Edición: Destino, 2013 Páginas: 440 ISBN: 9788423341986 Precio: 18,50 € (e-book: 12,99 €) El éxito no siempre va unido a la calidad. De hecho, muchas personas creen que todos los superventas son mediocres. Yo no lo afirmaría de forma tan categórica, pero, por desgracia, libros como El guardián invisible les dan la razón: 100.000 ejemplares vendidos en España en menos de un año (y en plena crisis), gran campaña de promoción, derechos de traducción vendidos a diecisiete países y una película en camino. La segunda novela de Dolores Redondo (San Sebastián, 1969), con la que comienza una trilogía ambientada en el valle navarro del Baztán, parecía tenerlo todo para sorprender al lector con una combinación de intriga policíaca y el sustrato mitológico de la zona. Sin embargo, de poco sirve partir de una buena base si luego se construye una historia que deja tanto que desear. Los cuerpos sin vida de unas adolescentes aparecen en extrañas circunstancias en los márgenes del río Baztán. La inspectora Amaia Salazar se encarga de la investigación, que la obliga a regresar a su localidad natal, Elizondo, donde aún residen sus hermanas. No es un mal argumento: mezcla la búsqueda del sospechoso con los temas personales de la protagonista y su familia, de una forma similar a Asa Larsson y otros autores del género. No obstante, la novela no cumple ni en lo uno ni en lo otro. Lo primero que falla es su escritura mediocre, sin estilo, un vocabulario básico que para rematar está lleno de faltas de ortografía y repeticiones (un pésimo trabajo de corrección por parte de Destino). Los diálogos son de cartón piedra: todos los personajes se expresan igual, tan pronto exponen una explicación técnica, médica o histórica en un registro enciclopédico como se ponen a hablar de forma muy coloquial, unos giros bruscos que no resultan nada creíbles. Pueden estar enfadados, alegres o decaídos, pero su estado de ánimo nunca se refleja en lo que dicen. Además, la autora no ha sabido canalizar la información que ha recopilado, parece que los personajes están siempre en clase, escuchando la lección del profesor o impartiéndola ellos mismos. La gracia de documentarse está en saber seleccionar los datos relevantes y presentarlos sin que el lector note un cambio súbito en la narración. Por otro lado, la novela carece de tensión a pesar de la intriga policíaca. Desfilan varios sospechosos, pero está tan claro que ninguno de ellos es el culpable que esas escenas se leen sin emoción alguna, como puro relleno. La forma de presentarlos no es la más adecuada, porque se dan muchos rodeos para llegar a una conclusión que el lector ha alcanzado mucho antes que la protagonista. No genera dudas, no provoca esa agitación de pensar «¿Quién será el culpable?». A propósito, considero bastante rebuscado imaginar que en un pueblo los crímenes en serie coinciden en el tiempo con un homicidio y un intento de suicidio que no tienen nada que ver con el suceso; demasiado para una pequeña localidad. El desenlace se intuye, las pistas que apuntan hacia él son un poco descaradas. Problemas imperdonables en una novela de misterio. Cambiando de tercio, el componente mitológico está muy desaprovechado, por mucho que la campaña de promoción haya puesto tanto énfasis en él y nos lo venda como aquello en lo que sobresale con respecto a los libros parecidos. En el fondo, no es más que un mero decorado que no termina de cuajar, un acompañamiento de la trama principal (hasta se introducen algunos seres de los que no se vuelve a tener noticias. Supongo que la autora se los reserva para Legado en los huesos, la segunda parte). La ambientación de Navarra no destaca por nada: se habla del clima, de los dulces tradicionales de la región y poco más; se podría haber desarrollado en otro lugar sin grandes cambios y no he sentido que me trasladara a esa frontera entre lo racional y lo mítico que tanto juego podría dar si se utilizara bien. Quien decida leerla en busca de un misterio con fuerte presencia de la mitología navarra se decepcionará, porque en la práctica El guardián invisible es una novela policíaca cualquiera. No, miento: también tiene elementos propios de la literatura romántica y chick-lit, aunque no estoy segura de que esto sea una ventaja. Como muestra de chick-lit tenemos, para empezar, la descripción irritante de la ropa de los personajes, que aparte de crispar al lector solo consigue entorpecer el ritmo («Para esa mañana el inspector Montes había elegido una vistosa corbata de seda morada, sin duda muy cara, que lucía sobre una camisa lila; el efecto era elegante pero con un tufillo a poli de Miami que resultaba chocante», pág. 22. Entiendo que con este personaje en concreto la autora insiste porque quiere que sospechemos que algo le ocurre, pero lo hace tantas veces —y de una forma tan poco sutil— que el resultado es nefasto). En el lado romántico, destaca el exceso de azúcar de la trama de Amaia y su marido: él es el hombre perfecto, un verdadero príncipe azul, se dicen cosas cursis (hasta se llaman «cari» y «amor»), se narran escenas eróticas que me hicieron pensar que la catalogación de la novela estaba equivocada… Como siempre, el problema no está en el qué —describir la ropa con minuciosidad y plasmar una relación de amor no está reñido con el género policíaco—, sino en el cómo, y ahí no convence: tópicos por todas partes, tramos innecesarios, personajes planos y fáciles de olvidar… Por si fuera poco, se cae peligrosamente en los estereotipos de género, como en algunos comentarios sobre la protagonista, que solo se siente mujer cuando está con su esposo en la intimidad, puesto que su trabajo y su aspecto físico hacen que no se vea femenina. También se refiere con frecuencia al hecho de que Amaia es la primera mujer en conseguir el cargo de inspectora en su oficina, cosa que da lugar a situaciones en las que ella, en calidad de única fémina del grupo, da explicaciones tan enjundiosas y necesarias como esta: «toallitas desmaquilladoras; son parecidas a las que se usan para limpiar el culo a los bebés, pero con otra composición» (pág. 78). ¿De verdad era necesario diferenciar a Amaia de sus compañeros varones por sus conocimientos de cosmética? La autora ha querido construir una protagonista fuerte y moderna, pero hace tanto hincapié en su rol de mujer (y de una forma tan tópica: maquillaje, embarazo, feminidad…) que a veces transmite justamente lo contrario.
Dolores Redondo
En general, todo lo que se desprende de El guardián invisible es la sensación de que le falta mucho para ser una buena novela, tanto en la planificación de la trama y la caracterización de los personajes como en el uso del lenguaje. La inexperiencia de Dolores Redondo aún se nota demasiado, aunque estoy segura de que su escritura ganará consistencia con el tiempo. En cualquier caso, la novela no está a la altura de las expectativas que se han creado y me sorprende mucho que tantas editoriales extranjeras se hayan interesado por ella (supongo que estamos ante uno de esos casos en los que cuenta más el marketing que los atributos de la obra). No esperaba encontrar alta literatura, que conste, pero lo malo es que ni siquiera me ha parecido entretenida, como lo son Dan Brown o Carlos Ruiz Zafón en sus respectivos registros, porque cuando una historia tiene tantos defectos no me entretiene. En fin, disto mucho de ser una entendida en el género, pero si queréis leer una buena novela policíaca que cuide tanto la intriga como los temas personales, antes de este libro os recomiendo, por ejemplo, a Kate Atkinson.