El actor Edgardo Román (izquierda) encarnando a Gaitán en las calles de Bogotá. FOTO: @Solano (2009)
Cuando era niño, una miniserie marcó mi encuentro con la historia colombiana: El Bogotazo (yo sencillamente la llamaba Gaitán). Yo venía de vivir cinco largos y preciosos años en Venezuela, conociendo su historia, mimetizándome con sus costumbres, aprendiendo el ‘Gloria al Bravo Pueblo’ antes que las bucólicas estrofas de la virgen que en agonía arrancaba sus cabellos…
La televisión colombiana tenía tres cadenas nacionales y El Bogotazo tenía una estética de montaje teatral, se grababa en estudio y allí la actuación de Edgardo Román me pareció sísmica, impresionante, contundente. La mandíbula de Román al emular a Gaitán se me antojaba poderosa, imbatible y dueña de un discurso elocuente aunque no lo entendiera plenamente a esa edad.
Al terminar de devorarme la serie convencí a mi mamá para que me llevara al Museo Casa Gaitán. Allá nos atendió la propia hija de Gaitán, Gloria. Ella nos mostró la casa como si fuéramos una visita familiar, nos llevó por los laberintos de la casa y siento que me miraba con ternura. Le susurré a mi mamá que quería ver al Buick de Gaitán; doña Gloria le preguntó a mi mamá qué era lo que yo mascullaba y ella le contó de mi deseo de ver el mítico carro verde oliva del caudillo.
Doña Gloria inmediatamente fue mi cómplice y nos llevó al garaje. Allí estaba debajo de un protector, creo que era beige. El Buick estaba ahí, ante mis ojos, inmenso, imponente, con sus formas perfectas aunque acusara el deterioro del reloj implacable de la historia. Ese día, además de que nos atendiera doña Gloria, de que nos mostrara el carro de su padre pasó otra acontecimiento bizarro que yo no advertí y que solo supe cuando estábamos en casa: Al tiempo que nosotros conocíamos la casa museo, otra visitante coincidía con nosotros: Clementina Cayón, la madre del samario Jaime Bateman Cayón, que había fundado años atrás el movimiento guerrillero M-19. Doña Clementina visitaba la casa de Gaitán, quién sabe motivada por qué.
Desde niño, la historia de Gaitán siempre me pareció fascinante, así como la vida oscura de Juan Roa Sierra que tuvo un final aún más oscuro, desgarrado por la muchedumbre. Las fotos de Sady González en ese blanco y negro rotundo evidenciando el cuerpo arrastrado de Roa por las calles del centro me dejaron una huella imborrable.
Hace cinco años estuve a la 1:05pm en la esquina donde 60 años antes a esa misma hora quedaba la entrada sobre la Séptima del edificio Agustín Nieto Caballero (donde Gaitán tenía su despacho). Allí, el líder liberal fue alcanzado por tres balas que cegaron su vida y con ella, quizá un destino diferente para Colombia. Recogí testimonios en video y respiré una atmósfera con tufillo de nostalgia, de deliciosas especulaciones conspirativas. En esta crónica van textos, fotos y videos de ese momento de deja-vu en el que Edgardo Román se apareció en la escena recreando al propio Gaitán.
Hoy me sigue pareciendo una historia increíble, apasionante y llena de misterios. Hay numerosos documentales y piezas que hablan de la vida de Gaitán y de lo que fue El Bogotazo. Vale la pena visitar la Casa Museo, hoy atendida por historiadores jóvenes de la Universidad Nacional; yo fui hace unos 20 días y aunque fue experiencia menos consentida y privilegiada que en mi infancia, fue emocionante.
También es una buena oportunidad ver la película ROA, del caleño Andy Baiz. Si bien no es una película sobre los acontecimientos del 9 de abril del 48, no puede evitar el tema, pero se centra en la perspectiva ficcionada de lo que pudo pasar por la cabeza y el corazón de Juan Roa Sierra, ese anodino personaje que estuvo en el lugar y momento equivocados para escribir una historia sin que lo hubiesen invitado realmente.