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El fuera de juego del Arsenal – David Blay

Publicado el 05 junio 2014 por Premierlspain

Quizá la generación tablet no haya visto Full Monty. Si es así, los menores de 25 años ya tardan en buscar una de las más grandes joyas del cine indie de los últimos tiempos y prepararse a reír. No tiene efectos especiales. No salían (en su momento) actores consagrados. Pero fue capaz de introducir en el mundo dos conceptos que, aunque no lo parezca, no estaban a finales del siglo XX tan extendidos como hoy: la beatificación de los losers y el ambiente de pintas, lluvia y testosterona que precede a un partido de fútbol en la Inglaterra profunda.

Por si es verdad lo que escribo arriba y nuestros jóvenes de hoy día no han disfrutado de tamaña joya, les espoilearé una escena. Resulta que el film trata sobre cuatro hombres fracasados que para conseguir dinero sólo atisban la posibilidad de recaudar fondos haciendo un striptease. Y, como buenos machos que son, su descoordinación inicial no conoce límites… hasta que introducen un concepto futbolístico para vertebrar su baile. “El fuera de juego del Arsenal” es la frase que esgrime uno de los protagonistas para tratar de conseguir la alineación perfecta de los cuerpos sobre el escenario. Y, por arte de magia, el lap dance comienza a tomar forma.

Para entender esta frase hay que retrotraerse primero a los años 20, cuando los gunners inventaron y perfeccionaron el fuera de juego. Pero, sobre todo, esta historia debe pivotar sobre cuatro nombres legendarios. Aquellos que marcaron dos épocas en una: la del juego más feo y destructivo que la Premier haya conocido y, a la vez, la que consagró a cuatro malas bestias como la máquina de defender mejor engrasada de la historia del fútbol inglés.

Dixon, Adams, Keown y Winterburn formaron durante tanto tiempo la zaga de los de Highbury; hubo padres que les vieron recién casados y observaron sus retiradas cuando tomaban pintas con los hijos que entonces no habían ni nacido. Pero, sobre todo, sostuvieron la época inicial de Arsène Wenger en el banquillo londinense, permitiéndole fichar jovenzuelos con un talento desvergonzado para el ataque mientras ellos tiraban de galones y veteranía para que no le marcaran demasiados goles a Seaman. Cosa complicada, por otra parte.

Hoy, ese símbolo, el del fuera de juego del Arsenal, enmarca lo que le está ocurriendo al nuevo inquilino del Fly Emirates Stadium. Y apunta al final de uno de los pocos ciclos que puede sostenerle directamente la mirada (en años, que no en títulos) al de Sir Alex Ferguson al frente del Manchester United. Uno se pregunta por qué nunca volvieron las glorias wengerianas de Bergkamp y Henry a deleitar a los aficionados de la City. Y quizá la alegoría del fuera de juego sea la más idónea para explicarlo. En aquellos tiempos, ni siquiera hacía falta un buen portero. Poco ha cambiado eso desde entonces, porque nunca ha jugado de local uno de los Top 3 de la Liga Inglesa. Pero sí una buena defensa, porque por mucho que haya cambiado el fútbol británico, si quieres alinear únicamente talento del centro del campo hacia arriba necesitas algún carnicero que otro atrás. Esto es football, no fútbol ni futebol.

Pero, sobre todo, el perfil del buen ojo del técnico francés ha ido variando hasta la creencia en la infalibilidad que tienen aquellos que inician con éxito una aventura arriesgada. Por explicarme: los primeros young boys que se ficharon no eran todavía los mejores del planeta en su puesto, pero Monsieur Arséne vio en ellos el potencial que otros no fueron capaces de atisbar. Y no hablo sólo del eterno Thierry, sino de perfiles como el de Lauren. O hasta el del primer José Antonio Reyes que aterrizó en Heatrow.

A mí me encanta Cazorla. Y Arteta. Y también Özil. Pero les falta el gen competitivo. Han pagado mucho por ellos cuando ya no eran tan jóvenes. Y soportan la historia de lo que fue el club hace más de 10 años. Y de lo que se espera que vuelva a ser. Pero nunca se consigue. Ni siquiera en esta temporada, donde todo parecía volver a tener magia.

Este es el actual offside del Arsenal. Y parece que, por mucho que intente dar pases entre líneas, nunca va a poder ser capaz de salir de nuevo de la trampa que él mismo inventó.

DAVID BLAY


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