de Felipe III, la mejor solución es la de expulsarnos, “para que estos reynos de España queden tan puros y limpios de estas gentes como conviene”. En fin, la mayor parte de ellos, falaces argumentos, pero que en definitiva han calado entre nuestros convecinos los cristianos viejos y han conseguido que se vaya extendiendo una ola de odio hacia nosotros los moriscos. Y todo hay que decirlo el rencor nuestro hacia ellos. De tal manera que las dos comunidades nos hemos ido distanciando, hasta crear una barrera de desconfianza casi infranqueable. Ya en el año 1586 (d.m.c.i. 1008), se nos prohibió que viviéramos cerca de las costas, por la posibilidad de escapada y de ayuda a la invasión que ello suponía. Hace apenas veinte años el Arzobispo Ribera de Segorbe sugirió que se nos esclavizara a todos los varones y nos llevaran a las Indias. Poco después, por los edictos de 1591 y 1593 (d.m.c.i. 1013 y 1015), nos requisaron todas las armas que teníamos en nuestras casas. Nos confiscaron las espadas, que algunos guardábamos en recuerdo de nuestros antepasados; los arcabuces, las ballestas, las picas, las lanzas y alabardas, e incluso los cuchillos que sobrepasaban una determinada medida. Ahora que lo pienso al escribir estas líneas, puede que este acto haya sido el preludio de nuestro destierro. Desarmados, poca resistencia vamos a poder ofrecer. Desde hace cuatro o cinco años, un poderosísimo predicador de enorme influencia en la corte del Rey, Fray Bleda, viene esgrimiendo argumentos a favor de nuestra masacre o nuestra expulsión. Y lo que es más grave, el Papa Clemente VIII ya declaró en su día que dichos argumentos estaban libres de todo error. Mal lo tenemos. Verdaderamente mal. Escribo todo esto para que mis hijos, y los hijos de mis hijos, sepan lo que realmente nos ocurrió en el caso de que se lleven adelante semejantes amenazas. La idea me la ha dado el pergamino que me dio mi padre y que se está pasando de padres a hijos de generación en generación. Es el árbol genealógico de nuestra familia, iniciado hace más de doscientos años por mi antepasado Abdalah. Árbol que abarca más de catorce generaciones y que lo guardo como mi más rico tesoro y que se lo trasmitiré a cada uno de mis tres hijos. A Zaida, la mayor; y a Abdalah y Amín, que son sus verdaderos y secretos nombres. Para que nunca los olviden y que sepan, como yo lo sé, cual es su verdadero origen y cual su religión verdadera. Como os he dicho mi verdadero nombre es Ahmed ben Zayan y soy el administrador de mi señor Bernat de Vilarig. Le llevo todas sus pertenencias. Intercedo en los conflictos que a diario surgen entre nuestros convecinos. Me guardan fiel respeto tanto los cristianos viejos como mis allegados los moriscos. Procuro cumplir las leyes y hacerlas cumplir, y mi Señor confía, según dice, ciegamente en mí. Recaudo sus impuestos, ya sean en especie como en maravedís. Administro en definitiva sus bienes, tanto del Palacio como de las tierras del Señorío. Desciendo de una familia de letrados, que dominamos varios idiomas, entre ellos el latín, el valenciano, el castellano, el árabe y el lombardo. Soy feliz en Cirat. Y más feliz lo sería si no viese amenazado mi futuro y el futuro de mis hijos. Cuando algún noble del Reino acude a nuestro Señorío y, a instancias de mi Señor, me pide consejo sobre asuntos que atañen a su servicio, yo le aconsejo según mi recto entender. A la vista de sus reacciones, pienso que me tienen en buena estima y el trato hacia mi persona es de respeto, siempre claro está, con el debido distanciamiento que debe haber entre los señores y sus vasallos. El poco tiempo libre que me queda se lo dedico a mis hijos y a mi mujer Zoraida, cuyos bordados son famosos en toda la región. Y cuando por la noche, ya rendido, tras el rezo de las oraciones, me acuesto, me es casi imposible conciliar el sueño por las terribles amenazas que se ciernen sobre nosotros. Que Allah, el Protector, se apiade de nosotros, y oriente la firmeza de nuestro Señor Bernat de Vilarig y los Prohombres que le acompañan. Y que a día de hoy se encuentran en La Corte del Rey de las Españas, haciéndole ver el perjuicio que supondría nuestro exterminio o destierro para nuestro Reino de Valencia. 2. El frontón del Moro. La leyenda. No hay camino, ni senda ni vereda que nos lleve al frontón del Moro. Ese inmenso e imponente paredón que emerge hacia el paraíso. Y eso que el trayecto es corto. Tan solo está a unos trescientos pasos desde el pilón de Royas ladera arriba. Corto sí, pero casi inaccesible. Lleno de trampas, recovecos, derrumbes, zarzales y aliagas. Así que mucho cuidado si decidís recorrer su andadura. Puede que el paisaje os atrape en sus entrañas y os sea imposible volver. A día de hoy los cristianos viejos no se atreven a ir. Pero no por miedo al camino. Otros son sus motivos. Allí yacen los restos del morisco y ciratense Yaser ben Ali, el que fue lugarteniente de Zelim Almanzor, y que tras ser derrotado, fue torturado, ajusticiado y lanzado al Muladar. Según me contó mi abuelo que era alfaquí, es decir un experto en jurisprudencia islámica y un profundo conocedor del Corán y la Sunna, y que fue protagonista de algunos de estos hechos, todo ocurrió en la primavera de 1525 (d.m.c.i. 947). Aquel mes de junio una Real Cédula nos obligó a declararnos cristianos y a cumplir los deberes que tal confesión imponía. Muchos se opusieron, entre ellos Yaser ben Ali y algunos convecinos más. Se levantaron en armas y bajo el mando del caudillo Zelim Almanzor, que fue nombrado rey de los moros, conquistaron toda la comarca. Desde Onda hasta la Vall de Uxó, la Vall de Almonacid, Eslida, Ahín, Artesa, Segorbe, Jérica y todo el valle del Mijares. Tras un largo y doloroso año de enfrentamientos y luchas, el castillo de Cirat fue de los últimos castillos en ser tomado por los cristianos en septiembre de 1526 (d.m.c.i. 948). Pero para ello tuvieron que pedir auxilio a un ejército de cuatro mil lansquenetes, soldados mercenarios alemanes al servicio de Carlos V, que pasaban por nuestro Reino. Algunos de ellos, según afirmó mi abuelo, llegaron a nuestra población, consiguiendo acabar con los últimos reductos de resistencia. Fuimos derrotados, humillados y obligados a prestar sumisión a Carlos I de las Españas y V de Alemania. Allí cogieron preso, tal como adelanté, al alzado en armas Yaser ben Ali que fue primero torturado y después ajusticiado públicamente en plena plaza mayor frente al Torreón. Y lo peor no fue que se negasen a enterrarlo en nuestro cementerio de la Cerrá, sino que, para su mayor escarnio y el de nuestras creencias, fue lanzado al Muladar como carroña para pasto de los buitres. Algunos convecinos moriscos, a pesar de la amenaza de muerte que pendía sobre el que se atreviese a tocar su cuerpo, esa misma noche bajaron al Muladar. Para no ser vistos desde el pueblo, en lugar de subir por el Camino Real, trasladaron el cuerpo, tras laboriosos esfuerzos, por una senda o bajada maderera que llegaba hasta el camino de la fuente de la Jarica y le dieron islámica sepultura. Como mandan nuestros preceptos, a los pies del enorme frontón o paredón que desde entonces se llamó del Moro, y orientado el cuerpo hacia la Meca. Alguien en los días posteriores esparció el rumor de que fue el propio Yaser, todavía malherido y no muerto como se creyó en un principio, el que arrastrándose alcanzó el paredón donde falleció. Pero antes le pidió a un pastor, que se guarecía junto a su ganado en una de las innumerables cuevas o refugios que abundan en su entorno, que lo enterrase allí mismo, en el lugar que quedó postrado. Mirando a la Meca, a siete pasos de la esquina norte del paredón y a dos varas de profundidad. Y estas fueron sus últimas palabras: “Ay del cristiano que se atreva a profanar este lugar. Caerá fulminado y su cuerpo jamás recibirá sepultura”. La maldición de Yaser corrió como la pólvora por todo el río y desde entonces, que yo sepa, ningún cristiano viejo ha osado acercarse allí. No así muchos de nosotros, que al menos una vez en nuestra vida, en secreto y a escondidas, vamos a honrar su cuerpo y recordar su arrojo y valentía. 3. El Decreto de expulsión de los moriscos. Desgraciadamente ha llegado el día más temido. Un emisario de mi Señor, esta madrugada, exhausto y casi desfallecido, ha aporreado mi puerta y me ha dado en mano un bando publicado en la capital del Reino en el día de ayer. Con la orden expresa de mi Señor de que lo coloque en la puerta de la iglesia y lo lea el alguacil cuantas veces sea necesario. Y que yo esté presente para que no haya lugar a una mala interpretación. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que a día de hoy 23 de septiembre del año 1609, en el sagrado mes del Ramadán (d.m.c.i. 1032), nuestra suerte está echada. El bando ordenado por el REY, y que va dirigido a los Grandes, Prelados, Titulados. Barones, Caballeros, Justicias, Jurados de las ciudades, villas y lugares, Bailes, Gobernadores y otros cualesquiera Ministros de S.M, ciudadanos y vecinos particulares de este Reino de Valencia, es aterrador para nosotros los moriscos. De nada han servido las protestas de nuestros Señores. De nada, aun a sabiendas de que va a suponer la ruina económica de nuestro querido y amado Reino. El bando nos obliga a estar en nuestros lugares de origen hasta nuestra expulsión a Berbería, so pena de que pasados los tres primeros días de su publicación, si nos hallasen en otro lugar, pueda cualquiera prendernos, desvalijarnos o incluso matarnos si opusiéramos resistencia. Nos envían a Berbería en galeras y navíos que ya están preparados en las costas más cercanas. Bien es verdad que se nos permite llevar lo que podamos en nuestras personas y sin que podamos sufrir maltratamiento. Pero ¿qué nos podremos llevar? Los fardos pesarán mucho y el camino es largo y fatigoso. ¿Y nuestras casas? ¿Y nuestras haciendas? Se nos prohíbe además que escondamos o enterremos aquellos de nuestros enseres que no nos podamos llevar, bajo pena de muerte. Eso sí, para que se conserven las casas, los ingenios de azúcar, las cosechas de arroz y los servicios de los regadíos y de los molinos, hasta que lleguen los nuevos pobladores y les enseñemos cómo funcionan los dichos ingenios, podremos quedarnos por cada cien casas, seis de nosotros con nuestra mujer y nuestros hijos, siempre que no estén casados. Pero ¿hasta cuándo? ¿para siempre? ¿o solo hasta que sepan manejarlos? El bando continúa hasta 13 puntos con una prolija y detallada redacción y con unas aberrantes excepciones como el punto 9 que dice “Que los mochachos y mochachas menores de cuatro años de edad que quisieren quedarse, y sus padres y curadores, siendo huérfanos, lo tuvieren por bien, no serán expelidos”. Siendo huérfanos, dice, o sea que no tengan un pasado que recordar. Y yo Ahmed ben Zayan, Administrador de todos los bienes y haciendas de mi Señor Bernat de Vilarig, descendiente de afamados y reconocidos Alfaquíes, y ciratense de más de catorce generaciones, mal que me pese y contra mi voluntad, me veo obligado a cumplir y hacer cumplir el bando. ¡Que Allah, el Protector, se apiade de mí y no me rechace en el Paraíso! 4. Últimos días. Han pasado tres semanas desde la publicación del bando. Mi señor me pidió que fuese yo, junto con mi familia, uno de los seis que se quedasen en Cirat. En un principio me sentí feliz y agradecido, pero las noticias que me llegan de los primeros moriscos llegados a Berbería son desalentadoras. Muchos han perdido sus pertenencias, algunos han fallecido durante el viaje, y los que han alcanzado su destino deambulan sin rumbo por los puertos de acogida. Así que junto con mi mujer y mis hijos tomamos una decisión. ”Aquí no nos quieren” fue lo único que dijo Zoraida, mi mujer. “Aquí no nos quieren”. Y ése fue el argumento definitivo. Nuestras vidas estarán junto a los nuestros. Y que Allah, el Protector, nos guíe en nuestra Egida y, como le ocurrió a nuestro profeta Muhammad, seamos bien acogidos en puerto de Berbería. Ese mismo día hice una copia del árbol genealógico de mi familia. Es mi bien más preciado. Y temía que durante el viaje me lo quitasen. Así que he urdido un plan para preservarlo. Como todavía falta una semana para nuestra expulsión, la noche antes de la partida me dirigiré al frontón del Moro. Por un doble motivo. El primero es verlo por última vez y rendir homenaje a Yaser ben Alí. Y el segundo, esconder allí este diario, la copia del árbol y un duplicado de la llave de mi casa. Los enterraré a ocho pasos de la esquina norte del paredón, junto a su cadáver y a una vara de profundidad. Allí nadie se atreverá a buscar. Y quien sabe si en años venideros, los tiempos cambian, y yo mismo o alguno de mis descendientes, volvemos a reencontrarlos. Será luna llena, por lo que tendré que evitar el Camino Real para no ser visto, así que seguiré la ruta que siguieron mis antepasados para enterrar a Yaser. Llegaré al barranco y un poco antes del pozo de la Bañera, por una empinada senda maderera, alcanzaré el camino de la Jarica y seguiré monte a través hasta alcanzar el frontón del Moro. Enterraré los documentos y la llave dentro de la caja metálica donde los he metido, rezaré mis oraciones y emprenderé el camino de vuelta. Al día siguiente por la mañana nos llevarán al puerto de Moncófar para embarcarnos a Berbería. Mi Señor Bernat de Vilarig, ha comprendido mis argumentos, y ha dispuesto a tres de sus más fieles sirvientes para que nos acompañen, nos protejan durante el camino y nos ayuden con nuestras pertenencias. ¡Que Allah lo guarde en su memoria y lo recompense en el Paraíso! La ghaliba il-la Allah. No hay victorioso excepto Allah. * Nota del autor: Cirat, al igual que la mayor parte de los pueblos del Alto Mijares, quedó prácticamente despoblado. La repoblación fue larga y costosa. Tuvieron que venir a la comarca gentes de la más diversa procedencia, aragoneses, mallorquines y hasta franceses de la Provence. Y no fue hasta enero de 1612 cuando se firmó ante Joachin Martí, notario público de la ciudad y del Reyno de Valencia, el “auto de passo” de la nueva población de las Baronías de Cirat, Pandiel y Tormo. En este auto de treinta y tres apartados se establecían las condiciones de la repoblación, los derechos y obligaciones que habían de cumplir tanto los señores como los nuevos pobladores. Un siglo antes en 1492 en tiempos de los Reyes Católicos se había producido la expulsión de los judíos. Con la expulsión de los moriscos, la limpieza étnica y religiosa quedó completada. Esto supuso para el Reyno de Valencia una gran pérdida de poder político y económico, hasta el punto de que cayó en una profunda depresión. Depresión de la que tardaría casi trescientos años en salir, hasta la llegada de la Renaixença en el siglo XIX. Como cada año en Cirat a 20 de agosto de 2012, Ángel Sorní. Documentos utilizados: 1. Bando de la expulsión de los moriscos del reino de Valencia, publicado en la capital el día 22 de septiembre de 1609, según se conserva en el folio 34 de la Mano 50 de Mandamientos y embargos de la córte civil de Valencia del año 1611. 2. Historia del genocidio de los musulmanes, cristianos y unitarios judíos en España. Ahmad Thomson. 3. Crónica de la provincia de Castellón de la Plana. Por Adolfo Miralles de Imperial. Edición de 1868, Editada en Madrid. Editores: Rubio, Grilo y Vitturi. 4. “Auto de passo” de la nueva población de las Baronías de Cirat, Pandiel y Tormo de 1612.