Los sacrificios humanos y el canibalismo eran prácticas comunes en toda la América precolombina, en donde el pueblo dominante masacraba sin piedad a sus vecinos
Lo que los españoles se encontraron en América fue lo más parecido a una película de terror, de ‘gore’, de crueldad sin límites, sangre y violencia llevada a unos extremos inimaginables. Realmente el nuevo continente era escenario de aterradores genocidios casi a diario, con sacrificios humanos y canibalismo como factores comunes a todos los pueblos, y con diversas ‘particularidades’ propias de cada pueblo, tribu o cultura. Estos genocidios cotidianos terminaron cuando llegaron los españoles, que los prohibieron y combatieron, es decir, el genocidio no empezó sino que terminó al llegar las tres carabelas
De sobra conocidas eran las costumbres de los aztecas, que siempre, todo el año, estaban atacando a pueblos vecinos (tlascaltecas, totonacas, tarascos, zapotecas…) para hacerse con víctimas para el sacrificio (arrancándoles el corazón en vivo), para esclavitud o directamente como reses de carne; los brazos y los muslos eran lo más apreciado en la cocina azteca, y por eso se reservaban para capitanes y sacerdotes; el pueblo llano se debía conformar con el resto… Si era un día de gran celebración se llegaban a sacrificar mil personas en las diversas pirámides (los cu), extrayéndoles el corazón y ofreciéndoselo al dios Huitzilopotchli (que cada día tenía que vencer a las tinieblas y, para ello, necesitaba sangre y corazones a diario). A comienzos del año azteca(el 2 de febrero), durante todo el mes se sacrificaban casi exclusivamente niños, que sabían perfectamente a dónde los llevaban y lo que les esperaba, por lo que todos iban llorando…, cosa que alegraba mucho a los sacerdotes porque las lágrimas de los niños (incluso de tres años) eran pronóstico de abundancia.
También era costumbre a final del año azteca la fiesta del fuego, en la que arrojaban a las llamas a los esclavos vivos, pero antes de que dejaran de gritar los sacaban para extraerles el corazón y ofrecerlo al dios correspondiente. En el estreno de la gran pirámide de Tenochtitlán (en 1487, antes de la llegada de Colón) estuvieron cuatro días y cuatro noches sacrificando sin parar. Los sacerdotes jamás se lavaban, por lo que iban siempre totalmente cubiertos por unas costras de sangre seca y putrefacta.
Práctica común entre los incas (de todos los territorios andinos, en realidad) era reutilizar los cadáveres de los vencidos: con los huesos hacían flautas para tocar en las celebraciones, cráneos como vasos para beber en rituales importantes, cueros cabelludos como cascos o para hacer hondas, dientes usados como amuletos en las batallas…, y tambores de piel humana. Estos se llamaban ‘runatinya’ y para su fabricación se despellejaba a capitanes o grandes guerreros enemigos, con la barriga se hacía el ‘parche’ del tambor, al que iban unidos los brazos del desollado con percutores en los extremos, de modo que en los grandes desfiles, y con el movimiento, debía parecer que el ‘tambor’ se tocaba a sí mismo. Los guerreros iban adornados con ‘trozos’ de enemigos colgando.
En la zona suroriental de la actual Colombia vivía el pueblo de los paeces, que eran antropófagos, y para conseguir la ‘carne’ estaban siempre en guerra con todos los pueblos que estaban a su alcance. En 1540 se aliaron con sus enemigos los yalcones para luchar contra los españoles. Trazaron un plan de ataque, primero los yalcones y luego los paeces, pero cuando llegó su turno de ataque, los paeces se quedaron mirando, viendo tranquilamente cómo los españoles ponían en fuga a los yalcones, que sufrieron grandes pérdidas. Entonces, los paeces cayeron sobre sus ‘aliados’, a los que cazaron fácilmente y sin riesgo…, dándose luego un gran festín y guardando una buena provisión de ‘carne’.
Un marino alemán que naufragó en la costa de Brasil a finales del siglo XVI (Hans Staden) contempló las costumbres de los indios tupinamba. Los prisioneros eran arrastrados al centro de una plaza, donde los hombres se iban pasando la maza ritual e iban aplastando los cráneos de las víctimas, de modo que cuando los sesos salían disparados todos gritaban y bailaban; entonces las ancianas se acercaban a beber la sangre, mientras los niños se empapaban sus manos con los trozos de los cerebros y las madres con bebés se untaban los pezones de sangre para que sus hijos también ‘degustaran’ la fiesta. Luego el cuerpo era troceado y colocado en algo parecido a una parrilla, donde también se congregaban las ancianas para paladear la grasa que caía…
Todo ello reconocido por los propios indios expertos en culturas precolombinas, que reconocen hoy sin ambages que “todos los sacrificados iban aterrorizados, muchas veces suplicando (…) y morían en un espantoso dolor”. Muchos se desmayaban y era arrastrados por el pelo hasta el lugar de sacrificio, donde eran despertados antes de…
La relación de atrocidades podría ser interminable. La América precolombina era escenario de aterradores genocidios, de modo que para la gran mayoría de sus habitantes la vida era un verdadero infierno, no un paraíso. Lejos de genocidas, los españoles fueron la liberación de los pueblos oprimidos de América, que eran casi todos.
(Si se quiere comprobar esta información, consúltese a autores como María Isolina Comas, Carlos Cuervo Márquez, José María Iraburu, José Vasconcelos, John Lynch, Marvin Harris, Díaz del Castillo… También hay abundantes pruebas arqueológicas).
CARLOS DEL RIEGO