Revista Cultura y Ocio

El fuego que llevamos dentro

Publicado el 18 julio 2016 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Este fin de semana ha sido un caos absoluto. Ocurre en todas las mudanzas, en todas mis mudanzas. Pasas días empaquetando, gastando rollos y rollos de cinta de embalar, apilando objetos, recogiendo recuerdos dicotómicos  —o se hace imposible separarte de ellos: el libro que te regaló aquella chica que fue especial, una pluma estilográfica de tu abuelo que nunca aprendiste a usar; o no les ves utilidad alguna: antes o después, esos son mayoría—, y vuelves a empezar.

Te acompañan muebles que han envejecido contigo, útiles que harán algo más confortable ese cambio que te recuerda quién eres, y una extraña sensación que siempre viaja entre la expectación y el miedo al cambio.

Gatos durante la mudanza
Conseguimos hacer la mudanza pese a la resistencia pasiva de nuestros gatos.

Por mi parte, todo salió mal, pero ya estamos acostumbrados: no se perdieron las llaves de la furgoneta que alquilamos para la mudanza, sino también las de mi coche (¡dos por uno!); no hubo forma de mover todos los muebles, ni de desempaquetar, y reorganizar aquello que nos habíamos propuesto: el tiempo se nos vino encima; nada salió como estaba previsto, porque eso ocurre muy pocas veces en la vida. Quizá nos cabreamos menos, o nos relajamos más, si bien un cambio de casa no difiere mucho de una visita al dentista: jode, pero, cada vez que vuelves, eres más estoico, y tiras para adelante con mayor soltura.

Había seis cosas por las que preocuparse por encima del resto: los perros, los gatos, el pájaro; una vez todos estaban aquí y los típicos nervios propios del desconcierto se habían diluido, solo quedaba empezar a acostumbrarnos a la nueva casa: campo y ciudad, el Ensanche y el Baix Llobregat, playa y montaña, silencio frente a zumbido constante, y muchas otras cosas, inadvertidas en un primer momento: aire, pájaros, tierra, verde, pero verde de verdad, recogimiento…

Fuego y brasas

No es cuestión de mejor o peor —esos términos no sirven—, si bien a medida que las horas pasaban, y las personas que nos habían ayudado a mover media vida de arriba para abajo se despedían, tuve la certeza de que podía acostumbrarme a esto, de nuevo, más rápido de lo esperado. Porque no hay mejor o peor fuera de uno mismo.

Sin embargo, hay algo que todos compartimos, y es la ilusión por las pequeñas cosas. En mi caso, cuando pude librarme del yugo (férreo) de la jefa de empaquetado y desempaquetado, corrí hacia el terreno anexo a la vivienda y empecé a recoger ramas, y ramas, y troncos, y cortezas, e hice un fuego.

Los engañé a todos; les hice creer que iba a tostar pan, y verduras, y, bueno, lo hice; pero sobre todo me quedé allí plantado, junto a los perros, tirando madera cada vez más grande a las llamas y haciendo brasas y más brasas, mientras las observaba, quieto, buscando esa memoria histórica de la que hablaba Hegel, y que todos llevamos dentro.


Volver a la Portada de Logo Paperblog