Revista Espiritualidad

EL HÁBITO SÍ HACE AL MONJE (y viceversa)

Por Srigangamata @SRIGANGAMATA
Cada día de nuestras vidas, nos movemos en una serie de automatismos completamente transparentes que hemos ido creando (a instancias de quienes nos acompañaron durante el crecimiento y de nosotros mismos) durante toda nuestra vida.
Van des de la simplicidad del modo en que nos cepillamos los dientes hasta la manera en que damos y recibimos el amor.

El automatismo es un mecanismo neuroquímico destinado a ahorrar energía y liberar “memoria de ram” del cerebro.
Como organismo biológico el cerebro se rige por leyes de economía estricta, que hacen que su operatoria sea posible. Un aprendizaje, es una serie de procesos nuevos que requieren mucha atención, comprensión, integración, y repetición, actividades todas estas que consumen mucha energía y “presencia” del cerebro, que en simultaneo debe regir funciones motoras, fisiológicas, cognitivas, nerviosas etc.

Así, el cerebro busca optimizar ese consumo transformando (a través de la interpretación y la repetición) la mayor cantidad de aprendizajes posibles en automatismos.
De este modo no deben ser evaluados, atendido y monitoreados cada vez que se ponen en marcha liberando capacidad de acción para otro tipo de procesos que no pueden automatizarse (como cerrar un trato comercial, escalar una montaña o escribir un libro).

Hasta aquí un racconto de hechos que hacen a la excelencia de la biología, pero, en tanto ser altamente complejo, el ser humano requiere de su cerebro para una multiplicidad casi infinitas de procesos lo que hace que a lo largo de su vida forme automatismos muy variados, muchos de ellos incluso carentes de valor, de sentido, cuando no directamente perjudiciales para él mismo.

EL HÁBITO SÍ HACE AL MONJE (y viceversa)Estos automatismos son denominados comúnmente
“HÁBITOS”

Hábito viene del participio pasivo del verbo latino “Habere” que no es otro que “Tener” y por tanto “Habito” es “lo que es tenido” A su vez, este verbo se asocia con la raíz indoeuropea “ghabh” que implica el “dar” y el “recibir”
Así que Hábito no es otra cosa más que el intercambio que mis automatismos motorizan con mi mundo interior y mi espacio exterior.

En tanto consciente de sí, mismo, el ser humano es capaz de fundar “EGO” y uno de los cimientos de este ego es el representarse en sus actos para fundar una identidad. (“Yo Soy el que hace las cosas así”)
Es decir que nuestros hábitos son un cimiente fundacional de quiénes estamos siendo a cada momento, y crean o destruyen nuestras posibilidades de “SER MÁS” O “SER MEJOR” (según nuestros ideales) en la medida que son o no funcionales a ellas.

En términos fisiológicos un hábito es una red neural que se trama a partir de que un grupo de neuronas se conectan y activan periódicamente en el mismo momento y con el mismo propósito. Una serie de proteínas refuerza esta red hasta que se fija y crea la automaticidad.
Una característica interesante de las redes neurales es que son autosustentables, es decir que ya que fueron creadas no sólo no se destruyen, sino que operan en modo tal de seguir “vivas”
Y esta es la razón de por qué es tan difícil modificar un hábito aun cuando sean incongruentes con los ideales, los propósitos, los diseños, e incluso con la cultura de la persona. Por eso, en el intento de “derrocarlo” generalmente lo que sucede es que el individuo crea el hábito de la frustración y la impotencia, pero no puede destruir el que trata de anular.

El cerebro interpreta la atención como una orden de “sostener”, así que cuando más “luchamos” contra nuestro habito más se fija. Sin embargo para aprender nuevas cosas es necesaria la eliminación de conexiones poco útiles, así que la mejor estrategia entonces no es la de lucha, sino la ecológica.
como en el maravilloso cuento “El Jardinero y El Forastero” la clave está en el modo que nos cultivemos para poder dar los mejores frutos en una especie de paisajismo neuronal en que las celular microgliares desmalezan (neutralizan) redes que ya no son válidas marcándolas con una proteína (Clq) cuando detectan que caen en desuso.
En palabras de Juddah Pollack :

“Si estás peleándote con alguien en el trabajo y le dedicas mucho tiempo a pensar en eso incluso cuando no estás con esa persona, y en cambio no piensas en ese otro gran proyecto, te convertirás en un superestrella sináptico de generar planes de venganza, pero en un pobre innovador. Para tomar ventaja del sistema de jardinería natural del cerebro, simplemente piensa en las cosas que son importantes para ti.”

Reutilizar las mismas leyes que crearon el hábito ineficiente para crear un hábito eficiente, evitando tener que entrar en “guerra” con el hábito viejo y concentrando a cerebro en el esfuerzo del nuevo aprendizaje y el protagónico del nuevo hábito.
Lo que hará qué, en un corto tiempo, el cerebro lo privilegie y, en el afán de sostenerlo, desarme la red que ya no se utiliza para capitalizar su energía.

La formación de un hábito
depende más del ritmo de continuidad
que de la voluntad.

Toda la creación vive “a tempo” y nuestros actos no son la excepción.
La serie de movimiento que hace que preparemos las cosas antes de salir de nuestra casa por la mañana por ejemplo, se secuencia en un ritmo que cuando se interrumpe nos hace “intuir” que nos está faltando algo, y nos dispara ese extraño malestar que acompaña a la pregunta de “¿No me olvido de nada? “¿Dónde está la llave del auto?”

Del mismo modo, crear un hábito surge en la cadencia del “registrar – hacer -chequear” que se balance suavemente sobre nuestra conciencia hasta hipnotizarla y traspasarla. Y para eso sólo hace falta una mínima, (de hecho, cuánto más minúscula mejor) dosis de voluntad inicial.

EL HÁBITO SÍ HACE AL MONJE (y viceversa)

Los cambios son más o menos lentos, pues la materia opone resistencia para evitar desintegrarse en su totalidad. Una vez que la estructura ha cedido a los cambios y adopta una nueva configuración, la propia autosustentabilidad actúa para la permanencia tanto de la nueva forma como de los hábitos adquiridos.

“Para esto entra en jugo la plasticidad del cerebro humano, que, en su acepción amplia, significa poseer una estructura lo suficientemente débil para ceder ante una influencia, pero también lo bastante fuerte para no ceder de golpe. En esta estructura, cada fase de equilibrio relativamente estable se caracteriza por lo que podríamos llamar un nuevo conjunto de hábitos” (William James)

La plasticidad hace referencia a cómo el aprendizaje, la adquisición de habilidades, las influencias interpersonales y sociales pueden ejercer un efecto en la estructura física del cerebro, modificándolo y estableciendo circuitos neurales que a su vez alteran su funcionamiento.

la experiencia modifica las conexiones corticales, de manera que incluso el cerebro de una persona adulta está constantemente cambiando en respuesta a la experiencia. En definitiva, toda experiencia deja una huella.
Esta afirmación ha sido confirmada de modo experimental por hallazgos recientes en Neurobiología, que muestran cómo la plasticidad de la red neuronal permite la inscripción de la experiencia, la cual modifica permanentemente las conexiones entre las neuronas, provocando cambios tanto de orden estructural como funcional.
La gente crea hábitos a través del tiempo mediante comportamientos repetidos, para ello es ideal empezar con la menor interacción posible con el hábito a adquirir, porque al ser tan pequeña tiene menos probabilidad de fracaso, demanda de menor cantidad de voluntad y genera un registro histórico de éxitos que alimentan la confianza.

Uno de los métodos más efectivos para movilizar esta microdosis y para marcar ritmos es sin dudas el Kaizen Personal que además promueve el segundo “compás” que es el que garantiza la eficiencia del hábito, su potencial multiplicador y su perdurabilidad autosustentada.

PORQUE LOS GRANDES PROBLEMAS
NO RESISTEN A LAS PEQUEÑAS SOLUCIONES

(Extracto del curso     KAIZEN PERSONAL   )

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