El Guardaespaldas arranca con veinte minutos cargados de suspenso y tensión, un aperitivo fiel al menú confeccionado para el espectador en cada uno de sus seis episodios.
La serie es un thriller político que pone sobre la mesa las implicaciones legales vinculadas a la seguridad nacional. Y lo hace sirviéndose de personajes femeninos que ocupan, con firmeza, cargos de vital importancia para el devenir del país.
Mujeres que combaten el terrorismo y el crimen organizado mientras asisten a los tejemanejes propios del paisaje político de ámbito nacional. Con sus chantajes, sus puyas ante los medios y sus misteriosas reuniones en hoteles.
El Guardaespaldas se desarrolla con una historia efectista en la que los giros inesperados son el fármaco que engancha la audiencia. Nada nuevo y, quizá, tampoco bueno, si nos queremos poner televisivamente exquisitos.
El guion es envolvente, desarrolla una historia cargada de misterio y secretos, en la que el espectador no puede dejar de preguntarse si los buenos son realmente los buenos, y los malos son tan malos. Y si realmente se trata de descubrir la verdad, cueste lo que cueste, o de salvar su propio pellejo.
El Guardaespaldas me ha devuelto la fe en la pequeña pantalla (soy de los más escépticos). Durante seis semanas me proporcionó una razón para fijar una cita semanal con el televisor...