no debe resultar tan difícil modificar el orden de amarse:
hablo de un cambio de sentido,
de transitar por las jornadas del querer
como quien transita con el paso invertido
mirándolo bien pienso que pudiera ser un buen inicio
caminar desde el final de los horrores
sucumbiendo ante el avance implacable del frío
y la devastadora herrumbre de la soledad y el engaño
presenciar la caída del abrigo
como quien presencia la vanguardia de lo cotidiano,
y despedir al ejercito sanguinario y derrotado
llorándolo a mares por todo el dolor causado
bien es cierto que habría de soportarse una buena dosis de tristeza
y de silencio en las miradas,
el vértigo del quien se asoma al precipicio de una sonrisa forzada,
y la punzada del fracaso unida a las noches de medias lenguas
luego cabría invertir una vida normal
en una vida anormal,
revolvernos en seres primitivos y bestias de caza,
animales de caricias obscenas y cópulas salvajes,
huérfanos de aspiraciones sin más aspiración que el amarse
alargar las manos,
alargar las manos y palpar la esperanza,
poseer las lenguas sin bozal
y los amaneceres del deseo y la frecuencia
y así,
cálidamente protegidos,
encogernos de hombros al caer la noche
mientras nos preguntamos qué nos está sucediendo,
seres desconocidos que se abrazan como románticos bellos
deberemos suspirar
como suspiran los niños ante el azote del sueño,
y zambullirse en la paz y el letargo
del que entrega su vida a la seguridad del amado
finalmente,
cuando todo sea ilusión,
cuando naveguemos por la candidez de la alegría
y descubramos sorprendidos que el espejo nos retorna la sonrisa,
entonces sí,
abandonarnos
abandonarnos por fin estúpidamente heroicos y temerarios
alegres y excitados
igual que abandonamos en su inicio
el grito del primer orgasmo.
David Mariné