Agota Kristof publicó, en 1986, la primera parte de una trilogía sobre unos gemelos, tras la segunda guerra mundial, que desde que la leí me dejó fuertemente impresionado. Una historia, narrada sobre todo utilizando diálogos cortos, incisivos y lapidarios, que tenía un incalculable potencial cinematográfico, pero limitado por el difícil hallazgo de unos hermanos que pudiesen encarnar este peculiar aprendizaje vital.El cineasta János Szász ha tenido la inmensa suerte de encontrar a unos gemelos húngaros que, desde su primera aparición en la pantalla, borran cualquier imagen que la imaginación hubiese creado en torno a ellos. András y László Gyémánt podrían haber rodado un documental, en lugar de una obra de ficción, visto el nivel de identificación de sus personajes. Nada de extrañar al descubrir que provienen de una familia que ha atravesado momentos muy complicados económicamente.Los protagonistas del gran cuaderno, huérfanos tras la segunda guerra mundial, al llegar a la casa de su abuela, descubren que van a tener que hacerse muy fuertes para sobrevivir al dolor, los sacrificios y la miseria que les rodea. Con una obstinación y una voluntad fuera de serie, trazan todo un plan de “endurecimiento” y lo ponen por escrito todos los días en un gran cuaderno (que da título a la película).Sublimemente interpretada, dirigida y ambientada, el film obtuvo el premio principal de uno de los principales festivales internacionales (los antiguos categoría A), el de Karlovy Vary y una preselección a mejor película de habla extranjera en los últimos Oscars para un país, Hungría, que jamás ha obtenido este galardón.Esta coproducción europea, con capital húngaro, alemán, francés y austriaco, cuenta con un aliciente nada desdeñable. Christian Berger es su director de fotografía (obsérvese la diferencia de colorido, textura y composición de los cinco fotogramas de la película -podrían pertenecer a films diferentes), y uno de los habituales del equipo técnico de Michael Haneke, con quien trabajó en cinco películas, entre ellas, La cinta blanca (film con una fotografía de lo mejor de la década). Una película de la que no se sale indemne. Potente, fuerte y ambiciosa, logra no caer en el pesimismo total, e incluso, frente a la oscuridad que rodea a los personajes, siempre deja entornada la puerta a un atisbo de esperanza, a una pequeña luz o a un destello de ilusión. Primera parte de una trilogía que, una vez vista, lo único que desea el espectador es que se rueden de inmediato las otras dos.