El modelo socialdemócrata europeo no pasa por su mejor momento. Al fracaso estrepitoso de la izquierda francesa pilotada por Hollande, se une el hundimiento paulatino de los socialistas españoles y griegos, víctimas todos ellos de las políticas de austeridad impuestas por Bruselas.
Si bien es cierto que en cada país los problemas de la socialdemocracia han sido distintos, ya que el PASOK griego se coaligó con los conservadores a diferencia de sus colegas españoles y franceses, lo que le hundió todavía más, el nexo que todos comparten es haber llevado a cabo durísimos recortes para cumplir con las rígidas imposiciones germano-bruselenses, traicionando así sus valores progresistas y perdiendo la confianza de sus votantes.
En Italia, la situación parece haber ido por otro camino, cosechando el jovencísimo Matteo Renzi, exalcalde de Florencia, un éxito descomunal, desarmando al Belusconismo y al populismo del Movimiento 5 estrellas. Sus recetas, aún por cumplir en su mayoría, no se pueden circunscribir eso si a la socialdemocracia pura y dura, ya que el Partido Democrático (PD) se halla en un debate ideológico entre la izquierda y el centro derecha, al que el mismo Renzi parece querer contribuir con sus acuerdos con Berlusconi alimentando una futura decepción que no se debería poder permitir.
Mientras, en España, el surgimiento de Podemos, un partido claramente izquierdista en su concepción, pero de corte populista, modificando el binomio izquierda-derecha por poder-pueblo, ha puesto las bases para su asalto al tablero político español, complicando aún más si cabe la existencia al PSOE. Los socialistas, que aún no se han recuperado del mazazo de 2011, parecen no darse cuenta de la existencia de un competidor por la izquierda, y siguen ensimismados en luchas internas encarnizadas y en estrategias carentes de ideas y plagadas de infantilismo.
Pedro Sánchez, el flamante secretario general nacido en primarias, no parece poder levantar un partido contagiado por la crisis socialdemócrata europea y empeorado por la inoperancia de los socialistas españoles, más pendientes del combate Sevilla-Madrid que no tiene visos de terminar, y del que posiblemente Sánchez salga con menos apoyos de los que desea, que de construir una alternativa real al neoliberalismo imperante.
La llegada de Syriza, coalición de izquierda radical griega, al poder, anuncia un posible cambio en la política europea, cuestionándose por primera vez desde un Gobierno del continente la receta austericida defendida por Bruselas y Berlín y que ha terminado por quebrar el Estado del bienestar, verdadero pilar y emblema de la Unión Europea. Fuerzas como Podemos, que se ha visto obligada a moderar su discurso, acercándose más a la socialdemocracia sueca que al marxismo inicial, podrían contribuir a ese cambio comenzado en Grecia, pero por ahora dan más muestras de pancarterismo que de solidez.
Lo que está claro es que los partidos socialdemócratas han fracasado y deben reinventarse si no quieren ser superados por nuevas formaciones populistas, que si bien pueden traducirse en fenómenos coyunturales, aspiran a convertirse en verdaderas alternativas a los partidos tradicionales. La política austericida europea debe abrirse a los estímulos y a la inversión y es la socialdemocracia la que ha de liderar ese cambio devolviendo a la ciudadanía el Estado de bienestar y posibilitando la creación de sociedades más igualitarias y solidarias.
Convendría plantear ya el debate sobre si queremos una Europa entregada sin dilaciones a las demandas permanentemente insatisfechas de los mercados, gris y sin valores sociales, o preferimos una Europa que se acerque más al sueño original, un continente igualitario, donde los derechos estén plenamente garantizados y que apueste decididamente por la innovación para hacer de esta parte del mundo un buen lugar para vivir.
A los socialdemócratas europeos se les acaba el tiempo, deben reunirse cuanto antes para diseñar las bases del que ha de ser su proyecto progresista común, un modelo completamente opuesto al actual, que termine por convencer a la ciudadanía y que acabe de una vez por todas con el callejón sin salida en el que se encuentra buena parte de la sociedad.