Revista Opinión

El Gran Oriente Medio en 2017: vuelta a la casilla de salida

Publicado el 13 febrero 2017 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

A pesar de estar ya en 2017, la región de Oriente Próximo y el norte de África parece que sigue anclada en 2011. El malestar social, los conflictos armados y los pulsos entre potencias regionales serán una constante durante este año, desde Marruecos a Irán.

La zona este de la ciudad de Alepo es hoy por hoy la representación de cómo está la región en la que se circunscribe: agujereada, machacada hasta los cimientos por combates sin límite, la guerra total sin apenas recursos, calle por calle y casa por casa. Ese lento avance a base de tropiezos y golpes parece la constante histórica de este Oriente Próximo y el norte de África. 2017 no será excepción: prácticamente los mismos actores que hace un sexenio protagonizaron aquella oleada revolucionaria que derivó en un incendio descontrolado serán los que marquen el año actual. Pocos avances desde entonces y muchas las sensaciones —y señales— de estar volviendo al punto de partida.

El Gran Oriente Medio en 2017: vuelta a la casilla de salida
Desde las protestas en el Rif a la Intifada de los Cuchillos, pasando por votaciones clave en Turquía e Irak, así quedará el mapa de riesgos para este 2017.

Siria e Irak: el principio del fin de la guerra

Ese Alepo arrasado poco se parece ya a la imagen que tenía cuando era la capital económica de Siria. Sin embargo, la captura de esta ciudad por las tropas gubernamentales ha fijado un antes y un después en el esfuerzo de guerra de Al Asad. Su objetivo principal durante los últimos tiempos no fue el Dáesh, un enemigo útil cuya presencia podía ser vendida al exterior como antítesis de los valores laicos y moderados de Damasco, sino esa facción etiquetada como rebeldes que en la práctica supone una amalgama de milicias y grupos, en su mayoría yihadistas, más cercanos ideológicamente al Estado Islámico que al hace años protagonista y hoy desaparecido Ejército Libre Sirio.

Sin embargo, la guerra en Siria no acabará este año, a pesar de que la victoria gubernamental se da por segura, especialmente gracias al apoyo ruso y a las milicias chiíes bajo el amparo de Irán y Hezbolá. El primer paso en el corto plazo es asegurar la zona oeste del país, económica y poblacionalmente mucho más densa que la desértica región oriental, y para ello Al Asad tendrá que acabar con las bolsas de rebeldes existentes en las cercanías de Damasco, Homs y la gran tarea pendiente: la toma de Idlib, el último gran bastión de esta facción en Siria. Terminada —o al menos solventada— esta fase, girará hacia Al Raqa, un trofeo que también ansían las milicias kurdas desde el norte y que hoy por hoy solo se ha visto frenado por una intervención turca que busca un imposible: perjudicar a Al Asad y a la vez a los kurdos.

Al otro lado del desierto, en el Mosul iraquí, la salida del Dáesh se va a producir antes o después. No obstante, en esta lucha parece que se le está dejando una puerta abierta a que los yihadistas abandonen la ciudad en dirección oeste. Más vale una victoria en Mosul hoy y tener que luchar en otro lugar mañana que emprender una batalla casa por casa en la inmensidad de la ciudad. No obstante, perdiendo su último gran bastión en Irak, los sueños de califato de este grupo están contados.

Con todo, el vacío que deje el Estado Islámico es casi tan peligroso como su propia existencia. La cantidad de facciones y grupos involucrados en la guerra contra los yihadistas es tan amplia que hace extremadamente inestable una posible carrera para repartirse el pastel. De ahí que las conversaciones de paz de cara al posconflicto ya hayan empezado. A día de hoy, Siria e Irak son un rompecabezas cuyas identidades y núcleos de poder —prestando especial atención a los kurdos— poco se parecen a los existentes antes de que todo saltase por los aires. Así, el debate del rediseño de ambos países comenzará a estar sobre la mesa, esbozándose una nueva fase en la que los Estados árabes y otras potencias más emparentadas con la región —caso de Turquía, Irán o Rusia— tengan un papel predominante.

Para ampliar: “Los caprichos fronterizos de Oriente Próximo”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2015

Un punto central de este debate será la cuestión kurda, un asunto de largo recorrido que siempre ha sido aparcado en un rincón en favor de Estados multiétnicos y multiconfesionales. Sin embargo, a diferencia de otras épocas, los kurdos están hoy armados y poseen un dominio efectivo sobre el terreno; el caso del Kurdistán iraquí puede ser considerado prácticamente como un Estado de facto. Solo queda saber qué posición tomarán los kurdos sirios, bastante más afines a los kurdos turcos del PKK que a los iraquíes de Barzani. Desde autonomías respectivas en Siria e Irak —la opción con más peso en la actualidad— a sendas independencias, el catálogo de opciones para la cuestión kurda será crucial en el rediseño de esta zona.

El Gran Oriente Medio en 2017: vuelta a la casilla de salida
Las demandas de un Estado independiente para el Kurdistán se remontan a cerca de un siglo y las pretendidas fronteras de este Estado no han dejado de aumentar desde entonces.

En el Magreb no existe la primavera

Nuevas caras, muchos conflictos y pocos cambios: así se podrían resumir las consecuencias de la oleada de revueltas que en 2011 sacudieron el norte de África. Un sexenio después, los factores que motivaron aquellos días permanecen tan inalterados como entonces —salvo Libia, aún inmersa en una guerra civil—. Incluso la ONU ha advertido de que, al no haber cambiado prácticamente nada en la situación política, económica y social de los países árabes, la bomba de relojería sigue activa.

En líneas generales, el desempleo en los países norteafricanos continúa elevado, especialmente el juvenil, con cifras alarmantes. Esto, además del evidente malestar que ocasiona, es un abono enormemente fértil para la radicalización o los suicidios, que en estos países son a menudo realizados de manera pública. Económicamente, sería atrevido decir que la situación ha mejorado. En Túnez, Egipto o Marruecos, las poblaciones se rebelaron por un alza inasumible de los productos básicos, un factor que hoy por hoy se ha agravado por el brusco descenso en el turismo que han sufrido los dos primeros países como consecuencia del terrorismo y la inestabilidad política.

Es precisamente este último aspecto uno de los más preocupantes. Ni Mubarak, Ben Alí o Gadafi están ya en el poder, pero visto el camino recorrido ya hay quien se arrepiente de haberlos sacado de sus respectivas presidencias. Con todo, la corrupción sigue desatada en el norte de África. Las policías y servicios secretos siguen siendo acusados de cometer torturas y los líderes parecen estar más deslegitimados que sus defenestrados antecesores. Con este escenario, solo Túnez parece mantenerse estable en su débil proyecto democrático. Por ello, Marruecos y especialmente Egipto son los dos puntos claves por los que el norte de África podría volver a saltar por los aires.

El Gran Oriente Medio en 2017: vuelta a la casilla de salida
El desempleo juvenil es una variable clave en el malestar de los países árabes y una fuente habitual de descontento social. La práctica totalidad de los países de la región MENA tienen unas tasas muy elevadas. Fuente: The Economist

En el caso marroquí, las protestas ocurridas en octubre de 2016 por la muerte de un pescador de Alhucemas hicieron brotar dos problemas subyacentes. El primero de ellos fue que, efectivamente, los condicionantes que motivaron las manifestaciones del año 2011 siguen vivos, y, si bien la ciudadanía no ha encontrado canales mediante los que expresar su desencanto, este magma social fluye por buena parte del país. La segunda cuestión, que en absoluto es desdeñable y puede marcar una tendencia política en el país, es la proliferación de banderas bereberes durante las protestas. Partiendo de la base de que la identidad o cultura bereber es mucho más amplia que la circunscrita a Marruecos, el surgimiento de símbolos políticos bereberes en el norte del país puede motivar presiones autonomistas y reivindicaciones políticas alejadas del nacionalismo marroquí. La convergencia de estas dos reclamaciones —la política general con la identitaria— puede suponer durante 2017 un reto importante para el país, más aún si ocurren fenómenos que puedan volver a espolear el descontento social.

En Egipto, la situación es sin duda peor. Al Sisi está gobernando el país en una travesía sin rumbo claro y cada vez más debilitado. Desde que dejó flotar la libra egipcia, además de asistir a su hundimiento, se ha visto obligado a acogerse a un cuantioso préstamo del Fondo Monetario Internacional para contrarrestar el cierre del grifo saudí, incondicional apoyo del presidente egipcio desde que llegó al poder. En la actualidad, el país tiene importantes carencias en cuanto al abastecimiento de alimentos básicos y medicamentos, lo que ha llevado a brotes de descontento social que solo ha podido contrarrestar con unos niveles de represión inéditos hasta con Mubarak. De igual manera, los Hermanos Musulmanes han seguido acosando al Gobierno desde la sombra —un lugar en el que se mueven con gran facilidad— no ya con presión política, sino con grupos terroristas afines, como Hasm, orientados a socavar el poder estatal. Tal fue el grado de confrontación entre el Estado y la Hermandad que durante los últimos compases de 2016 se corrió el riesgo de abocar al país a un conflicto abierto. Conscientes del escenario, ambas partes decidieron tácitamente ceder a una distensión —y se especula con una tregua oficiosa—, algo que sin embargo no ha eliminado el peligro para 2017.

De igual manera, los reordenamientos geopolíticos del mandatario egipcio serán vitales para el equilibrio regional y también para el país. Arabia Saudí, fiel aliado de Sisi, retiró el apoyo económico a este cuando la devolución de unas islas en el estrecho de Tirán fue paralizada en Egipto. No es un asunto menor, ya que el presidente tiene que decidir entre enfadar a un aliado útil y necesario o exponerse a la ira popular por devolver un territorio que muchos egipcios consideran propio.

Para  ampliar: “A cinco años de la revolución egipcia: las aguas del Nilo vuelven a su cauce”, podcast de El Orden Mundial en el Siglo XXI

Incendio en Tierra Santa

Si en 2016 se cumplieron los cien años del tratado Sykes-Picot, 2017 traerá una efeméride de similar importancia: el centenario de la Declaración Balfour. Aunque los deseos contenidos en esta carta ya fueron satisfechos en 1948, este año podría otorgar un deseado regalo para el Estado judío como es un avance en el reconocimiento de Jerusalén como su capital. A pesar de que Israel ha autoproclamado esta ciudad como núcleo de su Estado, ni la ONU ni la práctica totalidad de los países que reconocen a Israel consideran dicha urbe su capital en favor de Tel Aviv, donde se encuentran las embajadas. Sin embargo, la presidencia de Donald Trump podría suponer un punto de inflexión en esta cuestión que aniquilaría totalmente el ya de por sí delicado estado en el que se encuentra el proceso de paz en Oriente Próximo.

Parece que esta cuestión es uno de los puntos centrales en la política exterior del nuevo presidente para con la región. No obstante, no ha adoptado una posición nueva: desde hace años, el Congreso estadounidense mantiene viva la petición de que el Ejecutivo haga real el movimiento diplomático. A pesar de esta iniciativa, ningún presidente se ha atrevido a materializarla, conscientes de la repercusión que tendría en el mundo árabe y de las nefastas consecuencias en sus relaciones con muchos de estos Estados.

Para ampliar: “El nuevo Israel: Viraje al conservadurismo y nueva diplomacia”,  Daniel Rosselló y Esther Miranda en El Orden Mundial, 2017

Sin embargo, casi se podría decir que este será uno de los problemas menores entre Israel y Palestina durante 2017. La llamada Intifada de los Cuchillos continúa desarrollándose, siempre con el miedo presente de que derive en una radicalización islamista patrocinada por el Dáesh o que Hamas opte por una nueva salida armada. A pesar de todo, esta consecución de situaciones no presenta una lógica lineal, sino cíclica. Las desastrosas condiciones de vida existentes en Palestina tienen mucho que ver con las políticas de colonización israelíes y las restricciones de recursos y movilidad a las que han sido sometidos. Parte de la culpa también recae sobre los hombros de las autoridades palestinas, sumidas en la corrupción y más centradas en las luchas internas que en llevar las riendas del país. Un ente tan débil tiene prácticamente imposible hacer frente a la capacidad israelí.

Precisamente por este motivo se han acelerado los planes colonizadores israelíes. La complicada situación política del primer ministro Netanyahu, que gobierna en minoría y con escándalos de corrupción sobre su cabeza, hace que necesite huir de la mano de Hogar Judío, partido ultranacionalista y sionista que aboga no ya por la política de asentamientos, sino abiertamente por la anexión de Cisjordania, que de facto es Palestina entera. Esta escalada, que a día de hoy parece no tener freno, hace cada día más probable que los peores episodios del conflicto palestino-israelí puedan volver a producirse y generen otro foco desestabilizador en una región que ya se ha asentado en el caos.

El Gran Oriente Medio en 2017: vuelta a la casilla de salida
Los asentamientos y el número de colonos israelíes en Cisjordania no han parado de crecer y para 2017 se han aprobado grandes proyectos de viviendas.

Para  ampliar: “Israel en el nuevo Oriente Medio: los enemigos están dentro”, podcast de El Orden Mundial en el Siglo XXI

Árabes, persas y turcos: las tres esquinas de Oriente Próximo

Los pulsos geopolíticos volverán a estar a la orden del día durante 2017. Si el año pasado se preveía más intenso en el pulso entre Arabia Saudí e Irán, con una Turquía en segundo plano, a medida que avanzó el año se fue revelando un mayor intervencionismo turco, especialmente a raíz del golpe de Estado del mes de julio y la amplia purga que vino después. Turquía ya no parece ocultar sus ganas de influir en la zona, un neootomanismo poco disimulado que entra de lleno en la complicada ecuación regional. En este sentido, los intereses inmediatos turcos parecen perseguir un objetivo claro: una reconfiguración del panorama regional a través de nuevos alineamientos en torno a Ankara.

Para ampliar: “Turquía en transición: el regreso del otomanismo y el giro hacia Oriente Próximo”, podcast de El Orden Mundial en el Siglo XXI

Turquía será así el canal de influencia rusa en la región. Siria, aunque aliado de Moscú, es una pieza cada vez más débil. A Turquía le interesa estar respaldada, o alineada, con un país de la primera división geopolítica mundial para conseguir que prevalezcan sus intereses, algo que ni Irán —que también podría coquetear con Rusia si Estados Unidos relanza su presión sobre el acuerdo nuclear— ni Arabia Saudí disponen en la actualidad. De igual manera, Erdoğan se ha preocupado de atraer una serie de piezas secundarias con las que complementar su creciente papel en la región. La de los kurdos iraquíes es fundamental tanto de cara a un debilitamiento de Bagdad como de las otras facciones kurdas, con especial atención al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) turco y las Unidades de Protección Popular (YPG) sirias. De ahí la operación Escudo del Éufrates, una incursión en territorio sirio bajo la excusa de expulsar al Dáesh de la zona norte del país que en verdad buscaba bloquear el avance de las milicias kurdas sirias hacia el oeste, algo que habría supuesto un considerable aumento de influencia de esta facción en el conflicto.

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En la actualidad, tres potencias se disputan distintas áreas de influencia en Oriente Próximo: Arabia Saudí e Irán como hegemones y Turquía en un giro neootomanista.

Más allá de los juegos geopolíticos de Turquía, habrá otro momento crucial para el país este año: el paso de un sistema parlamentario a otro presidencialista. A pesar de ser un movimiento que Erdoğan llevaba tiempo meditando, el intento de golpe de Estado —con todos sus quiénes y porqués con algo de cierto y de falso— ha legitimado esta transición en un intento por fortalecer el país, que ya ha entrado en una deriva autoritaria nacionalista y muy alejada de los valores que hasta hace poco trataba de asentar. Así, el referéndum sobre los cambios constitucionales probablemente encuentre un respaldo más que mayoritario entre los turcos en las urnas.

En la potencia árabe, las cosas podrían empezar a remontar a medida que suba el precio del petróleo. Su táctica del crudo barato ha sido poco efectiva y sus rivales han conseguido esquivar el torpedo hacia los hidrocarburos mientras Riad se enfrascaba en una guerra en Yemen que está lejos de ganar y en incendiar media región a golpe de talonario. Empieza a entreverse que Arabia Saudí no sabe utilizar más herramientas que los cheques y los barriles de petróleo. Su plan de transición económica hacia 2030, a pesar de no ser excesivamente ambicioso, cada día parece más lejano de cumplirse por la incapacidad del reino de acometer el más mínimo proyecto de modernización. A pesar de sus más que holgados recursos económicos, a medio plazo lleva las de perder en las disputas geopolíticas por su escasa capacidad de adaptación y la nula variedad de herramientas en su acción exterior.

Ese guante bien podría recogerlo Irán, que en 2017 se encontrará ante una bifurcación entre el continuismo o el enroque. El acuerdo nuclear ha conseguido sacarle de un ostracismo internacional al que el nuevo presidente de Estados Unidos parece querer devolverle. La presencia del país ha crecido en los últimos años gracias a una política exterior discreta, pero firme, a lo que ha ayudado el levantamiento de las sanciones. Sin embargo, este periodo de normalidad para la potencia persa ha sido breve. Con la llegada de Trump a la Casa Blanca, el acuerdo con Irán ha sido puesto en entredicho de inmediato, resucitando un problema que ya estaba resuelto. Si bien esto no debería alterar los equilibrios en Oriente Próximo, sí puede suponer un varapalo para el presidente Rouhaní, de la corriente moderada y aperturista. Con esta amenaza en el horizonte, las elecciones presidenciales iraníes de este año estarán ineludiblemente marcadas por si la facción más conservadora aprovecha la oportunidad y aplica una retórica antimperialista para hacerse con el poder, denunciando la complacencia y el excesivo aperturismo del actual presidente.

Una cosa parece clara: la región es cada vez más dueña de sí misma, con sus ventajas y contrapartidas. Huelga decir que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha sido con diferencia la zona más convulsa y conflictiva del mundo. Tanto las dinámicas internas en lo político, económico, social y cultural como su papel de bisagra en las dinámicas mundiales han motivado esta inestabilidad. Al contrario que un interruptor, el mundo no tiene dos posiciones, y los cambios no tienen por qué ser rápidos ni sencillos. El próximo paso, en 2018.


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