Edición: Lumen, 2018Páginas: 192ISBN: 9788426405326Precio: 17,90 € (e-book: 8,99 €)
Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990), poeta y periodista implicada con el feminismo y la cultura millennial, ha debutado en la ficción con El funeral de Lolita(Lumen, 2018), que tiene su origen en un relato que su editora le sugirió convertir en novela. Helena, la protagonista, tiene treinta años, vive con su novio en Barcelona y trabaja como crítica de gastronomía en un medio de comunicación muy cool. En apariencia, la vida le sonríe, pero su orden personal se tambalea cuando recibe un mensaje de una amiga del instituto, en Alcalá de Henares, residuo de una existencia que Helena se ha esforzado por dejar atrás: Roberto, su profesor de lengua, ha fallecido. La noticia reaviva viejos fantasmas, el recuerdo de un despertar traumático, ya que Roberto, además de recomendarle libros, hizo de ella su Lolita particular. Ahora, Helena regresa a Madrid para acudir al tanatorio, donde se encuentra con la viuda de su profesor y con unas heridas que todavía no han cicatrizado.Muchas lecturas han hecho hincapié en la relación de la novela con la obra de Nabokov: la voluntad de narrar el punto de vista de la víctima. No obstante, más que en la ambición de versionar un clásico, el núcleo de El funeral de Lolita se asienta en ese «viaje al pasado» de Helena, que conlleva el recuerdo de un abuso, pero también entraña otros temas, en los que se aprecia un revestimiento millennial, o, dicho de otro modo, conflictos que afectan a los coetáneos de la protagonista. Para empezar, Helena encarna a una mujer adulta que, sin embargo, sigue siendo frágil, sigue sufriendo por las pérdidas tempranas de sus padres (la muerte es un elemento omnipresente en el libro) y por los episodios de abusos. Ha construido una existencia estable según los parámetros sociales (casa, pareja, empleo); con todo, esa existencia posee la naturaleza de un salvavidas, más que de un pilar firme, porque ella se mueve por la necesidad de huir, de escapar de los problemas sin llegar a asimilarlos. Este malestar se manifiesta en la búsqueda de satisfacción inmediata, bien en el sexo (admite épocas de descontrol), bien en los atracones (todo lo relativo a la comida se potencia por su trabajo: olores, asociaciones con recuerdos). Helena navega en esa pulsión, entre calmar la inquietud con el placer y el posterior sentimiento de culpa por haberse dejado llevar. Estos aspectos de la protagonista, su tendencia al «desborde», su miedo a perder el control, están mejor planteados que la reconstrucción en sí de lo ocurrido con Roberto. Helena, por otro lado, tiene otras carencias, relacionadas con su estilo de vida, que se contraponen con el camino que ha seguido su amiga: Helena, «moderna», lejos de su localidad natal, urbanita, viajera, activa en redes; Rocío, «tradicional», casada, embarazada, con una profesión estable, discreta en su exposición online. La paradoja reside en que, a pesar de que Helena está más conectada a la red, no sabe nada de su amiga, mientras que Rocío, sin hacerse notar, no le ha perdido la pista; la doble cara de las redes. Contrapone asimismo a los hombres de su vida: Sébastien, su pareja, los altibajos, las riñas, los celos; Eudald, su jefe, maduro, protector; y Roberto, la seducción, la lectura febril, la dominación en una etapa vulnerable de Helena.En general, El funeral de Lolita interesa más por lo que insinúa (la pérdida de anclaje en la sociedad contemporánea, la canalización del trastorno, la pérdida, el revestimiento millennial) que como proyecto acabado. En suma, Luna Miguel posee un repertorio de afinidades claro, pero el paso a la narrativa le ha quedado grande en esta primera novela. El texto resulta deslavazado, se nota el esfuerzo por «alargar» el relato. Su estilo ágil facilita la lectura, pero tiene mucho relleno que dispersa y disminuye la tensión: le sobran enumeraciones, mensajes de WhatsApp, el diario, las pequeñas reflexiones para «engordar» la novela que no aportan información esencial (como cuando compara restaurantes o habla de las malas artes del sector cultural; vacuidades que quizá encajarían en otro libro, pero aquí desvían la atención de la trama de Helena). Habría funcionado mejor como un texto breve, concentrado, tenso, aunque se quedara en un relato y no alcanzara la extensión de una novela.
Luna Miguel
Por otro lado, se aprecia cierta indefinición, no parece saber adónde quiere llegar con esta historia (algo normal en una primera novela). El encuentro entre la protagonista y la viuda de Roberto, por ejemplo, se posterga y posterga, no llega a desempeñar ese papel de escena fundamental que se preveía. Tampoco la reconstrucción de su adolescencia es tan primordial como cabía suponer en un principio. La narración cae en el tedio durante la mayor parte de la novela, va tanteando, ahora la comida, ahora el jefe, ahora la amiga. El desenlace tiene un punto de humor absurdo, que recuerda a las primeras obras de Amélie Nothomb, con un simbolismo del cabello como contenedor de las cargas quizá demasiado evidente. En cualquier caso, el problema no es el imaginario de la autora sino la falta de fuste. Donde no le alcanza la narración, se asoma la Luna Miguel poeta y la Luna Miguel periodista. Y, aunque domine esos registros, una novela es otra cosa.