“Buenos Aires tiene ese no sé qué” se escucha por varios lados, de varias bocas.
Que es una ciudad tanguera, futbolera, arrabalera… Argentina, en síntesis, mucho se ha dicho también. Sobre sus pasiones exacerbadas (que no pueden sino ser de esa forma) y cafés de renombre, plazas que han servido de encuentro histórico entre personajes literarios como los de Sábato o Borges. Todo se ha escrito sobre el Parque Lezama que aún abraza a Martín y una tal Emma Zunz que ronda entre nosotros.
Pero aun así, nos preguntamos por qué llegados y estando ya en el baile, Buenos Aires es una ciudad que sigue resultando hipnótica. En esta ocasión, he de hilar fino y hablarles sobre un único bar: El Gato Negro.
El Gato Negro, desde 2016 llamado homónimamente Don Victoriano por su primer dueño, es un café porteño que ha sido distinguido por el Gobierno de la Ciudad como Café Notable y Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires.
Ubicado en la emblemática calle Corrientes, este emprendimiento es fruto del sueño de un aventurero español, Victoriano López Robredo, quien a fines de la década del veinte y después de haber contraído matrimonio con una argentina, abrió su negocio de especias entre las calles Montevideo y Rodríguez Peña al 1669, donde se ubica actualmente. Podríamos decir que, como los hijos de esa patria, El Gato Negro es también producto de la multiculturalidad histórica de la Argentina, entretejida con las historias de incertidumbre, curiosidad y, por qué no, de amores que han de recibirlo a uno al pisar una tierra nueva.
El Gato Negro lo es todo. O es ése todo en concreto. Al atravesar sus puertas te reciben y acogen, como a Don Victoriano mismo, los aromas del jengibre y el estragón que son como experiencias vivas, tal como el hombre vestido de época que te indica, con la parsimonia de otros tiempos, gentilmente la entrada. En los estantes se muele el café frente a un par de butacas dispuestas para los comensales curiosos, jóvenes o asiduos veteranos. Las porciones de tortas son generosas, y los lunes el café se viste de oferta con precios especiales a la hora del té.
El Five o’clock tea es una completa oferta de merienda que es servida en el primer piso del café.
Sentarse a una de sus mesas es una ceremonia que inaugura la oportunidad para una charla que te dará la impresión de que ocurriera en otro espacio del tiempo, puesto que el café, a pesar de no haber cumplido aún su centenario, conserva la forma y ambientación del casco histórico de Buenos Aires.
Los actos cotidianos de beber, comer o degustar se transforman aquí en experiencias inefables y atemporales, en las que los sentidos se abarrotan en las múltiples estaciones del café que exhiben a la venta los tés al peso, el café recién tostado y las especias con un perfume que es siempre distinto con cada molienda.
Buenos Aires quizá tenga ese no sé qué, tan difícil de poner en palabras por las bocas de turistas y hasta de propios porteños. Indecible probablemente hasta en este mismo texto, pero con puntos de reunión tangibles, reales y con nombre propio que, como El Gato Negro y el sueño de Don Victoriano, son mucho más que leyendas.