Por Luis Toledo Sande*
Uno de los mayores logros de la política internacional desarrollada por Hugo Chávez fue el acercamiento que, en la estela o en medio de contradicciones nada menudas, se llegó a apreciar entre los gobiernos de la Venezuela Bolivariana y de Colombia, tras el término de la etapa presidencial del tenebroso Álvaro Uribe en el segundo de esos países. Tan grande era la importancia de ese acercamiento en la búsqueda de paz y de buenas relaciones entre los países de la región -o seguiría siéndolo, si él se mantuviese- que tal vez la concordia alcanzada suscitó esperanzas desmedidas. Esto se escribe con el deseo de que la sospecha carezca de razón, y pronto se restablezcan entre los dos gobiernos los nexos favorables para propósitos integracionistas como los encarnados en el ALBA, UNASUR y la CELAC.
El significado de esas organizaciones está a la vista, y sería ingenuo esperar que ellas no inquietaran al imperio, y que este, en sus ardides, no movilizara a sus servidores en el afán de neutralizarlas. Las tres se inscriben en las transformaciones geopolíticas que han puesto a nuestra América en el centro de las expectativas planetarias contra los designios imperiales que tienen puesto de mando en los Estados Unidos, cuartel general dividido entre la Casa Blanca y el Pentágono, garantía económica en Wall Street y conciliábulo agresivo en la OTAN, capitaneada desde aquella potencia. En trama semejante le ha tocado a Europa ser cada vez más arrastrada y humillada por el hijo putativo que le creció -con su venia- en la América del Norte, y que no se conforma con raptos mitológicos, sino con ominosos sometimientos.
El mandón no ha visto ni verá impasiblemente que la América Latina y el Caribe, área de pueblos que él estimaba condenada a ser por siempre su patio trasero, crezca y actúe con libertad en la defensa de los derechos populares y nacionales. Sobran evidencias de las maniobras desplegadas para impedir que tome o recupere las riendas de su destino. Recordemos apenas unas pocas: la invariable -salvo para arreciar- hostilidad contra la resistencia revolucionaria de Cuba; los permanentes intentos de derrocar, o desestabilizar al menos, los gobiernos de Venezuela, Bolivia y Ecuador, entre otros; el golpe de estado en Honduras, cuando ya se suponía que procedimientos tales eran “cosa del pasado”.
Los imperialistas intentan que en la región predominen -si no pueden ser los únicos- los gobiernos dóciles a sus designios, y buscan seguir sembrando en ella plataformas militares al servicio de sus planes agresivos. Demasiado candor se requeriría para no ver dentro de esos planes, en lo más reciente, las bases militares establecidas en Colombia. Y habría que escudriñar también en el intercambio de gestos complacientes que durante años ha venido dándose entre el coyundeo madrileño de la Organización de Estados Iberoamericanos y el gobierno de Colombia, desde cuando lo representaba Uribe. ¿Alguien pondrá en duda que los manejos urdidos por una nación europea integrante de la OTAN, y que no logra ocultar sus reminiscencias de metrópoli colonial, forman parte de las maniobras imperiales?
Que en el transcurso de poco tiempo el actual presidente de los Estados Unidos -con un Premio Nobel de la Paz que se le regaló para que lo empleara inmoralmente en la carrera belicista de su país- visite Colombia, y que el presidente de este país reciba al irresponsable y criminal cabecilla de la oposición antibolivariana, no son actos aislados, ni aislables, de las mentadas maniobras: se inscriben en el centro de ellas. Ojalá el presidente colombiano logre de veras probar que en torno al aludido recibimiento, denunciado con dignidad bolivariana por el presidente de Venezuela, se produjo un mero malentendido. Pero no están los tiempos para que los estadistas, o quienes pretendan serlo, se permitan pueriles jueguitos de pandillas.
El presidente de Colombia, con la dolosa pretensión de movilizar el orgullo nacional de su país, ha declarado que este tiene “derecho a pensar en grande”. Pero ha tenido en su contra hasta el desdén con que desde la OTAN -agresiva, colonialista, genocida, racista, menospreciadora de pueblos- le han hecho saber, o le han recordado, que su país no cumple los requisitos geográficos para ingresar en esa alianza. No obstante, le han dejado abiertas las puertas para que Colombia colabore con la OTAN: le permiten suministrar carne de cañón para las guerras con que esta seguirá intentando imponerse en la búsqueda de petróleo, materias primas y mano de obra barata; en el sometimiento, el saqueo y la masacre de pueblos.
Indicios hay de que ahora se vive, como nunca antes, la posibilidad de poner fin a una guerra que ha devenido criminal negocio político y económico para el propio gobierno colombiano, y terrible tragedia para el pueblo de ese país. No se necesita ser demasiado suspicaz para percatarse de lo que ya se ha hecho notar: el presidente de Colombia puede estar buscando continuidad para ese negocio en la exportación de hijos de su pueblo como soldados del ejército invasor imperial, mientras él recibirá presumiblemente el apoyo material -económico- que le daría una Roma con recursos y sordidez más que suficientes para premiarlo, pero que no dejaría de despreciarlo por ello.
Toca al pueblo colombiano impedir que lo empleen en tan turbia y criminal red de intereses; y a los pueblos de nuestra América toda, y aun de la comunidad mundial en su conjunto, denunciar -para que fracasen- procedimientos que sirven a la matanza de inocentes. Ha ocurrido en Sarajevo, Irak, Afganistán, Libia, mientras el imperio prepara celadas similares en Siria, Irán y quién sabe en cuántas otros “oscuros rincones del planeta”, y sigue apoyando la masacre de palestinos por parte del ejército israelí.
Impídase que Colombia, o cualquier otro país de nuestra América, se convierta en el Israel de esta región. No hay en este caso que identificar pueblos y gobiernos, como tampoco ningún credo legítimo y abrazado honradamente se debe confundir con los manejos que a lo largo de la historia los poderosos han manipulado como “razones extraeconómicas” para justificar guerras y saqueos. Lo digno es pensar en grande al servicio de la libertad, la justicia y la soberanía de los pueblos.
*Filólogo e historiador cubano: investigador de la obra martiana de cuyo Centro de Estudios fue sucesivamente subdirector y director. Profesor titular de nuestro Instituto Superior Pedagógico y asesor del legado martiano en los planes de enseñanza del país; asesor y conductor de programas radiales y de televisión. Jurado en importantes certámenes literarios de nuestro país. Conferencista en diversos foros internacionales; fue jefe de redacción y luego subdirector de la revista Casa de las Américas. Realizó tareas diplomáticas como Consejero Cultural de la Embajada de Cuba en España. Desde 2009 ejerce el periodismo cultural en la Revista Bohemia. Entre los reconocimientos que ha recibido se halla la Distinción Por la Cultura Nacional.
Publicado en su blog Luis Toledo Sande: artesa de este tiempo