En Cuba cada vez son más los niños pegando patadas a un balón por las calles de La Habana o cualquier otra provincia. Esta es una realidad. Cuando jugadores profesionales norteamericanos de béisbol van a dar un cursillo al maltrecho estadio de Matanzas, a sesenta kilómetros de la capital, los niños no llevan como antaño camisetas de los Yankees, los Dodgers o los Piratas de Pittsburgh, sino del Barça, el Bayern y el Madrid.
Durante la Revolución, Cuba ha sido un país de béisbol. El renacimiento del fútbol cubano tiene una doble vertiente. Por un lado, su creciente popularidad (sobre todo entre los jóvenes), ya que jugarlo resulta mucho más barato que el béisbol, que requiere bate, guantes y una indumentaria cara en una isla donde no se atan los perros con longaniza, embargo o no embargo. Y a que mientras la televisión nacional sólo retransmite en diferido, los domingos por la noche, un partido de pelota, en cambio cualquiera que tenga una parabólica ve jugar constantemente al Barça, la Juve, el Manchester United o el Galaxy de Los Ángeles. Y así es como se hace afición.
“A partir de ahora todo deportista cubano tiene la obligación de amar su deporte por lo que es, y no por el dinero que le puede reportar”, dictaminó Fidel en 1961, dos años después de derrocar al régimen de Batista.
El profesionalismo quedó prohibido, y centenares de estrellas del béisbol (y otros deportes) aprovecharon sus viajes a los Estados Unidos para escaparse por las escaleras de incendios de los hoteles o perderse en los centros comerciales de Dallas o Houston. Lo próximo que se sabía de ellos es que habían solicitado asilo político y firmado un contrato millonario con los Cardenales de San Luis (comprensible si se tiene en cuenta que un atleta de élite en Cuba no gana más de un centenar de dólares al mes).
Pero desde el año pasado, y con la bendición de Raúl Castro, los futbolistas pueden jugar en el extranjero, y además seguir siendo convocados por la selección nacional, siempre y cuando paguen los impuestos en la isla, y ese es el segundo factor en el auge del balompié.
Por el momento sólo tres jugadores se han amparado en el cambio de legislación: Abel Martínez, Maykel Reyes (ambos han fichado por los equipos inferiores del Cruz Azul mexicano) y Jorge Luis Corrales (Miami FC, de la segunda división de la North American Soccer League). Vamos, que entre ellos no hay ningún Messi ni se va a suscitar ninguna cuestión sobre dónde han de contribuir por sus derechos de imagen. Pero a veces la importancia está en los símbolos, y aquí la clave es que deportistas cubanos luzcan sus atributos en el extranjero sin necesidad de haberse exilado, y cuando estén lesionados puedan regresar a comer unas masitas de cerdo en la Bodeguita del Medio, o tomarse unos mojitos en el Floridita con el fantasma de Hemingway.
“¿Qué es un millón de dólares comparado con el amor de ocho millones de cubanos?”, decía el campeón olímpico de boxeo Téofilo Stevenson para explicar su decisión de no hacerse profesional. Pero ni siquiera hace falta tanto dinero. Para quienes se benefician de las flexibilizaron de Obama, del auge del turismo y la progresiva apertura al sector privado, hasta cincuenta dólares pueden ser una pequeña fortuna.
Con información de La Vanguardia, periodista Rafael Ramos.
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