Si hay algo que caracteriza a todas las épocas habidas y por haber es el deseo de conocer el futuro, de predecir cómo serán las vidas de nuestros descendientes cuando nosotros ya no podamos ver cómo y en qué dirección ha avanzado el mundo. ¿De qué manera se veía, en la frontera del siglo XIX xon el XX, nuestra época? Echando una ojeada rápida a la prensa de aquel entonces, encontramos reportajes de los que es de rigor decir que eran, casi siempre, en tono de humor. Pero hasta del humor se aprende: ¿cuáles eran los miedos sobre el progreso que se esconden detrás de esas viñetas humorísticas?
Vamos a echarle un vistazo.
El 28 de octubre de 1897 la barcelonesa The Monigoty publicaba unas simpáticas viñetas acerca del caos que supuestamente acabaría, a los pasos agigantados que iba dando el mundo, siendo el año 2000. Atención: sufriríamos la tergiversación total de sexos y la técnica nos traería las practiquísimas gafas de rayos x para solaz de los jóvenes,
también esposas que no hablarán ni arañarán (toma machistada), nos alimentaríamos por medio de inyecciones de sustancias químicas y se fabricaría el telepitihago, aparato por el cual, con una simple llamada, dispondríamos a nuestra llegada a casa tras un largo viaje de cigarrillos recién hechos. Y -atención que aquí si que atinan de lleno- las facturas se cobrarían a domicilio gracias a la invención del Telecuentas, cacharro bastante parecido a nuestros cajeros automáticos:Caras y Caretas, publicación argentina de los años 10, se mostraba obsesionada por predecir el futuro que acontecería en poco menos de un siglo, con reportajes de humor pero, aún así, realmente ingenuos. El 10 de marzo de 1917 se aventuraron a predecir cómo serían las revistas gráficas del siglo XXI y, aunque es cierto que podríamos compararlas a los modernos Kindle, más parecían un híbrido entre espejito de mano, cartera y cámara de fotos:
En el artículo se explica que en la pantalla del invento se retransmitirían vídeos cinematográficos que podrían, además, escucharse gracias a las bocinas superiores. Se accedería a cada sección pulsando los botones laterales y, al pulsarlos todos juntos, se arma un batifondo de voces literarias que hace reír mucho. El aparato sólo ocuparía 20 centímetros y se producirían un millón de ejemplares en un solo segundo gracias a los avances de la técnica. El papel, hecho de barquillo y chocolate, sería absolutamente funcional: quien no quisiera disfrutar de la revista, podría comérsela. Caras y Caretas apuntaba a lo que aún es el sueño de muchos empresarios hoy en día: todos los reporteros serían robots, para no armar trifulcas laborales, y el director, tras recibir la información de los mismos, la publicaría de esta simpática guisa:
Es decir: el pensamiento se transmitiría a la placa fotográfica por medio del curioso sensor acabado en una bolita y sujeto a la cabeza del sesudo editor, y santas pascuas. Y finaliza la revista con la irónica afirmación de que este servicio periodístico hará una revolución que no echará abajo los gobiernos, y será un vehículo importante del talento, el sport y las modas.
Un progreso hecho especialmente para mantener tranquilo al poder dominante. Ése era, sin duda, el rumbo que tomarían los avances tecnológicos. En 1902, cuando se jubiló el químico Marcellin Berthelot, los periódicos transcribieron su apasionado discurso en el que -hoy lo sabemos- confiaba demasiado en los avances de su ciencia. Eran palabras optimistas que, sin embargo, nos ocasionan hoy cierto reparo:
En el año 2000 no habrá agricultura, ni pastores, ni labriegos; al cultivo del suelo sustituirá la química.
No habrá minas de carbón, ni huelgas de mineros, ni combustibles, ni aduanas, ni guerras, sustituyéndose todo por operaciones físicas y químicas.
Al fondo de pozos de tres o cuatro kilómetros irán los ingenieros a buscar el calor central, fuente de energía termoeléctrica sin límites y renovada incesantemente, que facilitará la fabricación de toda suerte de productos.
En este mismo sentido, años después Caras y Caretas volvería a intentar adivinar el futuro en un reportaje un poco más serio, si así se puede definir. El 21 de agosto de 1926 afirmaba la publicación que la electricidad sería el remedio de todos los males: sustituiría a la minería de carbón, haría que los aviones pudieran estar ocho días seguidos en vuelo sin problema y que los helicópteros llegasen a la cima del Everest. Y, finalmente, los cables desaparecerían por completo. Dos años después de ser publicado este reportaje se grabó esta “misteriosa” escena en un corto de Chaplin:
¿Misteriosa? Lo cierto es que en la primera década del siglo XX ya se había empezado a experimentar con la telefonía sin hilos que, aunque seguía siendo utópica en la práctica de los años 20, se sabía repuntaría maneras en un futuro.En la revista Algo, en su número del 27 de julio de 1929, apuntaban, en clave de humor, a la desaparición de caballos y coches como medios de transporte, y a una total masculinización de las mujeres que hacía que ver una con melena fuera casi un espectáculo circense. Hablaríamos por teléfono con Marte, pero habría cosas que iban a seguir igual: el mantenimiento de las deudas originadas por la I Guerra Mundial, por ejemplo.
Un mundo avanzado, moderno pero también macabro, tras el que subyace la esperanza, pero también el miedo: eso era el año 2000 para nuestros viejos. Visto en perspectiva, la verdad es que no da tanto miedo como podría haber dado, ¿verdad?
***Recomiendo encarecidamente,
- para meterse de lleno en cómo pensaban algunos autores decimonónicos que sería nuestra sociedad, la novela utópica En el año 2000 de Edward Bellamy, que, en forma de ciencia ficción, presenta un paradisiaco mundo socialista. Nada más alejado de nuestra cruel realidad, vaya. No hay excusas para no leerla: se encuentra online aquí.