Ahora que Aznar quiere ponerle letra al himno nacional, debe recordarse que su música es mediocre, cuartelera, compuesta por algún sargento de cornetín; no como el británico o el alemán, que se deben a grandes compositores.
Originalmente era el Himno de Granaderos, y cuando los españoles lo oyen tararean “chinda, tachinda, tachinda, chinda, chinda”. Los primeros compases tienen gracia, pero luego se hace monótono y repetitivo.
En cualquier caso, y eso es lo sorprendente y hasta maravilloso, eleva el espíritu aunque no la agresividad de la mayoría de los españoles que lo escuchan y enseguida lo tararean, luego no es tan malo.
Hubo muchos intentos anteriores de ponerle letra a estos sones poco inspirados. Sensibles poetas gaditanos, como don José María Pemán, le regalaban estrofas que solo estimulaban a las soldados imperiales.
Antes de afrontar el intento de ponerle letra al himno nacional, los concurrentes al concurso deberían estudiar qué dicen los de otros lugares.
Descubrirán que prácticamente todos llaman a exterminar al enemigo, al sonido del cañón, a heroicas batallas cargadas de mártires, a segar cabezas, a reventar a nuestros vecinos. Estas letras patrióticas son mensajes de odio y de venganza, producto de bajos instintos y de rivalidades entre regiones y naciones.
Ahora que los militares de donde salió el himno hacen misiones de paz, su posible letra debería aludir a las ONG: por ejemplo, a la banderita de la Cruz Roja, pero eso sería tan ridículo como aquel canto que compuso seriamente Sanchez Ferlosio para la Comunidad de Madrid: era una vanguardista tomadura de pelo y nunca se estrenó.
Antes que hacer algo grotesco, es mejor que la gente siga con el “chinda, tachinda”.