-Hola. Pasaba por aquí y creo…-
Estoy enfrascado en una de esas confrontaciones que se tienen cuando se es estudiantes: tontas, unilaterales y sinsentido. Es una de esas peleas cazadas que tiene tintes de protesta, de libertad y opresión, de ir caminando por la calle escuchando Another Brick in the Wall de Pink Floyd, hundido hasta los pelos en la película mental.
El profesor en cuestión parece un buen sujeto, es políticamente correcto y educado, llega incluso al punto de no interpelar directamente a los alumnos si estos no piden primero la palabra, como para no intimidarlos, (Comportamiento que ya me resulta molesto, pero que hace parte de otro debate distinto). Parece, por lo que muestra en sus clases, un enamorado de lo que enseña: intenta de todos los modos posibles explicar los temas que, según él, son trasversales a las obras literarias que estudiamos; incluso trata (y normalmente falla, pero al menos tiene la intención) de hacer más amenas sus explicaciones con anécdotas. Es ese tipo de maestro que trata y no consigue, y que lo más de las veces no sabe que no lo consigue. Al pensarlo me di cuenta que ya me había topado con más de un docente parecido a este que ahora me enerva: algunos enseñaban mejor, algunos peor, alguno era descarado y alguno más serio, pero tenían estas cosas que ahora este hombre de gafas exuda por todos sus poros. Pero es mejor si primero me explico.
Es el profesor en cuestión un acérrimo detractor de la tecnología en el salón de clases: pretende que imprimamos para sus clases el equivalente a dos hectáreas de bosque en hojas de papel, y que carguemos con el costo y el cargo de conciencia para llevar los textos impresos a su clase, para así no entretenernos con las pantallas de nuestros dispositivos, que somos jóvenes y tenemos la atención de un pez dorado, nos distraemos con cualquier juguete con lucecitas. “Es bueno, pero es muy terco con sus cosas”, nos habían advertido los amigos de segundo año, y en efecto: al pedirle que reconsiderara, nos esgrimió estudios y a otra cosa. El clamor general fue el no imprimir los textos, que mucho costaban y que muchos igual ni los leían para empezar.
Es en la tercera clase cuando estalla el “conflicto”: después de la pausa, al regresar, empieza a llamar lista uno a uno, pidiendo las copias ( estoy cursando primer año de literatura. Grado universitario de Literatura) y anotando en su registro a quienes no las tenían. Al terminar se le notaba acelerado, como si de golpe se hubiera asustado por algo, estaba agitado. “Es curioso” dice, “Tal vez es algo cultural, o no se… pero en el grupo de holandés (da el mismo curso en Holandés) sólo uno no trajo los textos… Es verdaderamente curioso. Seguramente ellos estén más acostumbrados al sistema, puede ser. Me temo que si esto se repite -iba agitándose más y más a medida que hablaba- voy a tener que tomar medidas. Si esto es continuado, me aseguraré de poner un examen en el siguiente bloque que les será muy difícil de aprobar, preguntando por fechas y datos biográficos tan específicos que les será muy complicado pasar la materia”.
Hay muchas ideas que rodean la idea que quiero atacar, muchos ladrillos alrededor de este que quiero señalar y que me parece, es viejo, está sucio, y está agrietado. Puedo decir que lo noté agitado porque veía esos gestos que, la más de las veces, veo en mi cuando empiezo a hablar lleno de rabia, y por una u otra razón no quiero o no puedo gritar, es como un vértigo que hace correr hacia adelante, y por lo que dijo tiene sentido que fuera algo parecido a eso. El hombre se sentía herido. El hombre juraba venganza.
No quiero señalar si está bien o mal lo de la tecnología, lo de la desobediencia, tampoco lo del escarmiento. Me interesa la rabia, y es por eso que sus clases las he convertido en una guerra silenciosa, rechazándolas de tajo: el hombre se sintió atacado en lo más hondo por nuestro acto, porque no lleváramos las copias impresas a clase. Se había llenado de rabia porque estábamos yendo en contra de una de sus ideas, y se había sentido atacado. No entiendo la sed de venganza si no.
Me pareció en el momento como un hombre ad hominem: sentía que estábamos atacándolo como persona porque atacábamos sus ideas, y se empeñaba en defenderse a capa y espada de estos insolentes que estaban insultándolo en su cara.
Seguramente más que el fondo del asunto me molestaron las formas, y muchas de las cosas que él argumenta tengan razón de ser. Pero no era si si o si no, es lo fácil que se identifica con sus ideas. Si fuéramos lo que pensamos, yo y muchos ya estaríamos presos. O muertos, vamos.
-Hola. Pasaba por aquí y creo que este ladrillo de su entrada es frágil y bastante…-
-Señorito, si-si… si sigue usted insultándome me voy a ver obligado a proceder a ponerle la tibia de sombrero. Muchas gracias.-