A finales del siglo XIX, la hipnosis se puso de moda en la sociedad y los círculos científicos. Este reconocimiento social y académico impulsó su uso como herramienta terapéutica psíquica en la medicina europea y española. Nacía la psicoterapia médica.
En las décadas finales del siglo XIX, la ciencia capituló finalmente ante el hipnotismo. Una figura crucial para el reconocimiento de la hipnosis como actividad científica fue Jean Martin Charcot (1825-1893), el padre de la neurología moderna y uno de los principales médicos de la segunda mitad del siglo XIX.
En el hospital parisino de la Pitié-Salpêtrière, Charcot descubrió numerosas enfermedades y síndromes neurológicos, como la esclerosis lateral amiotrófica —que diferenció de la atrofia muscular progresiva de Aran-Duchenne—, la neuropatía de Charcot-Marie-Tooth, la esclerosis múltiple y otras neuropatías. Entre los trastornos que estudió se encontraba también la histeria, una de las patologías a la sazón más desconcertantes. Charcot caracterizó su escurridiza sintomatología, estableció diversos cuadros clínicos (histeroepilepsia y gran ataque histérico) y, dada la imposibilidad de hallar lesiones anatómicas constatables, los explicó mediante la existencia de supuestas lesiones dinámicas de carácter fugaz que remedarían distintos síndromes neurológicos orgánicos.
Durante sus investigaciones sobre la histeria, este conocedor de la obra de James Braid y de los braidistas, y de médicos y neurólogos contemporáneos con una amplia experiencia en la hipnosis, como Charles Richet o Moritz Bendikt, sintió curiosidad por el hipnotismo como medio potencialmente aprovechable para el conocimiento de esta enfermedad. De hecho, consideraba la hipnosis como una histeria artificial o provocada. Su curiosidad se tradujo pronto en resultados: en 1878 publicó su primer libro sobre la hipnosis bajo el título de Catalepsie et somnambulisme hystériques provoqués
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