"Grego pensó en la nieve. Le maravillaba que un fenómeno de tales proporciones, capaz de transformar el paisaje hasta más allá de donde alcanza la vista, fuera totalmente silencioso; de que los hombres, cobijados en sus casas, pudieran dormir ajenos a su caída".
"La niña se maravilló cuando pasaron junto a un campo en cuyo centro descansaba una silla solitaria. No había nada más a su alrededor. Estaba allí para sentarse a observar lo invisible".
Nos admira que un fenómeno que es capaz de transformar nuestro paisaje sea tan imperceptible para aquellos otros no tan lejanos cobijados en su reducto de seguridad. Uno de los personajes de esta novela que os traigo hoy, le advierte a Héctor, el hermano de ese Grego que se maravilla ante el silencioso efecto de la nieve, el hermano de las moscas, lo siguiente: "En última instancia solo pensamos en nosotros. Nos creemos lo más importante que existe. Y es cierto. Grábatelo. Una verdad revelada. Te la regalo. Somos lo más importante. Todo lo demás no existiría si nosotros no estuviéramos aquí". Evidentemente, ante nuestros ojos, es decir, en lo que entendemos como nuestro paisaje, nada existiría si no estuviéramos aquí, pero, es bien cierto, igualmente, que el mundo sigue sin nosotros y que esa nieve que nos lo transforma se desvanece una vez que dejamos de existir. Concedo que es cierto que nos creemos lo más importante que existe y que, en última instancia, solo pensamos en nosotros. Instinto de supervivencia, supongo. No se nos puede culpar por ello.
Leyendo esta novela me he sentido como la niña, hija de Héctor y sobrina de Grego, que se encuentra en el campo con esa silla solitaria. Porque yo me he encontrado con este libro y me he sentado en la silla que es a observar lo invisible.
Invisible como lo que se observa desde esa silla solitaria y silencioso como el efecto de una nevada es lo que sucede en El hermano de las moscas. Invisible y silencioso como todo lo que mantenemos oculto. Invisible y silencioso como todo lo que preferimos no ver ni escuchar para que no perturbe nuestras perfectas y cómodas vidas.
"Había días en que Héctor se preguntaba si su familia se estaba volviendo loca. Si las moscas existían en la realidad o eran solo fruto de sus mentes trastornadas. Nadie salvo ellos las había visto. De hecho, ni siquiera su hermano lo había hecho.
No existían pruebas. Las fotos hechas por él años atrás habían sido destruidas. [...] la única persona aparte de ellos que las había visto, solo había apreciado manchas. Quizás insectos. Algo confuso.
Las moscas muertas durante la penúltima transformación [...] ya se habían convertido en polvo.
Una vez que Grego volvía a ser Grego, no quedaba rastro de las moscas.
Pero tampoco la había visto nadie.
Quizá limpiaban un refugio limpio. Un refugio levantado para nada.
Héctor ni siquiera podía estar seguro de eso.
Para salir de dudas no le quedaría más remedio que recabar una opinión exterior.
La única forma de probar la ausencia de locura era hacer público que durante años se habían comportado como unos perturbados. Algo que ni siquiera consideraba como una alternativa".
Al igual que la niña Beatriz se encuentra con esa silla durante una excursión familiar, yo me encuentro con esta novela excursionando por la obra de su autor. Con Jon Bilbao, en cambio, me encontré hace unos pocos meses al saber de Basilisco, su última novela publicada por Impedimenta, sello con el que actualmente trabaja el riosellano. Me llamó mucho la atención y, viendo además opiniones muy positivas tanto de libro como de autor, no dudé en apuntarla. Tiempo después, Isa, la organizadora del club Viajar leyendo autoras, anunció que este 2021 iba a afrontar también el reto personal de viajar leyendo a Asturias, tierra que tanto a ella como a mí como a Jon Bilbao nos vio nacer. Publicó su lista de autoras asturianas por si a alguna de las viajeras del club nos apetecía acompañarla y, además, nos sorprendió colando entre las autoras a un autor. Para mi sorpresa y alegría ese autor no era otro que Jon Bilbao. Tenía claro, pues, que, irremediablemente, tenía que leerlo este 2021. Pensé que sería con Basilisco (y, probablemente, será, pues aún queda año por delante), pero, como siempre que me embarco en uno de los viajes de Isa, exploré antes un poco la obra del capitán a cuyas órdenes iba a navegar. Así, pues, fue como descubrí este El hermano de las moscas, primera novela publicada del autor. Y aquí estamos: el hermano, las moscas, el hermano del hermano de las moscas, Jon Bilbao y yo. Podría decir que he aprovechado que me he saltado el viaje a África, primero de los viajes del club, para encarar esta lectura pero mentiría. La verdad es que esta novela es de esas lecturas que te encuentras y te crean una necesidad lectora inmediata.
Si bien los argumentos de todas las obras de Jon Bilbao resultan curiosos, este es el que más me lo parece. O tal vez sea que, desde que leí La metamorfosis, siento fascinación por las historias con insectos de por medio. De hecho ya tengo mi propia tetralogía insectívora: La metamorfosis de Fran Kafka, de Leena Krohn, El hermano de las moscas de Jon Bilbao y La pasión según G. H. de Clarice Lispector, que he rescatado de mi lista de pendientes espoleada por el revuelo de estas moscas y del que en unos días os hablaré.
No he podido evitar que el nombre de Grego me recuerde al del protagonista de La metamorfosis, así como también a la palabra gregario (gregarios somos tanto insectos como humanos). El insecto escogido por Bilbao para narrar su historia, sin embargo, probablemente sea menos repulsivo para la mayoría pero también más cotidiano y vulgar.
"La palabra mosca deriva del término latino musca, que significa "parásito", pero también "hombre curioso e importuno"".
Importuna, sin duda, fue la llegada de Grego a la casa de Héctor. Más que ser curioso, este conseguiría suscitar curiosidad. Habría que preguntarles a Héctor y a su mujer, Sara, cuánto de parasitaria consideraron la estancia de su respectivo hermano y cuñado.
Y es que no es tan solo que Grego llegue sin avisar sino que lo hace el mismo día en que Sara se ha puesto de parto. Varios años viviendo en el continente asiático sin apenas dar señales de vida y justo aparece en ese momento cuando ni siquiera recordaba de cuántos meses estaba embarazada su cuñada. Los sentimientos de Héctor, una vez superada la sorpresa inicial, se decantan hacia la alegría. Sara, en cambio, se muestra recelosa. Nunca le ha despertado especial simpatía ese hermano de su marido. Lo considera irresponsable, egoísta y un tanto aprovechado. Ciertamente, no puede haber dos personas más diferentes que Héctor y Grego. Héctor, el hermano mayor, es fiable, práctico y sabe qué hacer en cada ocasión. Grego, el menor de los hermanos, es todo lo contrario. Pese a esas diferencias y al poco contacto en los últimos años, ambos hermanos parecen llevarse bien.
Héctor deja instalado a su hermano, que parece estar incubando alguna enfermedad, en su casa de la urbanización cercana a la refinería en la que trabaja y retorna al hospital para estar con su mujer y con la recién llegada Beatriz. Al día siguiente vuelve a la casa, busca a su hermano, lo llama, no obtiene respuesta, se acerca a la habitación de invitados en la que lo ha alojado, lo vuelve a llamar nuevamente sin respuesta, gira el pomo, entreabre la puerta: ni rastro de su hermano; tan solo la ropa que llevaba puesta el día anterior y las maletas sin tocar e... incontables moscas cubriendo las paredes y la cama. Cierra. No entiende nada.
Yo tampoco. No entiendo por qué Héctor, en lugar de intentar deshacerse de las moscas, como haría cualquiera de nosotros en la misma situación, opta por mantenerlas encerradas a cal y canto en la habitación. Pasan los días, su hermano no aparece y su máxima preocupación es que ninguna mosca salga de la habitación. Su primera hija acaba de llegar al mundo y su atención se centra en que ninguna mosca se escape de esas cuatro paredes. Una especie de instinto le dice a ese hombre tan racional que las moscas tienen alguna relación con la desaparición de su hermano. Pronto descubriré que su instinto no yerra.
"[...] Solo pensé que estaba enfermo. [...] Y que en ningún sitio cuidarían de mí mejor que aquí".
Esa es la explicación que Grego dará, respecto a su llegada, tiempo después.
"Cuidamos de Grego. Solo eso. Cuidamos de él".
Eso es lo que harán Héctor y Sara, la familia de Grego ( quién mejor que la familia para cuidar de uno) Solo que ese eso implica mucho. Y ese solo, también. Y la implicación me da un poco de miedo.
"Horripilante en contra de su voluntad, al mismo tiempo que necesitado, como el que más, de auxilio y calor humano.
Y, por supuesto, condenado a la extinción puesto que un ser tal no dispone de cabida en este mundo".
He pensado mucho, a medida que iba avanzando por las páginas de este libro, en las personas con determinadas enfermedades, en los ancianos que no pueden valerse por sí solos, en los dependientes en general. No sé si esa era el propósito del autor, si Jon Bilbao pensó en estas personas cuando escribió esta historia, pero en su novela se refleja perfectamente, y de manera gradual, la negación, el intento por entender y encontrar soluciones, la aceptación, la resolución, así como, también, la evolución y cambios de los diferentes personajes, sus relaciones y sus papeles. Asistimos a la necesidad de una vida propia por parte de Grego, a su dependencia creciente, su necesidad de compañía y afecto y la traslación de ese afecto. También al sacrificio de Héctor y Sara, su dedicación, la sobreprotección no solo de Grego sino de ellos mismos y de su hija.
Que el hermano de uno se convierte en moscas no es algo que uno vaya contando por ahí. Es algo que no se entendería, que probablemente ni nos creerían. El silencio y la ocultación aíslan. En la urbanización en la que Héctor y Sara viven, además, la familia es muy conocida, lo cual dificulta aún más el secreto. La mayoría de vecinos tienen relación o trabajan en la misma refinería que Héctor, esa refinería que es "una ciudad importada del futuro; un futuro no del todo halagüeño pero incluso así arrebatador". Un futuro no del todo halagüeño porque el futuro hay que trabajárselo y tiene sus sinsabores. Un futuro arrebatador porque Héctor es ambicioso y tiene sus planes y muy bien definida su ruta de lo que quiere alcanzar en la vida.
Aún así, hay veces en las que Héctor envidia a su hermano. Esa desaparición del dolor justo antes de su conversión. Ese estado de perfecto vacío durante el cual Grego no es Grego sino moscas. No hay preocupaciones entonces. El mundo no nos exige. El mismo mundo en el que, paradójicamente, Héctor es un triunfador y para el que Grego no existe.
"Las moscas y su hermano. De nuevo la disociación".
"Hasta qué punto la repetida presencia de las moscas implica una pérdida de la identidad de Grego???"
En la novela hay más personajes a parte de los que forman esa familia. Así, nos encontramos, por ejemplo, con Romano Santos, un alto cargo de la refinería cuya historia personal tiene también una lectura muy interesante. O con Carol, la curiosa empleada doméstica que cuida de Beatriz y cuyo papel tendrá cierta importancia en el desarrollo de la trama.
"Héctor había llegado a una conclusión respecto a Carol. Lo que de veras le molestaba de ella no era la actitud fría que le dispensaba, ni su charla errática, sino su marcado estrabismo. Aquel ojo desviado hacía que la chica le diese lástima. Y como le daba lástima evitaba acercarse a ella".
Nos da lástima observar aquello en lo que no nos quisiéramos convertir. Por eso lo ignoramos o lo apartamos. Como si temiéramos el contagio.
Jon Bilbao dedica esta novela a su hermano. El asturiano, además, trabajó durante un tiempo en una refinería. No destaco estos detalles porque piense que esta historia tenga tintes autobiográficos, pues nada sé de la vida personal del autor. Lo comento porque la realidad es el sustrato del que se alimentan las moscas de esta novela. Bilbao conoce los ambientes y las relaciones sobre los que apoya su trama y eso se nota y juega a favor de obra. Exceptuando el comportamiento inicial de Héctor, todos los demás comportamientos de todos los personajes me parecen convincentes y reales. Aunque algunos de ellos no nos dejen muy bien parados, en todos ellos nos podemos reconocer. La novela se lee con creciente interés e incluso en algún tramo con cierta adicción. No hay giros que noqueen pero sí giros que de repente nos plantan frente a una puerta entreabierta que en la mayoría de ocasiones no se cruza pero cuya visión nos persigue e interpele. De lo mucho que acostumbro a subrayar en mis lecturas, de esta quiero destacar lo siguiente:
"Las escalas de prioridades son importantes. Son los verdaderos apellidos de una persona".
Cabría preguntarse cómo se construyen esas escalas de prioridades que nos definen y cómo pueden ir subiendo o bajando de escalón dichas prioridades. Quién o qué dicta nuestro orden de priorización. Si basta la aparición de una mosca importuna para alterarlo o si permanece eso de que, en última instancia, solo pensamos en nosotros. Será de tanto pensar en nosotros que algunos legan sus prioridades al mundo como aquel que deja sus apellidos a un vástago. El mundo, me temo, nos concede la misma nimia importancia que nosotros le otorgamos a una mosca común, esa cuya existencia olvidamos en cuanto la espantamos de un manotazo para que deje de molestar. El mundo no llora la desaparición de una mosca, y su pérdida, para los que se creen individuos de una subespecie superior (y en realidad temen secretamente descubrirse un día moscas), es tan silenciosa como la nieve que cae en copiosos copos y tan invisible como aquello que solo nos paramos a observar cuando nos sentamos en la silla solitaria que es esta novela.
"La muerte. Quiero decir. Carece de significancia en el esquema global. Pasa. Y ya está. El resto del conjunto no se altera. No suena una música de liras. No hay nadie a tu lado para tomar nota de tus últimas palabras".
Editorial: Salto de Página
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