Tenemos en casa un globo de fiesta desde hace meses. Y no lo tenemos por voluntad propia. Lo inflaron mis defectuosos pulmones para el cumpleaños del heredero, junto con otros más, en abril. Este ha decidido sobrevivir. El más grande, el más molesto, destinado (eso pensaba yo) a alegrarle la vista a Martí unos días, un par de semanas a lo sumo, y luego languidecer hasta deslizarse dentro del contenedor de basura. Vamos, lo que hicieron, coherentes, todos sus compañeros. Salvo este. Ahí sigue, henchido, orgulloso, molesto, amenazante. Y no me atrevo a desinflarlo y tirarlo porque no hay mayor miedo en la vida de un padre primerizo que el de mover un dedo y que esa decisión, nimia en su concepción, se convierta de repente en una fuente cósmica de tristeza para un niño de tres años.
Así que ahí está. Viviendo por encima de sus posibilidades. Imperturbable. Imperecedero.
Y no me duele por el globo en sí. Bueno, soy honesto, el globo en sí es molesto de narices. Así que el globo duele. Pero es peor la comparación.
En dos días, Martí termina su etapa preescolar, la guardería, el jardín de infancia, la escola bressol, la escoleta. Entró con cinco meses y sale con tres años y pico. Aparte de su familia, la mayor constante en su vida. Hay niños en esa escuela que han pasado más tiempo con él que la mitad de sus tíos, abuelos y primos (los canarios, para ser precisos). Hay niños en esa escoleta que he visto más que a mis padres en estos tres años. Y, milagros de los distritos escolares y las listas de admisión, Martí no va a coincidir con ninguno de ellos en el colegio. ¿Soy una reina del drama? Pues quizá, pero mataré a aquel que ose decírmelo en voz alta. Así que ojito. Yo solo quería que esta sensación de seguridad, de bueno conocido, de compañeros de vida (tan corta, pero tan plena), durara un poquito más. Algo así como el globo de las narices, pero haciendo la conversión de vida de globo en vida humana, con la inflación de los últimos meses, si puede ser.
Vendrán cosas peores, que serán mejores, me dirán ustedes. Te reirás de las lágrimas de ahora, me consolarán. Es ley de vida, repetirán los menos originales.
Pero les recuerdo que se lo estarán diciendo a un tipo incapaz de tirar un globo.