En la obras de Henning Mankell no es difícil fabricar un personaje, no lo digo por restarle méritos al trabajo del novelista sueco, lo digo por lo fácil que es encontrar personajes aspiracionales en un país desarrollado. En cambio, acá es complicado para el escritor latinoamericano encontrar personajes estables económicamente.
En Suecia un policía, un conductor de trenes, un empleado común puede ser el protagonista de una novela, tiene el sustento asegurado mediante su sueldo y puede “dedicarse” a ser el héroe del libro en cuestión sin morirse de hambre y respetando los valores que acá en el tercer mundo de América hemos ido perdiendo.
Cómo desarrollar una trama, por ejemplo, con un personaje que es cartero o vaya policía, si lo que ganan en México no les alcanza para reponer de su bolsa los zapatos que gastarían en su trabajo, como recrearlo si al medio día tienen que ir a un Oxxo a comprar una sopa Maruchan y una coca cola para alimentarse. ¿Quien en sus cinco sentidos aspiraría a ser un personaje así?
Sin embargo, alguien como el jefe de un cartel del narco, que gana millones de dólares en una transacción, que posee yates, coches y mujeres guapas, aunque no tenga ética y sea un asesino despiadado, eso si, que deja buenas limosnas a la Iglesia, sería el sueño de muchos jóvenes, una buena aspiración según ellos, ese es un grave problema para nuestra sociedad.
No es que haga falta un Henning Mankell en México o Latinoamérica, lo que necesitamos es orden en la vida cotidiana, eso orden que solo pueden dar los valores correctos en las personas. Orden que es más que necesario cuando iremos observando en los próximos años como decenas de miles de recién egresados de las universidades no encuentran un empleo que les remunere de forma apropiada sus sueños.