Soy nacido y criado en un departamento. Mi madre me parió al lado de una cocina, ahí dí mis primeros pasos, obligado por la destructiva manera en la que el niño de mi dueña me perseguía. Queda feo decirle dueña, mejor usaré el término compañera. Soy el único sobreviviente de seis hermanos: Pelusa, Rolando, Mimoso 1, Guillermina y Mimoso 2.
La última vez que ví a mis hermanos nos habíamos ido a dormir todos juntos y apelotonados cerca de mi vieja. A mi me llamaron Cobani. Al principio me habían puesto mimoso 3, pero una vez entré a la pieza de mi compañera porque escuché ruidos y el señor que estaba acostado con ella me soltó “eh gato cobani”, ahí quedó. Yo estoy contento porque por un lado lo de mimoso me hace acordar a mis hermanos y por el otro me quita lo que me queda de masculinidad despues de la castración. No existe el psicólogo para nosotros los gatos, si existiera no temeríamos a tantas cosas y no saldríamos rajando ante cosas tan disímeles como el agua, la presencia de un desconocido, la caída de un objeto cerca nuestro y tantos otros miedos que pienso que vendrán en los genes. Algunos tememos a más cosas y otros a menos. A mi me daba mucho miedo lo que mi compañera llama celular, la vibración me irrita. A mi vecino le molesta mucho la aparición en la de Raúl Portal. Cada vez que aparece Portal el tipo se viene a casa excitado. De paso me come el morfi porque la vecina insiste en darle polenta, cosa que come igual ¿adivinen porque? Por miedo.
LLevaba una vida bastante tranquila, más desde que unos señores instalaron el alambrado en el balcón. Tenía mi lugarcito en la casa que no era un lujo, pero por lo menos estaba lejos del lavarropa, cada tanto me daban una lata de atún y a veces me ponían documentales de pajaritos para ver en la tele. Hasta ahí todo bien, puedo contar que mi problema no era la escasez de cucarachas para jugar, ni las maldades que me intentaba hacer el niño que iban desde patadas pasando por petardos hasta juguetes voladores, ni la calvicie prematura (heredada de mi padre) ni mucho menos la imposibilidad de consumar el acto venéreo como Dios manda (cosa que uno va superando con la experiencia) . No señor, mi problema fue y es mi madre.
Retomo el reclamo sobre la necesidad imperante de un psicólogo para nuestra raza, no sólo tenemos el problema de mamá y papá como todo el mundo. Sino que vivimos situaciones tormentosas como la sobreexposición en redes sociales, la ridiculización permanente y la obligación de ser cariñosos todo el tiempo aunque en nuestra naturaleza está el rencor y la desconfianza. No podemos elegir nuestro trabajo, se nos imposibilita conseguir novia porque casi todas están con ganas de tener bebés y ahora las personas no tienen bien vistos a los “gatos libres”, nos quieren encerrar a todos en casas, lejos de la naturaleza, cosa que no es para todo el mundo.
Mi vieja estaba vieja, encima era judía (aspecto sobre el que no me extenderé debido a que cualquier cosa que diga puede resultar antisemita y yo no tengo ese mambo) con toda la culpa conocida que eso genera. No contenta con generar culpa encima se puso rencorosa. Y se puso rencorosa porque yo era el elegido desde hace un par de años para dormir en los pies de mi compañera, que cada noche piropeaba mi calidez corporal y mi astucia para moverme como pez en el agua por las sabanas. Mamá se sintió desplazada y desde ese momento no cesaron las hostilidades que pasaré a enumerar. Por ejemplo se escapó para traer a mi padre de la calle para que me obligue a respetar a los mayores y a decirme que no sabía a quién había salido. Yo me quedé calladito y me la comí porque no quería sumar problemas señalando su paternidad ausente. Al ver que esto no funcionaba me tiró un frasco de mermelada en el cuerpo mientras dormía, lo que me dejó un pegote asqueroso que tardé semanas en autolimpiar, mi compañera quiso meterme en la bañera pero le mostré los dientes y se arrepintió porque la fama antecede, todos saben que una mordida de gato es letal. Todavía tengo gusto a naranja silvestre en el pelo, se imaginarán lo que me molestaron las moscas todo ese tiempo, me agarré una bronca. Otra de las que hizo fue esconderme las piedritas y montar guardia a las de ella, me obligó a pecar en el balcón, me ligué varios gritos, un par de escobazos y me tuve que bancar la libertad del pibe para correrme por toda la casa. Lo que más llenó de rabia a mi vieja fue que a pesar de que yo no estaba en condiciones de ocupar el lugar en los pies de la cama, mi compañera no quiso que ella me reemplace, dormía con un oso de peluche.
Y usted puede creer que en vez de agarrarsela con el panda ese, la siguió conmigo y subió la apuesta. Planeó lisa y llanamente mi muerte y lo digo con todas las letras M-U -E -R -T- E, Muerte. Traficó huesos la muy guacha para contratar a un sicario, ni más ni menos que un asesino despiadado, hablo de Arnold, el ovejero alemán del milico de enfrente. El Perro ese, Que tenía en su haber la vida de varios hamsters, algún que otro colega gato y de un loro que realmente agradezco que haya pasado a la eternidad porque era bastante molesto y bardero.
Fue una tarde, yo estaba bastante entretenido con las pelusas del sofá sin darme cuenta del peligro que me acechaba. La puerta entreabierta y la aparición súbita de la bestia babosa, implacable. El escape fue difícil, al principio intenté mirarlo fijo como peleamos nosotros, como yo sabía pelear, que se de cuenta que me la re bancaba, que yo era de Chaca y que nadie me iba a correr,pero el bicho no accedió. Rompió el silencio con un tarascón que me rozó la cola. Venía por todo, salté, me escabullí hasta donde pude, hasta que quedé empantanado al llegar a la cama. Arnold avanzó sediento, lancé un aullido inútil pero saltó igual. Cerré los ojos esperando la muerte, por las dudas también me los tapé con las patitas, todos mis recuerdos pasaron por mi mente, la pelota, el ovillo, el collar matapulgas, las caricias en el lomo, los cordones de zapatillas. Pero para mi sorpresa, el Arnold le erró al cálculo y el tarascón fue a dar a la panza del osito panda, la cabeza del perro chocó contra el respaldo de la cama dejándolo inconsciente. Ahí nomás escapé por la puerta entreabierta, usé la salida de emergencia para no esperar el ascensor. Odiaba el espejo del ascensor. Al llegar a la planta baja la vía mi vieja, estaba con mi viejo revolcándose desvergonzadamente adelante de mi vecino voyeur. Podría haberme quejado, hacer una escena pero no, yo he sido ladino, traidor, camarillero pero jamás de los jamases llorón, no señor. Aproveché la confusión y partí por la avenida. Porque yo sé cuando no me quieren y no me banco la traición como buen gato peronista. Nunca más volví a ver a mamá ni a papá ni a mi compañera ni a mi vecino. Una vez ví mi foto pegada en unos carteles en la estación, ofrecían recompensa, pero se vé que no era muy suculenta porque nadie me rastreo.
Hoy más reflexivo pienso que me ha ido bien en la vida, no me puedo quejar. He visto cosas. Últimamente duermo en unos cartones de un tipo con olor a humedad, el tipo me enseñó a pescar, soy uno de los pocos gatos que puede hacerlo. El vago me dice Moneda, bah, dice todo el día moneda moneda moneda. A veces me confundo cuando los pibes gritan “ahí vienen los cobani” y me acuerdo de mi compañera, pero enseguida se me pasa la tristeza porque tambien me acuerdo de Arnold y de mi mamá y ahí sí, me pongo de los pelos y no puedo dormir.
