Título: El guardián invisible. Trilogía del Baztán 1
Título Original: (El guardián invisible, 2012)
Autor: Dolores Redondo
Editorial: Destino
Colección: Áncora y Delfín
Copyright:
© Dolores Redondo, 2012
© Ediciones Destino, S.A., 2013
Edición: 1ª Edición, Enero 2013
ISBN: 9788423341986
Tapa: Blanda
Etiquetas: criminales, criminología, asesinos en serie, folklore, género negro, investigación, policiaca, literatura española, mitología, novela, sagas, trilogías, thriller, Navarra, Pamplona, mitología vasca, mitología navarra, diosa Mari, ttartalo, enfermedades mentales
Nº de páginas: 435
Argumento:
La inspectora de homicidios de la Policía Foral Amaia Salazar regresa a su Elizondo natal para investigar el asesinato ritual de dos jóvenes halladas muertas en el entorno del valle del Baztán con una serie de rasgos distintivos del asesino muy marcados, personales y llamativos. Además de hacer frente a la investigación del caso, Amaia se las tendrá que ver con la mitología, las creencias y las costumbres más arraigadas del lugar y la pugna entre modernidad y tradición, al tiempo que verá cómo regresan a su vida y a sus sueños los demonios del pasado que creía enterrados y olvidados.Opinión:
Dicen que los recuerdos son como las cerezas: coges un par y una guirnalda de ellas salen enlazadas en las primeras. Con las personas ocurre lo mismo: te adentras en la vida de una de ellas y, casi sin darte cuenta, te has metido en un universo lleno de historias, pasados y secretos. Al menos, es lo que ocurre en El guardián invisible: abres el libro y te sumerges ya desde la primera línea en la investigación del asesinato de dos chicas, más cercanas a la niñez que a la juventud, y, en el párrafo siguiente, en la de Amaia Salazar, la inspectora encargada del caso. Primera página y ya tienes entre las manos tres vidas enlazadas por el azar y la crueldad de una cuarta vida (aún desconocida) capaz de perpetrar una suerte de crímenes purificantes que sobrecogen dentro y fuera del libro.A esas cuatro vidas se van sumando otras: la faceta en pareja de Amaia y su afán por ser madre, sus terrores nocturnos, las que componen el entorno de las dos víctimas, las de los cadáveres que van apareciendo en la cuenta particular del asesino en serie, las de quienes ayuda a Amaia en la investigación... Una investigación que se llevará a cabo en Eliozondo, el pueblo del que es originaria la inspectora, por lo que su familia (sus hermanas, sus cuñados, sus tías, su pasado...) también se irán agregando a esa ristra de vidas entrelazadas que vamos conociendo a lo largo del libro. Y lo mejor es que el narrador omnisciente hace parada en buena parte de ellas, contándonos sus terrores y miserias, sus pequeñas alegrías y sus grandes secretos.
Porque si algo hay en esta novela son secretos. Unos relacionados con la investigación y otros con la vida personal de Amaia. Secretos tan bien guardados que han quedado enterrados, pero su regreso a Elizondo no tardará en volver a sacarlos a la luz.
Dolores Redondo hilvana a la perfección la faceta personal de la inspectora con los pasos que va dando la investigación, ofreciendo al lector una visión de conjunto que va más allá de los límites de lo meramente policial, haciendo que esta novela mezcle lo puramente criminal con otras historias no menos terroríficas.
Tan bien enraizados como estos dos ejes argumentales están la investigación policial y uno de los elementos menos frecuente en la novela negra al uso (centrada en lo específicamente real) y que da al libro un tono diferente: el elemento fantástico. Todo el texto juega con los límites entre lo real y lo inventado, lo real y lo soñado, lo real y lo creído desde tiempos ancestrales. Pero este juego está perfectamente integrado en una reflexión más amplia sobre las fronteras entre la religión, la tradición, la superstición, la mitología local, los ritos paganos y la superchería y cómo, en muchos casos, unos van derivando en otros a lo largo de los siglos y los tipos de sociedades. De esta manera, Redondo va creando un clima que va inculcando en el lector la idea de que todo puede ser posible, va abriendo su mente de forma natural, uniendo pasado y presente, de tal modo que cuando los diferentes elementos mágicos van entrando en el argumento, el lector no se sobresalta, no chirría, la trama fluye por donde debería fluir. Respecto al proceso de investigación desde el punto de vista técnico, ese elemento mágico está representado por ese instinto del que hablan varios de los personajes, ese pálpito que aunque, en principio, pueda pensarse que tiene poco que ver con lo científico, lo medible, las pruebas y las evidencias, sí tiene un soporte teórico más allá de la mera intuición personal: como bien apunta Iriarte, esa percepción que tenemos de los demás se basa en la comunicación no verbal, los gestos, las primeras impresiones, las mentiras sociales... Aspectos, efectivamente, subjetivos pero que tienen también un componente socialmente objetivo.
A la natural integración entre lo real y lo fantástico contribuye el escenario en el que la autora sitúa la acción: la Navarra rural. Ese valle y esos pueblos en los que se han creído determinadas cuestiones desde hace siglos, en los que se ha creado una mitología propia que ha servido a los hombres y a las mujeres para sobrevivir en un entorno duro. Redondo remansa la acción describiéndonos paisajes naturales y entornos rurales con tanta viveza que de verdad te parece estar viéndolos.
La naturaleza, su perfección, su variedad, su belleza, su preservación... se convierten en uno de los temas centrales de la novela, un escenario de lujo (casi un personaje más) que también sirve a la autora para reflexionar sobre la oposición campo/ciudad, sobre la vuelta a los orígenes, sobre el paso de la niñez a la edad madura, sobre las tradiciones de toda la vida y sobre la pugna ancestral entre los vientos nuevos y la antigua forma de hacer las cosas. Ese debate por la preservación de la inocencia, de lo tradicional, de la esencia de los pueblos aparece tanto en las conversaciones, como en las reflexiones y, por supuesto, se convierte en el pilar que sostiene el caso policial.
Este debate abre la puerta narrativa para que se cuele por ella la historia y la mitología, disciplinas que, junto con la psicología, la zoología o la química apuntalan teóricamente la creación novelística. Dolores Redondo hace mucho hincapié en el trazado psicológico de los personajes. Por eso, ahonda en las carencias de la inspectora Salazar, en el eje personal, y en los perfiles psicológicos de las víctimas y el posible asesino, en el eje policíaco. Otro elemento que me parece especialmente atractivo en el conjunto de la novela y que guarda mucha relación con determinadas series de televisión a las que el texto alude explícitamente, aunque lo haga de manera genérica, sin citar títulos concretos.
Temporalmente, esos dos ejes argumentales de los que venimos hablando marcan dos tiempos diferentes dentro de la novela. Aunque los parlamentos de determinados personajes nos van permitiendo reconstruir hechos ocurridos antes del momento en el que empieza la obra, hay un fecha marcada explícitamente relacionada no con el eje policíaco sino con el personal: la primavera de 1989, cuando Amaia tenía 9 años y tuvo lugar el suceso que ha querido enterrar desde entonces. Pasado, presente y un futuro adelantado por las cartas del tarot se unen en un solo punto del tiempo y del espacio para dar sentido a la existencia de Amaia, para romper el dique que venía conteniendo su mente desde hacía demasiado tiempo y dar rienda suelta, así, a una vida. Su vida.
Además de todos estos temas, la autora también pone sobre el mantel otras cuestiones como el ejercicio de la autoridad con los subordinados o las dificultades para abrirse camino de la mujer en el entorno laboral, sobre todo en un medio profesional tan cerrado como el policial. Y me ha llamado especialmente la atención la presencia de ciertos simbolismos (presentes en casi todas las novelas criminales, relacionados con el mensaje que el asesino quiere transmitir con sus actos), la frecuente referencia a los gestos (incidiendo en eso que decía antes: en la percepción, la intuición, los pálpitos personales) y la constante presencia de los olores: Amaia está continuamente percibiendo olores y el narrador nos los va transmitiendo. La naturaleza, los perfumes, su antiguo hogar, el obrador... todo huele y ese olor tiene un significado para Amaia. Dicen que oler es recordar, que nuestra memoria olfativa es capaz de devolvernos a la mente episodios y sucesos totalmente olvidados; Amaia demuestra que es verdad.
En definitiva, una novela llena de matices, con una idea de fondo que sustenta una trama policíaca muy sólida y acertada, una perfecta construcción de personajes basada en principios psicológicos, un desarrollo bien medido y estructurado y esa rama argumental que ahonda en los misterios insondables del alma humana, del alma de Amaia y su familia, de lo más atractiva y sorprendente. Una novela escrita con un estilo ágil y cuidado que atrapa al lector y que cuida de él durante su lectura como un basajaun lo haría del bosque: con mucha atención, seguridad y cariño. Aunque los rincones en los que nos adentra sean tan oscuros como el corazón del valle de Baztán. Enlace a la reseña original. Nos seguimos leyendo.