El gallina
No soporta que le llamen gallina (foro.elcinedeloqueyotediga.net)
El juego del gallina es una competición de automovilismo o motociclismo en la que dos participantes conducen un vehículo en dirección al del contrario; el primero que se desvía de la trayectoria del choque pierde y es humillado por comportarse como un gallina. Uno de los primeros ejemplos de juego del gallina se da en la película Rebelde sin causa, aunque en aquella versión los jugadores conducen sus automóviles hacia un precipicio, y el primero en saltar es el gallina. El juego se basa en la idea de crear presión psicológica hasta que uno de los participantes se echa atrás.El principio subyacente es un importante método de negociación. Se puede decir que es una estrategia en la que cada una de las partes retrasa hacer concesiones hasta que el final del período de negociación es inminente. La presión psicológica puede obligar a un negociador a ceder para evitar un resultado negativo. Puede tratarse de una táctica muy peligrosa, ya que si ninguna de las partes cede se producirá una colisión. (Fuente: Wikipedia).
El eterno dilema. ¿Qué fue antes: los huevos o el gallina?
Cuentan, relatan, describen, detallan una y otra y otra y otra vez cómo la UE y Grecia llevan un tiempo enfrascados en un juego del gallina intensísimo. Cuentan, relatan, describen, detallan la batalla, la amenaza, la estrategia, el pulso, las verdades a medias y las mentiras tácticas. Y cuentan, relatan, que eso es la política: saber jugar las cartas, un farol en el momento justo, calcular la resistencia de la cuerda justo antes de relajar su tensión, un golpe en la mesa o una caricia, o ambas cosas para desarmar al adversario. Eso es la política, describen, así ha sido siempre y así será. La política, la res publica, los asuntos del ciudadano. Así se ejerce, detallan, más aún en la alta política, en aquella importante, en la gorda.
Los peces gordos del mundillo son unos señores cuya valía se mide en cuán lejos envían los balones fuera, en lo poco que se mojan bajo el chaparrón, en su nivel de ambigüedad o en su capacidad de no ser salpicados por la mierda. El éxito se mide en elecciones ganadas, discursos emocionantes y aplausos enfervorecidos. Ese ego ambicioso que sabe rendir a un auditorio con un eslogan, un guiño y una sonrisa pícara, o ese otro cuyo ejército de asesores mide cada milímetro de confrontación y saca los tanques en el momento adecuado. La guerra, la victoria, la derrota, los cadáveres políticos, los animales políticos. La política. Los huevos o el gallina.
Yo, ignorantón que soy, egoísta incluso, me cago en la altura, el grosor y el ego. Yo, que me muevo a ras de calle, a la altura de las puertas de las casas, los colegios, los centros de salud, los supermercados, los gimnasios, las iglesias (solo las mejores), las peluquerías, las cajas de los bancos (y no las oficinas), las guarderías, los bares, los hospitales, los cines y teatros (de la puerta, no del palco), a la altura de la arena de la playa y el polvo del camino, aborrezco el juego del gallina, el golpe sobre la mesa, el discurso encantador y la estrategia. A esta altura no se ve a los peces gordos del mundillo, no se les huele, si acaso se les intuye. Los huevos se utilizan en cosas más útiles, como por ejemplo, salir adelante. Yo, a esta altura, solo sé sentarme al borde del camino a esperar que James Dean se baje de su coche, se acerque al rival con un par de cervezas y le diga: ¿Cuál es el problema? Vamos a hablarlo.