Revista Historia

El gaélico irlandés o cuando ser Idioma de Estado no evita el declive

Por Ireneu @ireneuc

El hecho de aprender idiomas es algo que, por evidente, nadie con dos dedos de frente tendría que poner en duda. Hablar francés, inglés, alemán o cualquier otro lenguaje, además de proporcionarte una herramienta para comunicarte con el resto de la humanidad, a la vez, te abre una puerta mental a otras formas de entender el mundo. Es en este camino para aprender nuevos idiomas que, ir a vivir a otros países, se plantea como una muy buena opción educativa. Berlín para aprender alemán, París para aprender francés, Roma para aprender italiano, Dublín para aprender inglés... ¡alto! ¿Dublín? ¿Inglés? ¡Pero si en Irlanda es oficial el gaélico irlandés! ¿Cómo puede ser un destino preferente para aprender inglés? Esta pregunta que me hice durante mucho tiempo, ya que veía que tenía el mismo sentido que ir al Japón a aprender chino, en realidad esconde la triste constatación de que una lengua, para que sobreviva, lo que verdaderamente necesita es que se quiera hablar: es el caso de la caída en desgracia del idioma irlandés.

Talmente como el yo-yó, los pantalones pata de elefante o las camisas floreadas, cada cierto tiempo corren por los medios de comunicación de Barcelona noticias catastrofistas que, cual fin del mundo al uso, anuncian la desaparición del catalán en 4 días debido a la presión del castellano, el inglés o cualquiera de las lenguas habladas por los inmigrantes que hay por estos lares. Por suerte, los vaticinios de estos oráculos de Delfos lingüísticos tienen el mismo grado de acierto que una encuesta electoral y el catalán, mal que le pese a alguien, sigue vivito y coleando aun los años pasados.

Es en esta preocupación por el futuro del catalán que los elementos más recalcitrantes en su defensa defienden que el catalán solo será viable si es lengua oficial de un estado (independiente, a ser posible) y si este estado promociona su uso en detrimento de cualquier otro. No obstante, esta ideal y simplista panacea en la práctica no es ni mucho menos evidente, y el caso del gaélico en Irlanda, en este sentido, es paradigmático, ya que pese a tener todo un estado a su favor no ha sido capaz de levantar cabeza. ¿Qué ha pasado?

El gaélico o irlandés es una lengua celta autóctona de la isla de Irlanda emparentada con el córnico, el bretón, el escocés y el manx que hasta el 1840 era hablada por el 90% de una población irlandesa de 8 millones de almas. Esta distribución a principios del siglo XIX, pese a los esfuerzos denodados del gobierno británico por erradicar el gaélico, era el reflejo de la vitalidad de la lengua en una sociedad eminentemente rural. Pero la llegada de la Gran Hambruna de 1845 hizo dar la vuelta a la situación como un calcetín.

En aquellos días, la católica población autóctona irlandesa vivía y trabajaba como aparcera de las grandes haciendas que los ricos aristócratas protestantes ingleses poseían en la isla. O dicho de otro modo, los terratenientes ingleses tenían la posesión de la mayoría de tierras de cultivo irlandesas, mientras que las familias irlandesas simplemente las trabajaban y se alimentaban de lo que podían obtener de los huertos cultivados para autoconsumo. Esta mala costumbre que tienen los pobres por alimentarse diariamente hizo que el cultivo de la patata por las familias humildes se convirtiera en prioritario debido a su alto rendimiento, mientras que las grandes extensiones se cultivaban de trigo que era exportado íntegramente a Inglaterra.

En 1845, el campo irlandés se encontró con la desagradable sorpresa de una epidemia de mildiu de la patata, un hongo que, propiciado por la humedad del ambiente, mataba la planta con una facilidad sorprendente y se propagaba a la velocidad de la luz. Ello provocó que, al estar la alimentación basada en la patata, los agricultores murieran literalmente de hambre y de epidemias producidas por la desnutrición en una situación que se prolongó hasta 1851. Eso sí, en todo ese lapso los trigales continuaron esplendorosos, los barcos llenos de trigo irlandés seguían llegando a Inglaterra y los terratenientes seguían exigiendo los impuestos a los aparceros irlandeses. El gobierno inglés, por su parte, no hizo nada por socorrer a la población irlandesa e incluso bloqueó la llegada de ayuda internacional. La mejor forma de hacer amigos, definitivamente.

¿Resultado? Entre 1 y 2 millones de personas murieron y cerca de 2.500.000 personas se vieron obligados a emigrar para no morir de hambre, sobre todo a Estados Unidos, Inglaterra, Canadá y Australia, reduciendo la población de Irlanda a menos de la mitad.

En este escenario truculento, las posibilidades de prosperar mínimamente pasaban por aprender inglés e irse, habida cuenta que el ser monolingües de gaélico era toda una desventaja. De esta forma, las familias humildes, forzadas por la necesidad imperiosa de salir de la ratonera en que se había convertido la isla, instaron a las nuevas generaciones a hablar en inglés en detrimento del tradicional y estimado idioma irlandés, llegando incluso a tener vergüenza de hablarlo ( ver El occitano o la inducida vergüenza de hablar tu propia lengua). Ello significó una caída tal del uso del irlandés que en 1881, tan solo 64.167 personas lo hablaran habitualmente -aunque unas 600.000 personas decían tener algún conocimiento- mientras que el resto habían pasado a ser, a efectos prácticos, monolingües de inglés.

La convulsión política derivada del enfrentamiento con el gobierno inglés llevó al convencimiento de las élites irlandesas de la necesidad de "desanglizar" la vida irlandesa ( todo se hacía en inglés), para lo que la promoción del gaélico era crucial como asentamiento del sentimiento nacional irlandés. Es por ello que, tras la independencia de Irlanda en 1922, les faltó tiempo para convertir en oficial el idioma irlandés junto con el inglés y enseñarlo en la escuela. Solo falló una cosa... no había hablantes de gaélico suficientemente cualificados.

Esta situación hizo que la administración, aunque fuera bilingüe y el funcionariado tuviera que hacer pruebas de aptitud en gaélico, de facto, ésta fuera nada más que en inglés, ya que para la gente era más fácil hacer los trámites en una lengua que en otra. Más que nada porque si alguien que hablaba mal en gaélico estaba atendido por otro que lo hablaba igual de mal o peor, resultaba mucho más práctico hacerlo todo en inglés ya que era la lengua que dominaba todo el mundo.

De esta forma, los jóvenes, aunque aprendían el gaélico, no dejaba de ser una asignatura más que, una vez aprobada, no se volvía a utilizar en la vida. Por su parte, el profesorado, a parte del esfuerzo de hablar una lengua a todos los efectos extraña, se encontraba desmotivada por tener que enseñar algo que no tenía ningún valor práctico más allá del sentimental. Y es que más allá de folklorismos y rondallas, el gaélico, excepto en unos pocos rincones aislados cada vez más reducidos (llamados Gaeltacht), había desaparecido de la vida familiar de los irlandeses. No en vano, en 1996, pese a tener todo el peso de un estado detrás durante 70 años, tan solo entre 10.000 y 21.000 personas declaraban dominarlo totalmente, lo que proporcionaba un negro futuro al gaélico irlandés... aunque no seamos tan pesimistas, porque parece que se ha encendido una luz al final del túnel para este idioma.

Durante finales del s.XX, Irlanda del Norte, a pesar de haber quedado bajo mandato británico tras la independencia del resto de la isla, había entrado en conflicto con los ingleses creando el IRA (Ejército Republicano Irlandés) y manteniendo una cruenta lucha armada con el ejército de Su Majestad. En este escenario, los presos del IRA, para marcar la diferencia con los ingleses, empezaron a aprender el gaélico como señal de identidad diferenciada (por ejemplo Gerry Adams), cosa que llevó a que, dentro de la comunidad católica norirlandesa, se alentara el aprendizaje y uso de su antiguo idioma en detrimento del inglés.

Ello permitió dar un nuevo empuje a las escasas Gaelscoilanna (escuelas donde se daba todo en gaélico) que funcionaban tanto en Irlanda del Norte como en la Irlanda independiente, convirtiéndose en unos centros donde por poco dinero se daba una educación de muy alta calidad y, encima, en irlandés. Situación que, además de aumentar el número de este tipo de escuelas (actualmente sobrepasan las 150), ha aumentado el nivel de prestigio del gaélico y un aumento de los hablantes que dominan el idioma: en el censo de 2011, 77.185 personas se declaran hablantes habituales de irlandés... y la cifra sigue subiendo, lentamente, pero subiendo.

En definitiva, que una lengua, más allá de promociones estatales, oficialidades e imposiciones varias, para poder tener el futuro asegurado necesita que quiera ser hablada por quien lo considera una parte de su cultura. El ejemplo de la debacle del irlandés se puede contrastar con el de la recuperación del córnico ( ver El cornuallés, la resurrección milagrosa de una lengua perdida) o el de la supervivencia ante viento y marea del español en Puerto Rico ( ver Puerto Rico, la decimoctava Comunidad Autónoma española). Es por ello que, por mucho que haya impositores del catalán y por mucho que hayan impositores del castellano, el futuro de la lengua catalana pasa, única y exclusivamente, por las manos y la boca de los propios catalanes.

Y, tal como está la cosa hoy en día, les aseguro que hay catalán para rato.


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