Revista Cine
Ante todo, una aclaración: quien acuda a ver una película de Baz Luhrmann y se sorprenda (por su estilo visual plagado de excesos, por la agilidad del montaje, por la colorista puesta en escena, por el anacronismo de las canciones, etc) y se disguste es que no sabe de qué va la vaina. A mí me gustaron Romeo & Julieta y Moulin Rouge (no he visto El amor está en el aire y Australia me pareció muy fallida), lo reconozco. Y me ha absorbido El gran Gatsby. Para empezar, releí la novela apenas un par de semanas antes de ver la película. Creo, por tanto, que se trata de una adaptación muy fiel: los diálogos, la voz en off, los personajes, las situaciones… Todo es escrupulosamente fiel al libro. Salvo la situación (posterior a la novela) del narrador, que está en un sanatorio en el que cuenta la historia. Luhrmann adapta a Fitzgerald con devoción y respeto, pero también lo hace suyo porque no renuncia a su sello personal: las canciones son contemporáneas, las fiestas son parecidas a las que podríamos ver hoy día en Ibiza o Nueva York, los colores de las ropas y los decorados están potenciados, el ruido de la banda de sonido es atronador…
Destaca el trabajo de un inmenso (como siempre) Leonardo DiCaprio, seguido de Joel Edgerton (que aporta un poco de humanidad al desagradable Tom Buchanan) y de Cary Mulligan. Yo recuerdo la adaptación protagonizada por Robert Redford: recuerdo que me aburrí y no llegué a verla entera. Con la versión frenética, excesiva y entusiasta de Luhrmann me he divertido mucho (y no soy el único: un buen ejemplo crítico es éste). Y para mí había algo sustancial en la adaptación de esta novela, que está entre mis lecturas favoritas: el respeto a las primeras y a las últimas frases del narrador. Se oyen tal cual, e incluso se escriben en la pantalla para que no olvidemos su importancia.