Revista Cine

El Hobbit: Un Viaje Inesperado - Crítica

Publicado el 16 diciembre 2012 por Linkk @linkk_81
Aquellos que consideramos la obra de Tolkien como prácticamente inabarcable para cualquier cineasta, recibimos sorprendidos que a Peter Jackson le haya quedado energía para volver a acercarse -¡con una nueva trilogía!- a tan complejo y literario universo. El nostálgico cierre de "El Retorno del Rey" concluía un esfuerzo sobrehumano, cuyo desgaste parecía notarse en todos y cada uno de sus fotogramas. Ante la llegada de El Hobbit, -vendido de forma vergonzante como una precuela, y no como el despertar de una mitología sagrada-, aparecen varias preguntas que la película debe responder: ¿podrá respetarse el tono personal del libro -más cercano al cuento que a la solemnidad-, ante la tentación de convertirlo en la cuarta entrega de El Señor de los Anillos?; ¿cómo dar cabida al más pequeño de los libros de la Tierra Media en una trilogía, cuando cada uno de los tomos de la obra central le superaban en magnitud?.
El Hobbit establece, de manera indisimulada, un lazo inquebrantable con El Señor de los Anillos. Todo paso dado por la película es referencial. La llegada de Gandalf a Bolsón Cerrado; las -inesperadas- apariciones de Frodo, Galadriel o Saruman -este último rozando el cameo-; el desarrollo paralelo -ausente en el libro- del renacer de Sauron; la sensación de Deja vu de la batalla con el Rey Trasgo, o la llegada a Rivendel, dinamitan la posibilidad de haber creado El Hobbit de la nada. Parece como si Jackson necesitara volver atrás para sacar adelante -¡lo consigue, que duda cabe!- su nuevo acercamiento a la obra; como si toda la inventiva mostrada en la trilogía anterior fuera parte de otra época, y sólo el efecto de la reminiscencia -Gollum al quite, ¡cómo no!- le hiciera capaz de conectar con aquello que no le hacía falta: sus fans. ¿O no fue siempre el magnético y poético territorio de Tolkien un mundo difícil de abordar?
Si bien no podemos jugar a saber cómo habría sido El Hobbit de Guillermo del Toro -tampoco es fácil imaginar que alguien pueda superar a un Peter Jackson cuyo conocimiento del material es insuperable-, sí que es justo reconocer la magnitud del esfuerzo del director neozelandés. Jackson utiliza el texto de Tolkien para ubicar, más allá de las aventuras de Bilbo y compañía, cualquier aspecto cronológicamente intuido en la obra completa del escritor. Es por ello que, incapaz de ceñirse a las aventuras de la compañía, aporta valor a personajes como el de Thorin, el Nigromante -Sauron- o el propio Gollum -cuya nueva dimensión ha sido y será la mayor aportación de Jackson a la obra-. Es obvio que lo necesita para dar cuerpo a una trilogía basada en El Hobbit, pero no es menos cierto que ello resta protagonismo a lo que en otras manos habría sido suficiente: la adaptación de una obra cuyo mero texto bastaba. Así pues, podríamos definir El Hobbit de Peter Jackson como "El Hobbit y otros acontencimientos paralelos en la Tierra Media". ¿Es ello producto de la voluntad de dar una nueva dimensión a la obra de Tolkien, o mera mercadotecnia? Difícil respuesta.
Sería injusto terminar esta crítica sin aludir a lo que, a juicio de quien aquí escribe, parece ser uno de los grandes logros de la película: su poderío visual. Parece que, tras el chapucero e impresentable uso de las tres dimensiones que se hizo tras la novedosa propuesta de Avatar -basta recordar la Alicia de Tim Burton-, obras como La Invención de Hugo, o este Hobbit logran que veamos el 3D como un valor añadido, y no como una mera excusa para incrementar la recaudación y convertir las salas en una extraña parodia. ¿Es ello suficiente para defender esta película? Es obvio que no. Hay mucho de innecesario e inflado en El Hobbit, pero no es menos cierto que cualquier obra que (1) Despierte a un acomodado de su sillón en los tiempos que corren, y (2) Exorcice a Tolkien y su sagrado uso de los valores, merece, cuanto menos, una pequeña oportunidad. Lástima que, quizás, Jackson haya olvidado lo pequeño y grande que era El Hobbit en sí mismo.
Namarië

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