Revista Cultura y Ocio

El gran negocio

Publicado el 23 diciembre 2013 por Creeloquequieras
La inmensa mesa de caoba estaba dispuesta para la reunión, con nueve de los diez miembros del consejo directivo ya acomodados en torno a la misma. No solo todos vestían de forma similar, con trajes perfectos confeccionados a medida, sino que el resto de sus rasgos eran también semejantes, tanto que en una rápida descripción se los hubiera calificado como nueve tipos iguales, de cara angulosa, vestidos de negro. Así hubiera sido incluso en un vistazo más detenido, no resultando fácil distinguir a unos de otros. Mas no se trataba del tipo de personas que uno se detiene demasiado a inspeccionar, pues a pesar de que cierta solemnidad parecía cubrirles, también lo hacía un hálito intangible de inexplicable inconveniencia, que obligaba a cualquiera a retirar los ojos de sus rostros pétreos, rehusar sus miradas y permanecer el mínimo tiempo posible ante sus presencias. Cada uno tenía frente a sí una carpeta de piel, también negra, que ojeaba distraídamente, saltando de un informe a otro y estudiando cada gráfica representada, que por lo general dibujaba una curva descendiente en una pendiente demasiado cerrada. No eran el tipo de gente que resoplara, pero si daba la impresión de que más de uno contenía el aliento. El consejero delegado, que se sentaba a la derecha del único sillón vacío, dejó  el dossier que tenía en las manos dentro de la carpeta y levantó la cabeza hacia el resto de directivos, encontrando los ojos del vicepresidente económico.
-   No es que las cuentas no salgan, es que salen en contra, pero con claridad matemática –le había comunicado unos días atrás–. 16% de caída en industria pesada. 23% en el negocio armamentístico. 41% estimado de pérdidas globales. Y no solo por la crisis económica. Hemos bajado costes, abaratado precios de venta, y seguimos con las mismas. -   ¿Y qué podemos hacer para mejorar esos números? -   Francamente, no lo sé. Aumentar el volumen de negocio, pero sin incrementar la fabricación. Tenemos tantas armas en almacén que pronto no sabremos dónde guardarlas. -   Entiendo, buscar negocio. ¿Y del dispositivo Nazg? ¿Alguna noticia? -   No. Seguimos buscándolo. -   Como siempre. -   Como siempre.
El repiqueteo de los dedos del director de internacional contra la madera noble le apartó del recuerdo. Estaba nervioso, todos lo estaban. No veían habitualmente al presidente y propietario, y cuando lo hacían era porque algo excepcional estaba ocurriendo. De hecho habían transcurrido años desde que el consejo en pleno estuviera en la misma habitación por última vez; lo habitual era que se reunieran tres, cuatro a lo sumo, y cuando aparecía el gran jefe, nadie sabía a ciencia cierta qué designios tendrían que seguir. Sí, existían razones para el nerviosismo. Lo malo era que esa ansiedad se había extendido a todos los escalafones de la empresa, como el champán que desborda las copas desde arriba de una torre y así va llenando las de más abajo. Normalmente parte del mismo sale burbujeando frenético para verterse sobre la mantelería.
-   Los muchachos están inquietos, señor –le había informado meses atrás el director de recursos humanos, allí presente. -   ¿Qué les pasa ahora a los mercenarios? ¿No les pagamos lo suficiente? -   Preferimos que se les llame sencillamente empleados, pero no. No es eso. Tan solo llevan mucho tiempo parados, y ellos son gente de acción. Están entrenados para matar y como sigan ociosos van a empezar a matarse los unos a los otros. De hecho, ya hemos tenido varios casos… -   No hace falta que me des detalles. -   Quizá podríamos licenciar a unos cuantos miles en lugar de seguir reclutando, sumando unidades sin parar. -   Eso no es decisión suya –como tampoco lo era del consejero delegado, la compartiera o no–. ¿Alguna noticia del dispositivo Nazg? -   No. -   ¿Me estás diciendo que de todas las incursiones que hacemos a lo largo y ancho del mundo, en ninguna de ellas obtenemos la más remota pista de dónde está el aparato? -   Así es. Pero es que ya no operamos en tantos escenarios como antes, como en los buenos tiempos. -   En fin… Pues a ver si mantenemos a los muchachos más tranquilos. Que ya volverán los buenos tiempos.
Y desde entonces ese nerviosismo, lejos de disiparse, no había hecho sino crecer. Lo que ninguno de los allí presentes sabía era que uno de los espías más fiables del consejero delegado, y por ende del presidente, le había dado una posible localización del dispositivo, y en gran medida por ello se hallaban allí reunidos. El Nazg, en el que el propietario de la empresa invirtiera la mayor parte de su capital, había marcado la diferencia años atrás. Así la compañía se había convertido en un holding, creciendo hasta límites inabarcables, engañando, absorbiendo o doblegando a otras sociedades de menor entidad; él mismo aún recordaba con nitidez cómo fue seducido entonces por los beneficios rápidos y fáciles que le prometiera el presidente, disfrazado de amigo. Pero gracias al dispositivo, la espiral no había quedado ahí. Imparable, se convirtió en la empresa más importante del mundo, más poderosa que naciones que antaño fueran imperios. Nadie podía discutir a quien tenía el poder de hundir economías a voluntad o invadir países con el ejército privado más poderoso del mundo, por no hablar de sus gobiernos afines, que solo esperaban una orden de salto del presidente para preguntarle que cuánto de alto. Pero en aquellos tiempos, los buenos tiempos, que ahora se antojaban remotos, quiso el azar que durante un enfrentamiento contra un consorcio de rivales agrupados para la ocasión, el dispositivo fuera robado. Afortunadamente en ese grupo nunca fueron capaces de entender y manejar tan avanzada ciencia como lo había hecho el presidente. En realidad nadie excepto éste podía explotar todo su potencial tecnológico, pero sí  pudieron aprovecharlo lo suficiente como para romper el yugo con que la empresa  sujetaba al resto del mundo, alcanzándose una paz salpicada de tensiones. Por supuesto, no se les podía dejar de tener en cuenta, pero dejaron de ser el águila real que vuela por encima de las cabezas de los halcones. O al menos, eso fue lo que pensaron los halcones.
-   Hace tiempo que el consorcio lo perdió, pero he seguido un rastro fresco que me ha llevado hasta una comarca agraria, al noroeste, más allá de las montañas –le había informado el espía hacía tan solo unas horas, provocándole entusiasmo y estupor a proporciones iguales. -   ¿Fiabilidad? -   75%. -   ¿Y cómo ha acabado el dispositivo en un país tan lejano? ¿¿Y en una zona agraria?? -   He encontrado al individuo que lo poseyó un tiempo. Lo encontró de forma fortuita, sin saber lo que tenía entre manos. Y después se lo robó su actual poseedor, que tampoco creo que tenga ni idea. -   ¿Crees a ese individuo? -   Es un extraño personaje, pero dice la verdad. Tengo métodos para averiguar este tipo de informaciones. Le he interrogado con la sustancia… -   No hace falta que me des detalles. ¿Qué hay del nuevo poseedor? -   Aquí tengo nombre y lugar de residencia. He pensado que debía proporcionarle esta inteligencia inmediatamente. -   Bien. Yo me encargo desde ahora.
Cuando comunicó el hallazgo al presidente, éste convoco inmediatamente la reunión. El consejo directivo en pleno dejó sus tareas de ese momento y acudió presto al llamamiento. Si alguno fuera del tipo de persona que se muerde las uñas, lo estaría haciendo en ese momento, pero ninguno estropearía su manicura expresando frente a los demás tal signo de debilidad. Ni siquiera lo haría de cara a sí mismo. No obstante, la impaciencia se podía agarrar a puñados en el aire de la sala de juntas. Incluso fuera de la misma le había abordado el responsable de internacional, quien se hallaba esperándolo solo en la entrada, acción que en condiciones normales jamás habría efectuado.
-   ¿Sabes que está pasando aquí? –le preguntó, entrecerrando aún más sus ojos orientales, que se convirtieron en dos rendijas. -   Pronto nos enteraremos todos. -   Algo tienes que saber, eres el consejero delegado. Esta mañana me ha ordenado que viniera a la reunión, pero que antes movilizara a las unidades foráneas. -   Entiendo. -   ¿Que entiendes? Son un ejército completo. Son varios ejércitos. Entre los sureños, la armada y los del este. ¡Decenas de miles de soldados! -   Y a mí también –irrumpió en la conversación el director nacional, recién llegado, que había acudido al oír las voces elevadas de tono–. Estoy preparando a todos los mercenarios del país. Y él ha movido sus hilos en el gobierno para levantar al ejército regular igualmente. Pasa algo gordo. -   Pronto nos enteraremos, él nos lo dirá –zanjó el consejero delegado, inapelable.
Al parecer tampoco sabían que el propietario tenía un nuevo aliado, lejano pero inesperado y poderoso, en un país del oeste que en otro momento fue rival, y que el consorcio de opositores de la empresa seguía considerando su partidario. Todo un lobo enmascarado con piel de cordero, blanca y reluciente como la nieve. Les viniera encima lo que fuera, el presidente parecía que estaba moviendo fichas incluso antes de conocer la reaparición del dispositivo Nazg. Fuerzas nacionales, extranjeras y socios ocultos. Una nueva configuración de poderes girando alrededor de la empresa para hacerla más potente y debilitar a sus enemigos desde todos los frentes. Una vez dentro, los nueve guardaban silencio tenso. Fuera de aquella sala eran los dueños de cada lugar en el que estaban y de cada situación que vivían, pero entre ellos eran prácticamente iguales, y eso les hacía sentir diferentes. Lanzaban miradas furtivas al consejero delegado, el único que los superaba en rango y que algo tenía que saber, pero éste no delataba nada en sus gestos.
-   Buenas noches a todos, os ruego que disculpéis mi retraso –anunció de súbito una voz tras ellos, fulminando el repiqueteo de dedos del director internacional, así como cualquier otro ademán del resto.
No lo dijo en tono de ruego, ni era una disculpa, sino más bien una presentación. Involuntariamente o no, los nueve giraron la cabeza hacia abajo en gesto sumiso, pues si a ellos nadie se atrevía a mantenerles la mirada, ellos no se la dirigían al presidente a no ser que fuera imprescindible. El hombre aparecido, cuyas dimensiones eran antinaturales, se aproximó hasta el colosal sillón desocupado con un retumbar en el suelo con cada uno de sus pasos y se dejó caer sobre el mismo. Uno a uno, fue escrutando a todos los allí presentes, que le devolvieron la mirada en aquel extraño ritual de dominación para después dejar caer la barbilla de nuevo sobre el pecho. Se trataba de un ser enorme, de proporciones imposibles, y todo en él era enorme, mas no era su tamaño el motivo de su poder. Se trataba de alguien que si observaba desnudaba por dentro, no existiendo nada entre su ojo examinador y el alma del escrutado. Si hablaba, sus palabras eran órdenes incuestionables que se convertían en necesidades imperativas. Si escuchaba, era para conocer los más oscuros secretos, imposibles de esconder.
-   El dispositivo Nazg ha aparecido –susurró, lo que con su grave vozarrón constituía un bramido para un público pasmado por la noticia–. Dedicaréis todos vuestros recursos a encontrarlo. Los nueve viajaréis hasta la comarca en que se halla de inmediato. Mientras tanto, yo prepararé la guerra desde aquí. -   ¿La guerra? –murmuró tras una pausa alguien del consejo. -   Sí, la guerra. Si mi Nazg cayera en manos del enemigo, podría emplearlo contra nosotros. Tendremos que golpearles primero y así eliminar la posibilidad de que aprendan a utilizarlo y a desplegar su poder.
Tras una pausa se levantó y todos vieron por el rabillo del ojo su excesiva mole saliendo de la sala al ritmo de los pasos atronadores. La reunión había durado apenas un minuto; no tenía por qué prolongarse más. El consejero delegado descubrió que su presidente no solo podía recuperar el ansiado dispositivo, sino que estaba al tanto de todos los detalles de la compañía y quién sabía de cuántos más. Poseía una visión de conjunto sobre todas las fichas del juego. El mercado armamentístico volvía a los buenos tiempos. Las armas que copaban los almacenes serían utilizadas. Los mercenarios ociosos volverían a matar. Los ejércitos estaban listos. Hasta pensó que la crisis económica que azotaba tanto a ellos como a sus contrincantes les venía tan bien que quizá no fuera accidental. Regresaba la guerra. Regresaba el gran negocio. Todos desfilaron abandonando la sala y dejando sus butacas vacías. Tenían un largo viaje que acometer y muchos preparativos que realizar. Frente a uno de los sillones, con diferencia el más grande de todos, una placa de oro rezaba solemnemente:
Sr. Oscuro MORDOR  S. A. Presidente


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