Dejo atrás San Rafael y comienzo a recorrer verdaderas avenidas de sauces que inclinan sus melenas al viento y alamos que le dan ese colorido tan particular a Mendoza.
De repende la ruta asfaltada se termina y comienza de nuevo la Ruta 40 que conozco. Tierra y ripio.
La punta del cerro Diamante aparece en la distancia.
De nuevo recomienza la aventura. Para mi y para la moto.
Estoy en medio de una planicie infinita donde el único límite es el horizonte. Un horizonte que llega hasta donde alcanza mi vista.
La Ruta 40 readquiere su fisonomía habitual. Los turistas eligen otra ruta. Nosotros, que preferimos la aventura, seguimos nuestro recorrido habitual.
De repente la fisonomia tradicional de la Ruta 40 cambia abruptamente y encontramos el primer gran espejo de agua: es el Embalse Agua del Toro.
Veo algunas barcas y lagunas personas que pescan desde el puente.
Atravieso un túnel y de nuevo delante de mis ojos encuentro el paisaje característico de la ruta: ripio y más ripio. Y el recorrido sigue. De vez en cuando encuentro motos de alta cilindrada y vehículos 4x4.
Yo voy más tranquilo. No tengo apuro. Quiero gozar del paisaje porque se que difícilmente volveré a hacer este recorrido. Quiero que cada imagen se quede grabada en mi retina y en mi memoria.
El calor hace que el motor se la moto se recaliente. Paro y espero que se enfríe un poco para reanudar el viaje.
Como un poco, me reparo con la tela que uso para cubrir la moto y sigo viaje rumbo a El Sosneado.
Largas horas después de haberme tomado más de un café retomo la ruta.
Al final llego a Malargüe y me dirijo directamente al camping donde espero encontrar algunos viejos conocidos que he ido encontrando en este viaje.
Es un camping moderno con duchas, wifi y muchas comodidades de la vida moderna.
En esta zona rica de fósiles prehistóricos se descubrió el Malargue Saurio, un dinosaurio herbóvoro de 18 metros de longitud.