Edición: Algaida, 2011 Páginas: 416 ISBN: 9788498776867 Precio: 20 €
El Gran Juego es casi como un gran puzle. Necesita muchas piezas. Tus propias piezas. Ellas formarán una llave que te permitirá entrar donde debes hacerlo. Para empezar, debes buscarme. Recuerda, Cucurucho, que la ciudad es como un mapa invisible. (Pág. 44).
Siempre me resulta agradable descubrir nuevas voces que aportan frescura y talento a la narrativa española. Este es el caso de la periodista Leticia Sánchez Ruiz (Oviedo, 1980), que hasta el momento ha publicado dos novelas: Los libros luciérnaga, ganadora del Premio Emilio Alarcos 2009, y El Gran Juego, con la que obtuvo el Premio Ateneo Joven 2011. Me animé a leer esta última gracias a las entusiastas reseñas de blogueros de los que me fío, como Mertxe y Pedro. Una vez más, las recomendaciones de la red me han permitido descubrir a una autora a la que de otro modo tal vez no habría prestado atención, y me alegro mucho de haberlo hecho. El Gran Juego narra la historia de una familia que en los años sesenta regenta un bar de una ciudad del norte de España. Nos habla la hija de la protagonista, que en aquella época aún no había nacido, pero ahora se encarga de poner por escrito las vivencias de cuando su madre era una niña y conoció a Perotti, un anciano que al morir le dejó un importante legado: el Gran Juego. ¿Y qué es el Gran Juego? Nadie lo sabe. La protagonista, a la que Perotti apodaba cariñosamente Cucurucho, debe seguir unas pistas que encuentra en el interior de unos sobres que alguien misterioso le hace llegar. No obstante, no estará sola: su hermano mayor y otros personajes la ayudarán hasta el final. Desde mi punto de vista, el mayor logro de la autora es haber conseguido un equilibrio entre el ambiente hogareño español tradicional y el añadido original del Gran Juego. Tiene el sabor de la literatura de siempre en la recreación del bar de una familia humilde, el trato cercano de los personajes que se reúnen en él, las cuidadas relaciones familiares y el planteamiento de temas universales como el amor, la amistad, la muerte o el paso a la madurez; al mismo tiempo, incorpora elementos imaginativos que le dan su sello personal, como esa casa de Perotti llena de paraguas negros y relojes, la escritora enana (encantadora) y otros detalles curiosos. En el fondo, el Gran Juego no deja de ser una excusa para explorar los vínculos entre personajes y reflejar el bar como punto de encuentro, un tipo de historia que puede gustar a muchos lectores. Además, buena parte de la novela se desarrolla en Navidad, un momento inmejorable para evocar este tipo de sentimientos.
—El amor. Querer tocar sin tocarse, únicamente esperando que el otro quiera hacerlo. Ese desbordarse del cuerpo, saber que estás caminando allá lejos sin moverte del sitio, que tus ojos ven lo que tú no ves porque realmente ya eres otro. La vida desdoblada y temblar sin frío. Un silencio repleto de voces entre dos personas. La vida que se te va en algo tan nimio como el tacto de un alfiler. El deseo de todo lo inaccesible. Esa soledad rota. (Pág. 288).
La trama está bastante bien desarrollada, se sigue el planteamiento de obstáculo y resolución a partir de las pistas del Gran Juego, poco a poco se introducen nuevos personajes y se hacen giros argumentales atractivos. Aun así, no es una novela perfecta: me parece que le cuesta un poco arrancar, las cien primeras páginas no están a la altura de lo que viene después, algunas situaciones relativas al Gran Juego pueden pecar de demasiado rebuscadas y hay escenas de secundarios que se podrían haber eliminado sin grandes consecuencias. De todas formas, en general mis sensaciones son muy buenas: los personajes están bien caracterizados y caen bien (quizá se podría haber perfilado mejor a Guillermo, el único antipático), el libro mejora a medida que avanza, cada vez te envuelve más en la historia y el tercio final es espléndido, por lo que ocurre, por lo que transmite (imposible que no deje al lector con buen sabor de boca) y por la forma de ejecutarlo; todos los cabos quedan bien atados y se entiende por qué la narradora es la hija de la protagonista. A propósito del tema, apostar por esta perspectiva es digno de mención, no se llega a saber el nombre de la niña y eso le da un toque peculiar. Por otro lado, la autora escribe con estilo, su prosa tiene un tono ameno y simpático que conecta con el lector, maneja bien los diálogos y se aprecia su gusto por las referencias a la literatura y la escritura (menciona Miguel Strogoff y Alicia en el País de las Maravillas, por ejemplo, y el personaje de la escritora le permite hacer unas pequeñas reflexiones bonitas sobre el uso de las palabras). Tiene fragmentos dignos de apuntar, sobre todo en esa recta final que comentaba antes. La novela se organiza en capítulos muy breves, muchos de ellos de no más de dos páginas, lo que anima a seguir leyendo con facilidad, a pesar de que al principio creo que le habría venido bien hilvanarlos más para ir al grano. En general, se sigue un orden lineal, aunque algunos retazos aportan información paralela que acaba encajando con la trama principal. Por último, tengo que referirme al mal trabajo de corrección Algaida: el libro contiene bastantes faltas de ortografía. Al menos ha acertado con la cubierta, eso sí.
Leticia Sánchez Ruiz
En suma, merece la pena leer El Gran Juego y conocer a los personajes de ese bar de la calle La Luna, moverse con ellos por el mapa invisible de la ciudad y disfrutar de la voz personal de Leticia Sánchez Ruiz. Es una novela sobre la vida, sobre las personas y las relaciones entre ellas, sobre el amor y lo que queda cuando ya no estamos; una historia tierna y entrañable que se lee con una sonrisa en los labios. Se podría haber pulido más, pero en cualquier caso sigue siendo un libro más que recomendable que puede gustar a mucha gente. Esta autora tiene futuro. No: tiene presente.No te ciegues nunca, míralo todo, descubre el universo bajo tus pies. Espero que hayas observado la belleza y la miseria de la que se compone la vida. Espero que hayas creído en seis cosas imposibles antes del desayuno. Y hay algo que quiero que recuerdes siempre, que nunca me cansé de repetirte. Las personas jamás dejamos de sumar. Así lleva siendo desde el principio de los tiempos, así continuará. Somos legado y promesa. Somos el cúmulo de nuestros padres, abuelos, ancestros y amigos. Somos el resultado de personas que vivieron hace siglos. Somos los que vienen detrás de nosotros. Somos retales. Somos infinitos. Somos suma. Somos suma de muchos. (Pág. 408).