La verdad, no me gustan los libros de cuentos. Salvo contadas excepciones como Monzó, García Márquez, o algunos otros, siento que los cuentos son piezas forzadas de escritura. Tengo la sensación a veces de que los cuentos son como esos cantantes amateurs que se presentan a un concurso de televisión y tienen un par de minutos para demostrar de qué son capaces, dos minutos para hacerse notar o desaparecer. Algo parecido me ocurre con el cuento, no sé si me encuentro frente a una obra perfecta, frente al show resumido de un artista con un bagaje superior o ante la máxima expresión de talento del autor comprimida en pocas páginas. Sé que mis palabras no son compartidas por la mayoría, y por supuesto no quiero decir que el cuento sea un género menor, nada más lejos de mis intenciones. Considero que el cuento es un género más, como el ensayo o la poesía, y que si se ejecuta con maestría resulta enriquecedor. Mi problema con los cuentos es simplemente que no me gustan las porciones pequeñas.
Eso me ha ocurrido con Manuel Navarro y su compendio de cuentos, El hámster. ¿Por qué no escribe más? Es decir, si tiene una buena historia, personajes que comienzan a calar, un gran sentido del ritmo y de la palabra, y además se destila en cada frase que sabe escribir, ¿por qué finiquita en pocas páginas?
Creo saber porque lo hace, y es porque el señor Navarro no escribe cuentos, sino que relata breves episodios de la vida desde su punto de vista de observador atento, como el hombre que mira la vida de los demás desde la ventana de su dormitorio y nos explica con detalle lo que ve, aunque su mirada ocupe únicamente el espacio que el marco de su atalaya le confiere.
He disfrutado con todas las historias, pero especialmente con una, “Pol Niuman”, que reconozco que me ha gustado mucho. Me ha gustado sobre todo que el autor huye del giro forzado que a veces veo en los cuentos, esa búsqueda de magia condensada, de palabras rebuscadas para hacer notar la glosa excelsa de la pluma del ego del escritor, ese intento por parecer García Márquez, Kafka, o Bradbury, por nombrar a algunos cuentistas de estilos antagónicos. Por momentos tengo la sensación de que todo el mundo se atreve a imitar una canción en las primeras estrofas… Pero nada de eso ocurre con las historias de El hámster y sus cápsulas de realidad sin tamiz, sin redondez forzada. Historias que introducen al lector en realidades conocidas en las que el señor Navarro nos hace notar pequeños aspectos en los que quizá no habíamos caído, detalles que pasarían desapercibidos al ojo mundano y que la velocidad de la mirada del autor nos devuelve para nuestra observación placentera utilizando una prosa pulcra, sin artificios pirotécnicos.
Los seguidores de este blog quizá recuerden de otras reseñas mis comentarios sobre la dificultad que supone el escribir para que el lector goce de una prosa natural. Aunque parezca lo contrario, es mucho más sencillo decir “la noche engullía el brillo titilante de los astros” que “la noche era oscura” porque el autor tiende a la adjetivación de toda su prosa, así que encontrar madera pulida de alta calidad que no pretenda pasar por mármol persa ha supuesto una alegría y un desahogo que agradezco profundamente al señor Manuel Navarro.
Así que, tanto si eres amante de los cuentos como si eres más reacio como yo, El hámster es una recopilación fascinante que debería descansar en tu memoria y en la repisa de cualquier biblioteca que se precie.
Resumen del libro (editorial)
Once relatos breves sobre el origen y el final, y las relaciones de pareja. Los personajes son ficticios, pero viven en un mundo real y cotidiano en el que sufren o son felices, gozan de la amistad o el amor, toman el autobús, cocinan, aman, odian, duermen, hacen el amor y mueren. Hablan desde sus propios puntos de vista.