Es esa edad en la que al término "joven" le suele acompañas el adverbio "siempre". Ya no eres púber, y comienzas a valorar cosas largamente inusitadas. Sigues queriendo la informalidad inherente de quien se asusta cuando le tratan de usted pero valoras y pagas un buen manjar en sitios en los que el tú mismo de los 90 no hubiera entrado. Esa edad en la que sigues bebiendo con amigos, hasta que llega la pareja y te recuerda que el hijo mutuo es cosa de dos. Sabes perfectamente lo que es un tartar, descartas locales por calidad y no por precio y dominas los palillos japoneses como una extensión de tus manos. Has madurado pero una parte de ti no ha cambiado, el alcohol esporádico (qué tiempos aquellos en los que nada afectaba) permanece indispensable y sigues sabiendo lo que es pasárselo bien entre gente y conversaciones de mote. Y es esa inevitable levedad del ser la que un local de La Barceloneta quiere postergar. Comerás calidad, pero tu canallismo estará a salvo. Local para los de treinta y tantos, los de treinta y pocos, los de treinta y muchos eternos. Para los jóvenes siempre.
Dirección: Plaza Poeta Boscà, 2
Precio medio: 15€. Ensaladilla rusa con picos y alcaparras, 4,75; guacamole con jalapeños, 6,50; bravas, 3,90; huevos estrellados, 6,75; Cochino al ast, 7,25. Caña, 1,50; mojito y caipirinha, 6,50.
Imprescindible: Pedir el cochinillo al ast y el pincho Makinavaja, y demostrar que no hay tapas para edades ni edades para tapas.
Horario: De lunes a domingo, de 10.00 a 01.00h.
Web: El Guindilla Barceloneta
Según Cultibar
Diversión en continente que el contenido matiza. Un hijo de familia bien que sabe comer pero disimula. El Guindilla, en el mercado de La Barceloneta, respira juventud en colores, formas y cartas, maneras de hacer que entran por los ojos y satisfacen al estómago. Un local del grupo El Asador de Aranda que quiere llegar a otra público, que recibe las materias del restaurante madre pero que las maquilla para que no creas que has envejecido. En mesas de tamaños y materiales diversos, en un local grande y que respira -ideal para grupos y nada desdeñable en su privado abierto para singulares- tapas y raciones de producto de proximidad y técnica avalada anticipan un festín que sólo tú puedes medir, pues ya sabes lo que quieres.
Y vuelve la lucha generacional. El Guindilla juega contigo para presentarte una carta tras la que no te podrás esconder. Eminentemente de tapas, las divide entre modernas y eternas, dejándote una dicotomía que puedes salvar dividiendo, mostrando que el adverbio "siempre" es gastronómicamente aplicable. Sus bravas aparecen con dosificador de salsa, los huevos estrellados van con beicon ibérico y puedes pedir una tapa de cap y pota. Además, virutas de foie micuit con crujiente de frambuesa, entrañita a la parrilla con mayochurri o cochino al ast con salsa agridulce. Ya no hay miedo. El pescado (pescaíto frito, pulpo a la gallega, tataki de atún con guacamole, salpicón de marisco con encurtidos...) vendrá otro día. Hoy ha vencido tu eternamente joven y te tiras al Coco loco que aparece en barra.
Sales y ves la terraza que tiene el bar en plena plaza del mercado de La Barceloneta. Ni te habías fijado al entrar. Habías venido a comer. Te has divertido como un niño comiendo y reconociendo sabores como un adulto. Es el espíritu "siempre", el de los eternos hijos, el de los ya padres.
La experiencia Cultibar
Se palpan los treinta. Ese tramo de la vida en el que casi todo está permitido. En "El Guindilla" el público exprime los límites de una etapa tanto en lo social como en lo gastronómico. No quieren perder lo infantil de un "Banana Split", ni el placer de hacerse el mayor con el "cochinillo" tradicional de El Asador de Aranda. Lugar que seguramente pisaron con sus abuelos por vez primera.
En lo social, las tertulias giran en torno a temas desde lo más básico hasta lo más profundo. Todo "debate" está permitido. A nuestro lado, en la zona más grupal e informal, una mesa pretende arreglar el mundo. En la zona reservada, una pareja se mira a los ojos cual quinceañeros. La terraza se crece comentario a comentario con esos códigos internos que tan sólo los miembros de un grupo cómplice pueden comprender. Todo vivido, todo por vivir. Treinta y tantos.