leo todo lo que cae en mis manos sobre disciplina positiva y formas varias de educar en la calma.
he conseguido hacer que el autocuidado forme parte de mi día a día de una forma, no solo constante, sino importante.
llevo una alimentación que está fenomenal, y no es porque yo lo diga, ya conoces mis menús.
me falla el descanso, eso es verdad, porque no puedo parar y duermo menos de lo que debería.
también estoy en modo introspección desde hace tiempo, de nuevo leyendo en ese sentido a más no poder.
gracias a todo lo anterior (falta de suelo incluido, que es la que me permite tanta lectura y autoformación), he conseguido afrontar muchos momentos de mi día a día, de una forma tranquila, tanto a nivel de familia como de pareja. reacciono de formas que antes hubiera sido incapaz y de las que me siento orgullosa. porque ya sé respirar, dar un paso atrás, empatizar más, recular y reconducir. esto no quiere decir que pliegue siempre a favor del otro y así evite el conflicto, no. me refiero a que he aprendido a parar y tomar perspectiva y reaccionar desde ahí, controlando el potro desbocado de antaño.
pero, ay amiga, y lo hablaba hace poco con otra mamá, ¿qué tienen nuestros hijos que nos hacen saltar el umbral de la paciencia por los aires en según qué momentos a la velocidad de la luz? porque, después de todo el momento zen que acabo de describir, y que de verdad me ha llevado a vivir de una forma mucho más sosegada, resulta que ayer, en un momento de la tarde, le di un grito a mi pobre hija, que no puedo olvidar la carita de susto que me puso.
creo que no he dejado de recordarla desde entonces, y más cuando la tengo delante. el sentimiento de culpa que tengo es indescriptible. ¿por qué no supe controlar eso?
quiero pensar que me va a servir para poderlo hacer bien la próxima vez.
¡sígueme y no te pierdas nada!