Llevabamos veintiséis años esperándolo pero ya está aquí. El 21 de octubre de 2015 era la fecha elegida en la mítica secuela de Regreso al Futuro para que el coche de Marty McFly llegara a su destino. Un futuro ciertamente diferente al imaginado por Robert Zemeckis. A diferencia de lo relatado en la segunda entrega de la serie, los cordones de las zapatillas no se atan solos y a las puertas hay que ayudarlas con el pomo para que se abran. Y para colomo, tenemos que seguir secando la ropa. La tan esperada cazadora con autosecado nunca llegó. Tampoco hemos dejado de pisar el suelo para desplazarnos. El monopatín volador no puebla nuestro espacio aéreo y eso me recuerda el chiste: “cómo levantes una cuarta del suelo…”
Pero Zemeckis no falló en todo. Predijo un alcalde negro y tiene un presidente de color. Quería pagar con su huella dactilar y ahora puede hacerlo sin sacar las manos de los bolsillos gracias al ‘contactless’. Los canales de televisión aparecen como setas gracias al satélite y la TDT y los deshidratadores de pizzas se llaman microondas. Además, por fin nos podremos tomar una ‘Pepsi Perfect’. Eso si, previo pago de los 20 dólares que la empresa de Carolina del Norte ha fijado para cada botella diseñada especialmente para la ocasión. En lo único que falló del todo, gracias a Dios, es en el estreno de la decimonovena entrega de la saga ‘Tiburón’.
Sin embargo, el optimismo que siempre ha caracterizado a la ciencia ficción no ha cuajado en el futuro que le ha sobrevenido a Marty está madrugada. Lejos de las ciudades futuristas que Hollywood nos marcó para el año 2000, el milenio solo nos trajo el euro y nos cambió las pastillas de alimentos liofilizados por las de Viagra; las impolutas calles por las que los que paseaban ordenadamente las gentes del futuro por la expresión máxima del caos circulatorio y los jóvenes formados en ciencias y tecnología por ‘ninis’ parados y sin muchas más ganas que echar la tarde en las redes sociales. Y lo que más me jode, es que en las películas del año 2000 todos eran delgaditos.
En fin, que ahora que Marty está entre nosotros, quiero que me den todo lo que nos prometieron en la gran pantalla durante nuestra infancia. Quiero mi mayordomo robot, mi coche volador y, por encima de todo, que me valga el mono blanco que vestían los habitantes de un futuro que no tiene nada que ver con el que nos ha tocado vivir.