(JCR)
“Los periodistas nos pasamos la vida hablando de personalidades banales que no se merecen ni dos líneas en los medios de comunicación”. Recuerdo muy bien haber escuchado esta frase de boca de Ramón Lobo durante una visita del veterano periodista al norte de Uganda, en 2004, en la que tuve ocasión de compartir varios días con él. Hoy he recordado esta frase después de haber hablado por teléfono con uno de mis mejores amigos en Goma (R D Congo): el hermano salesiano Honorato Alonso, que lleva en este lugar –epicentro de numerosos conflictos- más de tres décadas.De él sí merece la pena hablar, y como nadie lo hace voy a hacerlo yo mismo.
Dos días antes de que Goma cayera ante el avance de los rebeldes del M23 Honorato salió de su comunidad, muy cercana al aeropuerto, para asegurarse de que los 30 estudiantes del centro Boscolac -cercano a la barriada de Mugunga- estuvieran bien y sin problemas de seguridad. Al día siguiente intentó volver a su casa, a pie, pero cuando comenzaron los bombardeos en la ciudad se dio media vuelta apresuradamente y regresó con sus muchachos. Allí aguantó el tipo con ellos durante los dos días interminables de tensión que el más de medio millón de habitantes de la ciudad soportaron hasta que los rebeldes tutsis completaron la toma de la capital del Kivu Norte. Me imagino que Honorato, como todos los españoles que trabajaban en el Este del Congo, recibiría la comunicación oficial que la Embajada de España en Kinshasa envió hace ya tres meses a los nacionales que se encontraran en esas zonas advirtiéndoles de que su seguridad física estaba en peligro y aconsejándoles que se marcharan de allí. Honorato eligió quedarse. Lleva ya más de 30 años en Goma y durante ese tiempo ha visto situaciones de todos los colores: la llegada de los dos millones de refugiados ruandeses en 1994, las invasiones militares de Ruanda en 1996 y 1998, la amenaza del CNDP de Nkunda en 2008 y ahora el avance del M23. Honorato ha enterrado a víctimas del cólera en fosas comunes, ha organizado ayudas de emergencias a personas desplazadas y ha acompañado a numerosas víctimas de estos conflictos sin esperar un sueldo de varios ceros ni ninguna otra recompensa.
Honorato enseña electricidad en la escuela técnica-industrial que los salesianos tienen en Goma, a donde acude todos los días antes de las siete de la mañana en su vieja bicicleta. Cientos de alumnos que han pasado por su aula trabajan hoy en numerosos lugares del Congo y otros países de la zona. Pero la otra pasión del hermano es el deporte. A sus 62 años sigue entrenando equipos de fútbol y baloncesto compuestos por infinidad de niños de familias muy pobres y chavales que se buscan la vida en la calle. Hace dos años, con ayuda de una ONG española que recibió fondos de Castilla-La Mancha puso en marcha el centro Boscolac a orillas del lago Kivu, para que los niños y jóvenes de Goma –muchos de ellos desplazados y víctimas de las guerras del Este del Congo- pudieran gozar de un espacio de calma y recreo, lejos del ambiente de miseria, violencia y desesperación en el que suelen vivir. Allí viven, desde el año pasado, 30 estudiantes de familias desplazadas a los que se les paga los estudios, y allí se desarrollan también un sinfín de actividades como campeonatos deportivos, talleres de formación, juegos para niños durante los fines de semana y los periodos de vacaciones, actividades de grupos como scouts y corales de parroquia, etc. A Honorato le para todo el mundo, soldados y policías incluidos, cuando camina por Goma (porque no utiliza coche): “hermano, tú me entrenaste en el equipo de baloncesto hace 20 años”, hermano, tú ayudaste a mis hijos cuando no podían estudiar”… el buen hombre se para, sonríe tímidamente, les estrecha la mano, se interesa por sus problemas y sigue adelante.
Hace algunos meses quise hacerle una entrevista para una revista española y me contestó con un escueto: “no tengo costumbre”. Una respuesta típica de un hombre sobrio castellano, burgalés por más señas, como él. Durante estos días, en los que los ojos de los medios de comunicación internacionales (excluidos los españoles, por supuesto, a los que lo que ocurre en África les trae al pario) están puestos en el Este del Congo, héroes como él, que llevan décadas haciendo un trabajo callado, se merecen un reconocimiento. Otros -haciendo uso de un derecho perfectamente legítimo- se han marchado de esta zona de conflicto cuando han visto llegar el peligro. Él, como suele ocurrir con los misioneros, ha elegido quedarse. En España, donde nos pasamos la vida hablando de personas que no dan un palo al agua y no son ejemplo de nada, deberíamos pensar que testimonios como el suyo no deberían pasar desapercibidos.