Revista Cultura y Ocio
Sigo pasmándome, cuando lo releo, con el argentino Jorge Luis Borges. Y quizá no debería ser así, porque llevo tres décadas retornando con periodicidad a sus páginas y debería sabérmelas de memoria. Pero es así. Borges es un formidable caleidoscopio donde siempre los cristalitos conforman un dibujo hermoso, lo muevas como lo muevas, y por más tiempo que emplees en aplicar tus ojos a sus líneas. Esta vez he revisado El Hacedor, un volumen misceláneo que contiene prosas y versos, en exquisito desorden. Me estoy dando cuenta de que si leer a Borges es siempre un goce inenarrable, releerlo es un festín para el paladar y para la memoria. No obstante, la gran tarea de juzgar lo leído es, en él, sumamente compleja. Junto al Borges cerebral, detenido en la divagación filosófica (“Argumentum ornithologicum”) o en erudiciones varias, se erige el Borges tierno, herido y absorto ante el suceder humano (“Delia Elena San Marco”). Cifrar su encanto en su cultura, en su “matematización de lo real”, es propósito descabellado, cuando no ingenuo. En Borges hay más. Siempre hay más, mucho más. En Borges surge de improviso la belleza poética (“La luna”), o la especulación atrayente (“Un problema”), o el desdoblamiento de la personalidad (“Borges y yo”), o los sueños, con sus extraños mensajes (“Ragnarök”)... Y siempre, siempre, la sorpresa de ir descubriendo en él nuevos perfiles, nuevos ángulos de observación por los que penetrar en su mundo. El “Poema de los dones” es sobrecogedor, como supe y redescubro.
Anoto algunas de sus palabras y le doy la mano, hasta el próximo reencuentro. “Morirse tiene que ser el hecho más nulo que pueda sucederle a un hombre”. “Decirse adiós es negar la separación, es decir: Hoy jugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros”. “También las piedras quieren ser piedras para siempre y durante siglos lo son, hasta que se deshacen en polvo”. “No hay en la tierra una sola cosa que el olvido no borre o que la memoria no altere”. “La gloria es una de las formas del olvido”. “La memoria es una suerte de cuarta dimensión”. “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas... Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”.