El fútbol base y la mala educación de los padres

NUNCA me ha gustado formar parte de eso que llaman el fútbol base. No porque no valore la espectacular labor desinteresada que realizan los clubes ni sus entrenadores, sino porque no soporto a esa cantidad de padres y abuelos que llaman a sus niños Messi y que están convencidos de que tienen en sus manos un diamante en bruto. Dicho lo cual, ahora que sufro cada semana con los partidos del mayor de mis criaturas, asisto a comportamientos que van más allá del mero -y en el fondo inofensivo- sueño de tener a una estrella en ciernes en la familia. Porque eso, más allá de las ambiciones personales de cada cual, no deja de ser cachondeable en la mayoría de los casos. Lo que no me hace ninguna gracia es ver a padres que insultan a árbitros, que generan tensión en los niños o que convierten la fiesta del partido semanal en un mar de lágrimas por perder un partido. Sus gritos, su comportamiento de hincha de barra brava argentina, es un insulto para el fútbol modesto. Sus ademanes agresivos contra los árbitros, que no dejan de ser chavales, los convierten en matones de barriada marginal. ¿Qué ejemplo se le da a unos niños que ven a su padre insultar a un árbitro porque se ha equivocado al señalar una falta o un saque de banda? No estamos hablando ya de que ha señalado cuatro penaltis en contra de tu equipo, no. No es eso. Es el berrinche por el berrinche, el insulto fácil, la tensión que crean en sus propios hijos y en los de los demás. 

Cuando veo esto lo único que hago es mirar al cielo y rezar para que esa fiebre del fútbol que a mi hijo le entró con apenas ocho meses, mientras veía entrenar al Cádiz de Espárrago en los brazos de su padre en un Carranza vacío, se le pase, para que disfrute del balón con sus amigos sin tener que aguantar a ningún mal educado que descarga su frustración de futbolista chungo y fracasado los sábados por la mañana con otros más bajitos que él.

Publicación original 

Manuel Espinosa Diario de Cadiz. Futbol Base y mas