El gesto

Ella está allí, 
en mitad de Plaza España.
Como una isla invisible justo en el centro
de incesantes hemorragias de gente.
Debajo mismo de los enormes números amarillos
que dicen 38 grados, viernes, 18:00.
Realizando una ofrenda burda a cada viandante
ofreciendo cada dos segundos exactamente
el mismo folleto de publicidad
que reza que elijas tu destino preferido
que muestra un cuerpo perfecto embutido
de manera casi imposible
en un bikini igualmente imposible y escueto.
Mantengo unos segundos
—más de lo debido—
el papel plastificado entre mi pulgar y mi índice
como si edificara un puente con su mano
sujetando trémula el otro extremo.
Nos sonreímos.
Pienso que este mundo es un lugar cruel
si soy el único que todavía tiene esa clase de gestos.
Unos pasos más allá arrojo el brillante regalo
a una papelera desbordada por múltiples cuerpos perfectos.
No, no soy el único, por lo visto.
Y es muy extraño porque eso me alegra
y al segundo, recuerdo su sonrisa.
Y siento una inconsolable pena.