Las calles de Carabobo estaban repletas de chavistas. Era un típico
mítin realizado el 5 de mayo de 2012: Hugo Chávez en un podio con los
colores de la bandera de Venezuela arengaba a los miles que lo
vitoreaban. Entre la multitud se asoma un hombre de camisa rosa que se
mueve hasta llegar detrás de Chávez. Mira el mítin con asombro. Es el
actor Sean Penn.
Como si fuera una metáfora de ese momento, Penn y un grupo de artistas
hollywoodenses se convirtieron en un importante respaldo para el ex
presidente venezolano, fallecido el martes. El cineasta Oliver Stone fue
otro que se dedicó a cuidar su espalda, no sólo con presencia mediática
sino con un documental con el que, dijo, descubriría quién era Hugo
Chávez realmente.
La respuesta que encontró Stone fue unilateral: “Creo que es una figura
extremadamente dinámica y carismática. Es abierta y acogedor. Un gran
personaje, fascinante. Pero cuando vuelvo a Estados Unidos, sigo
escuchando esos cuentos de terror en los que se le llama dictador, el
malo de la película, una amenaza para la sociedad”.
Pero igual que en la política, Hugo Chávez tuvo en el medio artístico
personajes que, como el rey Juan Carlos de España, hacían todo por
callarlo. En el grupo de detractores sobresale María Conchita Alonso,
quien le dijo “loco” y “peligroso” y que le gustaría verlo en la cárcel.
La cantante y actriz cubana y nacionalizada estadounidense llevaba un
lustro reuniendo fondos para filmar un documental que, decía
“desenmascararía” a Hugo Chávez.
Pero no sólo la farándula de Estados Unidos polemizaba sobre el
chavismo. En España, Alejandro Sanz provocó con una breve declaración de
cuatro palabras (“Chávez no me gusta”) una retórica respuesta de dos
cuartillas de parte del político venezolano, quien le aconsejó que
escuchara a Atahualpa Yupanqui, que buscara la canción “Sólo le pido a
Dios”, que investigara la vida de Víctor Jara y que se animara a
escribir sobre “las miserias del mundo”.
Era evidente que a Chávez le gustaba aprovechar los reflectores y no
sólo porque le permitían hacer político, sino también porque daba rienda
suelta a sus impulsos artísticos.
“¡Lástima que seas ajena!”, cantó Chávez el 12 de septiembre de 2012.
“Lástima que llego tarde y no tengo llave para abrir tu cuerpo”, secundó
Vicente Fernández, quien ese día recibió la Orden de los Libertadores. Y
todavía le quedó un chorro de voz para cantar “Ay Jaliso no te rajes”,
igual que lo hacía de joven con cantos llaneros, el foclore venezolano.