El Greco, cuyo verdadero nombre era Doménikos Theotokópoulos, nació en la isla griega de Creta en 1541 –de ahí el sobrenombre con el que se le conoce- y se estableció con 36 años en la ciudad de Toledo. Se trata de un pintor formado en las grandes escuelas pictóricas de Roma y Venecia que viajó a España para tratar de obtener el favor de Felipe II en El Escorial. Sin embargo, el monarca no le ofreció un puesto en la corte y el Greco encontró un lugar donde desarrollar su arte, una ciudad medieval de calles empedradas y antigua capital de España situada a unos 70 kilómetros de Madrid, que fue cuna de tres religiones: la cristiana, la hebrea y la musulmana.
No obstante, a su llegada a Toledo, el Greco no tuvo unos años fáciles. Agobiado por las deudas, se vio obligado a aceptar todo tipo de encargos para sobrevivir. Como se puede ver, España no ha cambiado nada en su trato a escritores, pintores, científicos, etc. A pesar de todo, la genialidad del artista creó en su taller toledano innumerables retratos y grandes pinturas religiosas reunidas ahora en seis lugares emblemáticos de la ciudad.
2014 conmemora el cuarto centenario de la muerte del Greco (el 7 de abril de 1614) y Toledo acoge la mayor exposición que se haya hecho jamás de su obra. Desde el 14 de marzo al 14 de junio de este mismo año en Toledo se exponen obras como La adoración del nombre de Jesús, que viaja desde la National Gallery de Londres, el Cristo en la Cruz con dos donantes, del Museo del Louvre, o la Vista de Toledo, del que se dice que era el cuadro preferido del escritor Ernest Hemingway y que visitaba en el Metropolitan Museum de Nueva York.
Éstos cuadros se unirán con los trabajos más conocidos del Greco, como El caballero de la mano en el pecho, El entierro del Conde de Orgaz o El expolio de Cristo, obra maestra de la primera etapa del artista en la capital manchega, que tras una restauración en el madrileño Museo del Prado fue devuelta a finales de enero a la sacristía de la catedral de Toledo, su escenario original.
En total 64 obras, procedentes de 31 ciudades del mundo, han viajado a Toledo para la exposición más relevante que se ha hecho nunca del pintor, cuya intención es mostrar desde nuestros días a un artista sólo redescubierto a finales del siglo XIX, tras pasar tres siglos en el olvido, y a un pintor que disfruta pintando cosas bellas, de una manera altamente bella y que, en contra de la creencia, no disfruta con las figuras demacradas y macilentas.
Hay artistas malditos –en España casi todos-, que como Van Gogh murieron sin disfrutar de la fama de sus obras, otros como Miguel Ángel, que alcanzaron la gloria en vida para convertirse en mitos, y algunos como El Greco, que pese a vivir un gran éxito que le otorgó su ciudad de acogida, quedó sumido prácticamente en el olvido tras su muerte en 1614, para acabar convirtiéndose en motor de la pintura y el arte moderno. El Greco desapareció durante 300 años como personaje relevante del mundo pictórico sin dejar influencias ni estudiosos que se interesaran por él. Tal vez sus interpretaciones demasiado libres y alejadas de las normas académicas no fueron muy bien asimiladas por los artistas de los siglos posteriores a su muerte y, hasta finales del siglo XIX, cuando nace el Impresionismo, El Greco no se convierte en un modelo a seguir.
La historia del Greco es una historia más de un hombre con talento que fue rechazado de varios sitios porque su obra no era convencional y no se apreciaba ni comprendía -estaba muy por delante de su tiempo-; pero que tuvo la fortuna de encontrar un lugar, Toledo, en donde su genialidad pudo brotar y desarrollarse y que, pese a ser olvidado durante 300 años, la pintura del XIX rescató y lo convirtió en el paradigma de la pintura moderna. En una época, la actual, en que el mundo no anda sobrado de talento, quién sabe si a fuerza de cerrar nuestras fronteras a muchos inmigrantes que vienen a España buscando un futuro más digno, no estaremos cerrando también las puertas a más de un Greco.