Esta novela de Luis Landero, la segunda que leo del autor tras “Hoy Júpiter”, es incluso más redonda que la anterior, y los personajes se perfilan más intensos y repletos de matices. Tan sólo el detalle de que el protagonista sea capaz de dormir con un ojo y permanecer en vigilia con otro, confundiendo el mundo real y el onírico, o el símil del taller donde trabaja con la trampa de la hormiga león ya merecerían salvar la novela aunque no contase con otro mérito reseñable, que no es el caso.
Al igual que en la otra ocasión, el final es lo más flojo del libro, y la única causa de que no se pueda considerar a la novela una obra maestra.