Revista Diario
Cada uno de nosotros –a nuestra manera– funciona como un globo aerostático. Salimos a flote gracias a que la densidad de nuestro interior –es decir, aquellas cosas realmente importantes: el amor, la amistad, la salud, la risa compartida...– tiran de nosotros hacia arriba. A veces, incluso, las pasiones nos hacen subir demasiado y escribir renglones en las capas más altas de la atmósfera. Como los globos, nos dejamos llevar casi siempre por la corriente. Por lo que dicen los demás, por las convenciones sociales, por lo que creemos que debemos hacer. Pero llega un día en el que, harto de los vientos cambiantes, un piloto experimentado puede elegir la dirección deseada. Pero para hacerlo, debe soltar lastre. Dejar de intentar ser lo que no es. Dejar de poner las necesidades en un segundo plano. Dejar de mentirse a sí mismo. Y sobre todo, dejar de aferrarse a la tierra, a lo conocido y a lo seguro. Yo, como todos vosotros, soy un globo. Y este verano he decidido soltar lastre y cambiar –otra vez– mi vida y mis prioridades. Voy a trabajar menos como médico y más como escritora. Y, sobre todo, voy a vivir más como madre y como pareja. Y, en el camino, me detendré a mirar lo hermoso que se extiende el paisaje bajo mis pies y lo pequeñas que parecen las mezquindades que antes tanto me hacían sufrir. Septiembre llegará cargado de cambios y de aires nuevos. Os iré contando lo que se siente cruzando las nubes con el vértigo como un bufanda al cuello. ¿O tal vez os vea flotando a mi lado y os salude con la mano y una sonrisa?¿Os atrevéis?