por Neil Urbáez
Existen, como es natural gran variedad de estilos gerenciales con su respectiva escala de matices, de entre los cuales analizaremos hoy el caso de las organizaciones que usan el chisme como una herramienta en el proceso de toma de decisiones, es decir la gerencia del chisme.
En primer lugar, vale destacar la pésima reputación del chisme, tan mala que hasta los más conspicuos practicantes de esta modalidad comunicativa, se niegan a ser catalogados como chismosos, por lo que si a usted declara publicamente que no le gusta el chisme, usted es el primer sospechoso de ser un gran chismoso.
Ser chismoso es visto como algo muy nocivo por cuanto, esta actividad conlleva una carga de falsedad, intriga, medias verdades, secretos, suspenso, curiosidad insatisfecha, manipulación y un largo etcétera, comunicado la mayoría de las veces con intereses muy distintos a los de la protección de la empresa, por lo cual un gerente que promueva esta práctica en su empresa, no se da cuenta de cuanto daño le hace sino probablemente hasta que es muy tarde.
Aparte de eso el chisme tiene la tendencia a ser adictivo, dado que a pesar de sus particularidades negativas él es el causante de un extraño pero intenso placer, un morbo por conocer los asuntos ajenos, la sensación de dominio que da el saber. El que cuenta no es un sabio pero es un enterado, el que recibe no está aprendiendo pero se está informando.
Ahora bien el chisme no es información veraz ni positiva, uno, porque no se puede comprobar la veracidad de lo que se transmite a hurtadillas y dos, no tiene caso hablar bien de una persona a escondidas de ella misma.
De lo antes expuesto es que surge la tendencia de la información transmitida vía chisme a ser falsa, no obstante, casi nunca hace falta comprobar su veracidad, al fin y al cabo es solo un rumor, aún cuando ella provenga de personal ubicado estratégicamente en la organización o en algún puesto o lugar de trabajo, tales como centros de reunión, cafeterías, vehículos de transporte, etc. que aparentemente tendrían acceso a información, que luego pueden manipular y articular a su acomodo o beneficio o simplemente, buscando ganar puntos con su jefe y gerente, proclive a el chisme como estilo gerencial de toma de decisión o de percepción.
En su favor, el chisme tiene inmerso en si mismo, algo de real, por aquello del sonido del río causado por las piedras arrastradas, y muchas veces puede ser eficaz a la hora de tomar una decisión, contar con información privilegiada.
Pero, que pasa cuando las decisiones a tomar son gerenciales? Cuando el receptor de chisme es un gerente? cuando se decide el destino laboral de una persona, o la calificación de un cliente o de un prestador de servicio, influenciado por chismes?
El proceso de comienzo a fin es imaginablemente variable, pero indefectiblemente el gerente chismoso terminará siendo victima de algún subalterno manipulador que lo entretendrá con información valiosa al principio y luego añadirá más y más de su propia inspiración en la medida en que el apetito informativo del jefe se haga más voraz
Pasará como con los antiguos oráculos que debían ser consultados antes de tomar las decisiones importantes, poco a poco el gerente se verá envuelto en una vorágine turbulenta auspiciada y alimentada por quienes hayan descubierto esa debilidad suya a prestar oídos a dichos secretísimos, y sin darse cuenta estará siendo utilizado como un títere que satisface los deseos de la mano que el público no ve, pero que en la oficina todos conocen.
El antídoto eficaz para no dejarse atrapar por los susurradores de oficios no es otro que la duda, la desconfianza, poner en tela de juicio lo te digan, buscar la verificación en la fuente original.
Si crees a pies juntillas lo que llevan a tu escritorio, estás perdido, si no averiguas, si no dudas, otro ocupará tu lugar
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