El autor.
El Mundial ha hecho posible que deje de postear más seguido en Tierraliteraria. Y ahora que faltan tan sólo 8 partidos y que hoy no hay árbitros atizando el juego, vuelvo al ruedo. Es precisamente el fútbol uno de los temas que nos presenta Juan Esteban Constaín en su nueva novela titulada ¡Calcio!!. Continua el camino hacia las novelas históricas. No imagino unMundial en pleno Siglo XVI. El espectador entrevista al autor:
Es 20 de febrero. El año: 1530. Los florentinos llevan meses resistiendo el embate de las tropas españolas. Meses de frío y hambre, de peste. Los soldados de Carlos V no han podido con la insolencia ni con las murallas de Florencia y, combinando todas las formas de lucha, han decidido resolver el asunto jugando al fútbol. Bueno, es un decir. En realidad juegan al calcio, juego de pelota de los florentinos, a través del cual los italianos y españoles se jugarían, durante esa mañana medieval, la libertad y la honra.
Es una ficción. Una ficción dispuesta a desafiar a aquellos que piensan que “el juego es sólo juego, y que el hombre lo asume sólo para divertirse”. Así lo asegura uno de los personajes de ¡Calcio!, la nueva novela del joven escritor colombiano Juan Esteban Constaín, un homenaje al fútbol y a la historia, y una divertida reflexión sobre las guerras que se libran a pie de página. Porque “el deporte es la guerra de nuestra época, y el honor que sus proezas regalan vale tanto como antes valían las conquistas y los asedios y los mares”.
Tan sólo unos días después de haber lanzado al mercado su tercer libro de ficción (en 2004 publicó Los mártires, un compendio de relatos; y en 2007, su primera novela, El naufragio del Imperio), Juan Esteban Constaín se tomó su tiempo para hablar con El Espectador del calcio, de Maradona y de su participación en el Festival Malpensante.
El protagonista de ¡Calcio! es Arnaldo Momigliano, un brillante y joven profesor de Oxford que pone patas arriba a Gran Bretaña al sugerir que los ingleses no inventaron el fútbol. ¿Cómo llegó Momigliano a su vida?
En mi disciplina académica, Arnaldo Momigliano es mi mayor ídolo. Lo empecé a leer hace mucho tiempo. Y desde el primer día me deslumbró. Fue quizás el mayor erudito contemporáneo sobre el mundo griego y romano. Y escribía con una gracia, un encanto, una fluidez y un humor descomunales. Ahí encontré un modelo y una inspiración muy grandes. Sobre todo en la actitud: Momigliano me enseñó que la erudición y el conocimiento podían ser un instrumento para la felicidad y la dicha. Con él descubrí que se puede hacer una cosa muy exhaustiva y minuciosa y a la vez estarle mamando gallo a todo el mundo.
Y un día, usted resuelve escribir una novela en la que su ídolo descubre que en Italia se inventaron el fútbol…
Yo sabía de la historia del calcio desde que estudié historia medieval e historia del Renacimiento. Era un juego más parecido al rugby de nuestros días que al fútbol. Un deporte violento, más áspero. Nunca me había llamado particularmente la atención, hasta el 2008, en un verano en Florencia. Se jugaba la semifinal de la Uefa entre los Rangers de Glasgow y la Fiorentina. Yo tenía que escribir una columna para El Espectador —no sabía qué escribir—, y me acordé del juego del calcio, me fui a una librería, me compré un librito y me puse a leer anécdotas deliciosas. Entre ellas encontré la historia de cuando los Florentinos estaban cercados por Carlos V, el Emperador del mundo, y desde afuera el emperador les prohibió hacer carnavales y juegos. Los florentinos, para desafiar al emperador, hicieron un partido de calcio memorable, el 17 de febrero de 1530, y lo lograron. Carlos V les echó bala y no lo lograron. Entonces supuse que los españoles, siendo como eran, con ese sentido del honor y de hidalguía tan arraigados, debieron haber jugado también contra los florentinos. Y ahí se me reveló la novela.
Usted escribe que “los deportes son reveladores a la hora de comprender el carácter de un pueblo”, ¿cómo se le revela Colombia a través de su fútbol?
Los colombianos somos tremendamente insolentes. Somos capaces de lo más grande y de lo más bajo, y no podemos encontrar un justo medio. A la hora de la ejecución de las empresas, podemos empatar con Nicaragua y ganarle 5-0 a Argentina. El objetivo en realidad del colombiano es demostrarse que es capaz de las cosas, aunque sepa que las cosas nunca le van a pertenecer. Y eso hace parte del destino nacional. Aquí somos conscientes de que somos dueños de una cantidad de posibilidades maravillosas para ser, pero también tenemos la conciencia permanente de que no somos capaces. Y en el fútbol eso se ve clarísimo: los jugadores no son disciplinados; son espontáneos y desordenados; tienen talento, pero no tienen juicio; tienen ideas, pero no tienen método. En el plano estético, tienen todo ese folclorismo desenfrenado del alma nacional que nos lleva a unos uniformes bochornosos; las mallas están rotas y los estadios están destartalados...
Y no es que los recursos escaseen…
Claro que no. Como en el país. Mire la clase dirigente del fútbol, es el correlato en el deporte de la clase dirigente colombiana.
“¡Calcio!” Está dedicada a Maradona, ¿por qué?
A mí me encanta Maradona. Y mi admiración es una admiración como debe ser: no oculta sus defectos, sino surge a partir de ellos mismos. Me encantaba cuando jugaba, pues él era la encarnación perfecta de la argentinidad: un tipo gordo, bajito, vicioso, con una cantidad de defectos, y sin embargo tenía un talento descomunal y a golpe de talento omitió todos sus defectos para construir un proyecto futbolístico que en realidad era un proyecto estético y artístico. Además, a mí me parece terrible que estemos acostumbrados a buscar héroes que nos rediman de nuestras miserias con sus proezas. Siempre queremos que la gente que hace las cosas bien, sean también sujetos moralmente impecables. Y a Maradona se le pedía que fuera un hombre pulcro, lo que no podía ser. Porque es que ser argentino y ser Dios, y ser de Boca, es muy difícil.
Algunos personajes en “¡Calcio!” le regalan un buen repertorio de insultos al papa Clemente VII. No es común este tipo de irreverencia viniendo de un hombre “conservador y reaccionario”, como usted se describe. ¿Su sátira tiene límites? ¿Existe algo de lo que no se atrevería a burlarse?
El humor es una de las mejores herencias del buen conservatismo —Chesterton, por caso— y lo digo con toda tranquilidad: siempre y cuando me esté moviendo en los dominios de la literatura, mi sátira no tiene límites. Creo que a veces la burla puede ser también el mejor de los homenajes. No me burlaría jamás de la desdicha ajena, ni de la bondad ni de la ingenuidad.
Este sábado está invitado al Festival Malpensante para hablar nada más ni nada menos que de la crisis de la Iglesia católica... ¿La va a defender o la va atacar?
Diré lo que pienso: que el catolicismo verdadero es una especie de herejía mediterránea que profesaron por igual Dante y Chesterton, y que en su historia y su doctrina, como en la gramática, lo que importa no son las reglas, sino las excepciones; no hay nada más conmovedor que un católico de veras, aunque no hay tampoco nada más escaso. Pero los milagros ocurren. Quizás le haga un homenaje a Saramago, que era un hombre bueno: no se me ocurre qué puede ser más cristiano que la bondad.